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En la primera, fechada el 15 de marzo de 2020, prometía «acompañar» y ayudar con lo único que un periodista podía hacer, que ya era mucho: «informar, con todo lo que eso implica». Firmaba el compromiso sagrado con los lectores Teresa Cobo (Bilbao, 1965) , subdirectora ... de 'El Diario Montañés« (grupo Vocento), en forma de una 'Newsletter' que tradicionalmente pone en foco en los asuntos más importantes que ocurren durante la semana pero que en esta ocasión dejaba toda la luz al asunto más importante que había ocurrido en las últimas décadas. Y empezó así, de manera »no premeditada«, a acumular un día y otro y otro, decenas de 'newsletters' que pronto dejaron de serlo para convertirse en una correspondencia casi vital entre personas. A un lado y al otro. Para Teresa, primero. Pero también para esos lectores que cada día esperaban las noticias de aquella periodista que a pesar del encierro terminó por instalarse en la rutina de sus casas y sus familias.
Ese cordón umbilical forjado a lo largo de los días más duros del encierro toma forma ahora en 'Confinados', un libro que recopila el medio centenar de cartas que la subdirectora del periódico escribió a lo largo de siete semanas y media. Al principio con el tono y el pulso que exigía el carácter excepcional de la situación, informar de manera aséptica pero eficaz; y a los pocos días transformándose en una vía de escape que seguía informando, sí, pero que a la vez sostenía.
«Aquello se convirtió pronto en un diario del confinamiento, algo que servía de contrapunto al esfuerzo informativo que implicaba cubrir todos los frentes y que nos permitía reflexionar en un tono más distendido desde diferentes puntos de vista», recuerda Teresa Cobo, siempre al filo de la noticia pero esta vez desde el salón de casa, «muchos días en pijama» y abriendo su hogar y el hogar de sus compañeros a los lectores. Porque en aquella primera carta se anunciaba que 'El Diario Montañés' se mudaba y se dividía por obligación en tantas casas como profesionales trabajan en su sede de Santander, pero «sin alejarse del foco de la noticia».
Tampoco de las situaciones que construyeron las rutinas de todos: los aplausos a las ocho, los 'todo irá bien', los castillos de naipes para convertir el salón en una oficina y el cuarto de juegos en sala de estudio, los gimnasios en cualquier parte y el horno a todo gas para hacer panes y bizcochos que sirvieron para ensanchar algo más que los días. «Se trataba de poner un toque de humor, pero siempre desde el respeto, a esas cartas que poco a poco fueron evolucionando hacia la esfera íntima. ¡Ahí han salido hasta nuestras mascotas!», resuelve la periodista encajando rápidamente el titular de lo que ha supuesto esa experiencia: «Me he sentido más unida que nunca a los lectores».
Y ellos al periódico. Las cartas de 'Confinados' recogen, de hecho, esa comunicación recíproca que pronto se estableció a ambos lados. Teresa escribía y ellos respondían con fotos, con comentarios o con situaciones que se transformaban, al cabo de los días, en otra carta que se tejía en otra y, así, en otra. «Me quedo con gesto de generosidad y de reciprocidad que hemos percibido en ellos», celebra la subdirectora de 'El Diario Montañés', convertida también en la corresponsal doméstica de sus propios compañeros, porque por esas cartas fueron desfilando uno por uno: el redactor jefe de Cultura solo en la redacción, las videoconferencias con el director para decidir la portada, los malabarismos del responsable de informática para que todo funcionara a cientos de bandas y a cientos de casas, la angustia de los redactores en calles y parques antes llenos de vida y en hospitales ahora llenos de muerte... También las cosas pequeñas, como los hijos, los encuadres del salón, los trastos desperdigados por la alfombra e incluso las muletas de Teresa, que en esos días se recuperaba de un edema en la cadera.
«De repente estábamos todos dentro de la noticia», recuerda la periodista subrayando la excepcionalidad de ese protagonismo contra el que se lucha en facultades y en redacciones. En este caso, sin embargo, fue redentor: «Nos dimos cuenta de que por primera vez se agradecía nuestra profesión, que los lectores nos veían desde dentro y que la crítica a la que estamos acostumbrados empezaba a darse la vuelta. Fue recuperar la esencia del periodismo», celebra. El volver al pulso de la calle y la gente aunