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Múltiples historias. Tantas como personas que, por elección o por avatares vitales, han acabado viviendo en una autocaravana en Sacaba, al lado del estadio Martín Carpena o en Los Álamos, ya en Torremolinos. O en una furgoneta 'camperizada', porque por esos lugares hay quien se dedica a la conversión de vehículos en casas para servir a los que necesitan ahorrar costes ante su nueva forma de vida o quieren evitar las limitaciones de estacionamiento de una autocaravana.
Muchos son espíritus libres, hombres y mujeres que buscan una existencia alternativa a la normalizada y a la sociedad de consumo, bien de forma temporal, bien permanente, mientras estudian o trabajan o tras la jubilación. Una mente adaptada a la convención tiene la tentación de intuir en ciertos testimonios que son las dificultades materiales las que les han empujado a llevar una vida en los márgenes. Pero sus palabras lo que denotan es que le han pillado el gusto; la libertad que esgrimen que disfrutan es un consuelo ante lo impuesto por el destino. Es el caso de un señor que ha traspasado ya la edad de jubilación, filósofo socrático igual sin saberlo –pronuncia un discurso en favor del aprendizaje autónomo a lo largo de la vida–, que dice que no quiere vivir en un piso –lo llama «prisión»– que sólo quiere disfrutar de su propia compañía con los dos gatos y los cuatro bártulos que abarrotan su furgoneta y que parecen componer todo su patrimonio actual, después de haberse hartado de Dom Perignon en el pasado. Ahora mantiene la mente despejada y alejada de los vapores etílicos, además de su anonimato, porque no da ni su nombre ni su imagen a SUR.
Juan y José
Sí lo hace Juan, de 60 años. Cuando este periódico lo aborda está trabajando en la mejora del aislamiento de su caravana. El detonante de su situación fue su separación matrimonial. Fue entonces cuando confiesa que quiso darle un nuevo enfoque a su vida y lleva tres años en su casa sobre ruedas tras haber pasado un tiempo en un coche. En invierno para en Sacaba y en verano se va al Campo de Gibraltar, porque, advierte, cuando llegan los turistas a Málaga, los municipales desalojan a personas como él de esos espacios privilegiados al lado de la playa.
Foto: Ñito Salas
Juan, 60 años
«Gracias a Dios, no trabajo y no me hace falta. Cuando no tienes gastos, puedes vivir con poco. La gente es esclava de sus cosas. Nos han dicho lo que tenemos que tener, cuando sólo hace falta un lugar donde dormir».
Foto: Ñito Salas
Juan, 60 años
«Gracias a Dios, no trabajo y no me hace falta. Cuando no tienes gastos, puedes vivir con poco. La gente es esclava de sus cosas. Nos han dicho lo que tenemos que tener, cuando sólo hace falta un lugar donde dormir».
Juan, 60 años
«Gracias a Dios, no trabajo y no me hace falta. Cuando no tienes gastos, puedes vivir con poco. La gente es esclava de sus cosas. Nos han dicho lo que tenemos que tener, cuando sólo hace falta un lugar donde dormir».
Foto: Ñito Salas
Juan, 60 años
«Gracias a Dios, no trabajo y no me hace falta. Cuando no tienes gastos, puedes vivir con poco. La gente es esclava de sus cosas. Nos han dicho lo que tenemos que tener, cuando sólo hace falta un lugar donde dormir».
«Gracias a Dios, no trabajo y no me hace falta», asegura: «Cuando no tienes gastos, se puede vivir con poco; me ha hecho falta de todo en el pasado, pero ahora no me hace falta de nada». «La gente», añade, «es esclava de sus cosas, nos han dicho lo que tenemos que tener, cuando sólo hace falta un lugar donde estar y donde dormir». «No tengo tele, pero cuando me despierto veo el mar», agrega. Pierde la noción del paso del tiempo, eso sí. Pero dice que está bien, porque cumple con sus mandamientos de la vida buena: hacer ejercicio, alimentación sana, descanso y estar en paz con él mismo. «Todos los días tengo cosas que hacer. No estoy todo el día tumbado a la bartola», aclara. Pero su vida, como la de su vecino el filósofo socrático, compone una estampa de apariencia destartalada sobre los charcos y el barro que formaron lluvias recientes, y ofrece un contraste radical con algunas de las construcciones más caras de Málaga, con vecinos ilustres como Antonio Banderas o el futbolista Isco, que ha trascendido que han comprado ahí pisos.
Foto: Ñito Salas
José, 46 años
«Aquí estoy bien: ¿qué voy a hacer?, ¿pagarle a un casero 700 euros?».
Foto: Ñito Salas
José, 46 años
«Aquí estoy bien: ¿qué voy a hacer?, ¿pagarle a un casero 700 euros?».
José, 46 años
«Aquí estoy bien: ¿qué voy a hacer?, ¿pagarle a un casero 700 euros?».
Foto: Ñito Salas
José, 46 años
«Aquí estoy bien: ¿qué voy a hacer?, ¿pagarle a un casero 700 euros?».
Eso mismo pasa en Los Álamos: un aparcamiento que hace las veces de 'frontera' entre la capital y Torremolinos repleto de caravanas linda con promociones de gran lujo; sus privilegiados compradores tendrán como vecino a José, de 46 años, que se separó de su pareja, primero se fue a vivir a casa de su madre y después se independizó y lo hizo en una caravana que le costó 4.500 euros y que ha ido adaptando contra las inclemencias del tiempo: le ha puesto un tejadillo para evitar que se recaliente en verano y en invierno tiene calefacción gracias a placas solares; de hecho, como produce más electricidad de la que necesita, les presta energía a otros acampados en el párking. Aunque confiesa que se ducha en el gimnasio en el que está apuntado. Nos enseña el interior del vehículo: cocina con su nevera, una cama de 1,20 metros, un baño minúsculo, su televisión y armarios con una enorme colección de zapatillas («me encantan», confiesa). «Aquí estoy bien; ¿qué voy a hacer?, ¿pagarle a un casero 700 euros?», dice. En el aparcamiento paga dos euros diarios. Su novia reside en Bilbao en una casa de la que paga hipoteca, él intentó mudarse allí, pero dice que ese clima no es para él: «Es como si le hubieran puesto al paisaje un filtro con un tono triste», ilustra. Así que duda del futuro de su relación: ella, que también tiene un negocio en el País Vasco, no parece que vaya a mudarse a la Costa del Sol, sólo va alguna vez de visita, que es cuando José, revela, hace limpieza general de su casa sobre ruedas.
Insiste en que la experiencia lo ha hecho menos materialista, que se ha dado cuenta de que se puede vivir con menos: «Cuando tenía más dinero, lo tiraba por un tubo; me planteaba comprarme un gran coche, ahora no lo haría; hace veinte años habría pensado que cómo me iba a ir a vivir a un caravana, y ahora, mira… Y puedo hacer mi vida normal. Estoy desempleado. Si no, cogería mi coche a diario desde aquí y me iría a trabajar».
Ángel
Pese a que a José le gusta la experiencia, en su testimonio subyacen los problemas habitacionales de Málaga: los alquileres son caros. Y en el de Ángel, de 55, además, los de empleo. Cuenta que llegó a Málaga buscando trabajo hace cuatro años, pero irrumpió la pandemia y se quedó a la intemperie. Trató de encontrar una solución temporal en una tienda de campaña, hasta que la policía le indicó que donde lo había hecho no podía acampar.
Foto: Ñito Salas
Ángel, 55 años
«Vine a Málaga a buscar trabajo hace cuatro años, pero llegó la pandemia y me quedé en la calle. Primero viví en una tienda de campaña y luego me regalaron una furgoneta».
Foto: Ñito Salas
Ángel, 55 años
«Vine a Málaga a buscar trabajo hace cuatro años, pero llegó la pandemia y me quedé en la calle. Primero viví en una tienda de campaña y luego me regalaron una furgoneta».
Ángel, 55 años
«Vine a Málaga a buscar trabajo hace cuatro años, pero llegó la pandemia y me quedé en la calle. Primero viví en una tienda de campaña y luego me regalaron una furgoneta».
Foto: Ñito Salas
Ángel, 55 años
«Vine a Málaga a buscar trabajo hace cuatro años, pero llegó la pandemia y me quedé en la calle. Primero viví en una tienda de campaña y luego me regalaron una furgoneta».
Entonces fue, cuenta, cuando le regalaron la furgoneta en la que ahora vive al lado del Martín Carpena con su pareja, Nadia, de 24 años, cuatro perros y seis gatos. Pero como no tiene ni seguro ni pasada la ITV, no puede mover el vehículo. Y ahí lleva atrapado dos años. Se ducha en la calle tras llenar de agua una bolsa y calentarla al sol. En los alrededores se queja de que el Ayuntamiento está taponando las salidas de agua por los abusos que ha detectado en que han incurrido las caravanas que acampan en la explanada. «Podían haber sido más discretos, no puedes ir con cuatro garrafas de 5 litros en pleno día, pero ellos se pueden ir de ahí en cualquier momento y no les importa», lamenta.
Fleming, 60 años
Dentro de este paisanaje abundan los extranjeros. Fleming es danés, tiene 60 años, se jubiló anticipadamente del sector de la construcción y comenzó a recorrer Europa alojándose en hostales hasta que sufrió un robo en Portugal que incluyó el de su pasaporte. Como sin documentación no le daban habitación en ningún sitio, se compró una caravana y, así, por la necesidad impuesta por la casualidad, explica, ésta se ha convertido en su forma de vida.
Foto: Ñito Salas
Fleming, 60 años
Dinamarca
«Compré una caravana por necesidad y no me arrepiento. Aunque estoy buscando un terreno para construir una casa y asentarme».
Foto: Ñito Salas
Fleming, 60 años
Dinamarca
«Compré una caravana por necesidad y no me arrepiento. Aunque estoy buscando un terreno para construir una casa y asentarme».
Fleming, 60 años
Dinamarca
«Compré una caravana por necesidad y no me arrepiento. Aunque estoy buscando un terreno para construir una casa y asentarme».
Foto: Ñito Salas
Fleming, 60 años
Dinamarca
«Compré una caravana por necesidad y no me arrepiento. Aunque estoy buscando un terreno para construir una casa y asentarme».
Aunque, en realidad, busca establecerse en algún sitio cuando encuentre un terreno donde planea construirse una casa. Eso sí, tiene que ser de Granada hacia el sur porque odia el frío. Y lo que no quiere es volver a su país, además de por el clima, porque allí, entre el alquiler y las facturas, se le iban dos tercios de la pensión. Mientras tanto, hasta que encuentre el lugar en el que quedarse, disfruta de su experiencia caravanera: pese a haber sido fruto de las circunstancias, dice que vive cómodo: «Tengo de todo dentro; es como estar en un pequeño apartamento», asegura.
Wilson, 27 años, y Tamara, 33
También hay quienes combinan esta forma de vida con un empleo convencional. Es el caso de Wilson, portugués de 27 años. Trabaja en Suiza, en el sector de la construcción. Cuando está en ese país, se aloja en hoteles. Cuando finalizan sus contratos, se mueve en caravana y recorre mundo. Ahora ha recalado en Málaga, en Sacaba.
Foto: Ñito Salas
Wilson, 27 años
Portugal
«Se puede ser nómada sin ser hippy; hay hippies que siempre viven en el mismo sitio; yo me considero nómada».
Tamara, 33 años
Alemania
«Alemania es sólo una realidad y yo quería ver realidades diferentes. En los países ricos trabajo en lo que me sale y ahorro para seguir viajando».
Foto: Ñito Salas
Wilson, 27 años
Portugal
«Se puede ser nómada sin ser hippy; hay hippies que siempre viven en el mismo sitio; yo me considero nómada».
Tamara, 33 años
Alemania
«Alemania es sólo una realidad y yo quería ver realidades diferentes. En los países ricos trabajo en lo que me sale y ahorro para seguir viajando».
Wilson, 27 años
Portugal
«Se puede ser nómada sin ser hippy; hay hippies que siempre viven en el mismo sitio; yo me considero nómada».
Tamara, 33 años
Alemania
«Alemania es sólo una realidad y yo quería ver realidades diferentes. En los países ricos trabajo en lo que me sale y ahorro para seguir viajando».
Foto: Ñito Salas
Wilson, 27 años
Portugal
«Se puede ser nómada sin ser hippy; hay hippies que siempre viven en el mismo sitio; yo me considero nómada».
Tamara, 33 años
Alemania
«Alemania es sólo una realidad y yo quería ver realidades diferentes. En los países ricos trabajo en lo que me sale y ahorro para seguir viajando».
«Me gusta esta vida, a veces despierto cada día en un lugar distinto. Y a mi familia le gusta que sea así de aventurero», explica. ¿Es hippy?: «Se puede ser nómada sin ser hippy; hay hippies que siempre viven en el mismo sitio; yo me considero más nómada que hippy». Y lo ratifica Tamara, alemana de 33 años, con quien ha trabado amistad estos días que han coincidido en ese particular patio de vecinos formado por las caravanas donde hay gente de vacaciones, pero también personas perfectamente instaladas: se identifica más con el término «alternativa». Ella, que lleva diez años pateándose el mundo, vive en una tienda de campaña: «Alemania es sólo una realidad y yo quería ver realidades diferentes», dice.
Para sostenerse, en los países ricos y con salarios más altos –dice que España no está entre ellos–, trabaja en lo que le sale o vendiendo su artesanía y acumula ahorros para seguir viajando; «tengo una mentalidad económica muy alemana», destaca. ¿Seguirá viviendo así otros diez años?, ¿para siempre? «No lo sé. Disfruto de la vida. Vivo el momento», dice. Aunque, acto seguido, concede que quizás a los 50 años le gustaría haberse comprado un terreno en Colombia para establecerse allí seis meses al año y el resto, seguir viajando. ¿Es peligrosa esta vida para una mujer? Dice que no. Que al revés, que la gente es amable y la ayuda. Y, además, advierte: «Tengo un perro que me defiende». «Sólo dice que esta vida es peligrosa quien no la ha probado», sentencia Wilson.
Un plan vital semejante, nómada y sin planes, lleva la pareja que forman Caro, alemana de 26 años, y Paul (nombre ficticio), escocés de 33 años. Él no quiere revelar su identidad porque está de manera ilegal en Málaga por, dice, culpa de la «locura» del Brexit. La caravana es una forma de vida competitiva para la pareja. Eso es lo que se deriva de los datos que comparte con SUR: un apartamento en Escocia les salía por 1.000 libras mensuales y la caravana les ha costado 15.000 libras, aunque el automóvil es antiguo, tiene treinta años. «Vivir en un apartamento, además de ser caro, implica que no tienes libertad y que tienes que trabajar todos los días», cuenta Paul. ¿Formarían una familia, tendrían hijos en una caravana? La pregunta les deja descolocados; no lo han hablado. No es cuestión de que compartan con los lectores de SUR las expectativas que tienen puestas en la relación sin haberlo conversado entre ellos. No han hecho muchos planes: cuando se conocieron, cuando Caro fue a Escocia a estudiar, se liaron la manta a la cabeza, y llegaron incluso a vivir en un tipi en Portugal. ¿Locuras de juventud?
Beata y Anttoni, Camilla y Claes
Los que sí tienen claro que es algo temporal, antes de volver a una vida normalizada en su Finlandia natal, son el matrimonio que forman Beata y Anttoni, ambos de 24 años. Son estudiantes universitarios y siguen el curso en remoto. Ella estudia Ciencias Sociales; él, Administración de Empresas. La caravana les costó 20.000 euros y la adaptación a sus necesidades, otros 15.000. Se sienten cómodos en ese espacio minúsculo, aunque aprovechado al milímetro.
Foto: Ñito Salas
Beata y Anttoni, 24 años
Finlandia
«Queríamos disponer de un tiempo especial, viajar y vivir aventuras antes de empezar a trabajar».
Foto: Ñito Salas
Beata y Anttoni, 24 años
Finlandia
«Queríamos disponer de un tiempo especial, viajar y vivir aventuras antes de empezar a trabajar».
Beata y Anttoni, 24 años
Finlandia
«Queríamos disponer de un tiempo especial, viajar y vivir aventuras antes de empezar a trabajar».
Foto: Ñito Salas
Beata y Anttoni, 24 años
Finlandia
«Queríamos disponer de un tiempo especial, viajar y vivir aventuras antes de empezar a trabajar».
Cuentan que lo han pagado con las becas universitarias que de otro modo podrían haber destinado al pago de un apartamento. Viven un periodo especial que se han dado antes de terminar sus estudios y empezar a trabajar. Querían viajar, aventuras, acumular experiencias. Sus familias, dicen, aunque les echan de menos, les apoyan. Y se las apañan para estudiar cuatro horas diarias y de momento, dicen, están sacando buenas notas.
Además de estudiantes a distancia, también hay teletrabajadores –o nómadas digitales– que optan por la vida en una caravana, aunque sea de manera intermitente. Mientras Camilla, de 33 años, toma el sol en este veranillo de enero mientras lee una novela, su novio, Claes, de 34 años, está concentradísimo en una reunión telemática con su empresa, que opera en el sector petrolífero noruego.
Foto: Ñito Salas
Camilla, Suecia, 33 años, y Claes, Noruega, 34 años
«Volvemos a veces a Suecia y a Noruega a trabajar presencialmente. Allí mantenemos nuestros apartamentos. Pero no nos gusta estar siempre en el mismo lugar».
Foto: Ñito Salas
Camilla, Suecia, 33 años, y Claes, Noruega, 34 años
«Volvemos a veces a Suecia y a Noruega a trabajar presencialmente. Allí mantenemos nuestros apartamentos. Pero no nos gusta estar siempre en el mismo lugar».
Camilla, Suecia, 33 años, y Claes, Noruega, 34 años
«Volvemos a veces a Suecia y a Noruega a trabajar presencialmente. Allí mantenemos nuestros apartamentos. Pero no nos gusta estar siempre en el mismo lugar».
Foto: Ñito Salas
Camilla, Suecia, 33 años, y Claes, Noruega, 34 años
«Volvemos a veces a Suecia y a Noruega a trabajar presencialmente. Allí mantenemos nuestros apartamentos. Pero no nos gusta estar siempre en el mismo lugar».
Camilla explica que ella es peluquera en Suecia, su país de origen. Cuando vuelve allí, tiene su piso, corta el pelo y peina, mientras que Claes está en Noruega trabajando presencialmente en su empresa. Luego se vuelven a reunir y se echan otra vez a la carretera. «No nos gusta estar siempre en el mismo lugar», dice. En esta última etapa en su camión transformado en vivienda sobre ruedas llevan desde noviembre. En Sacaba escapan del frío nórdico. Cuando nos despedimos de ellos, un grupo de chicos que también viven por allí y están haciendo acrobacias, espeta al equipo de SUR: «Vivimos aquí porque queremos y nos gusta».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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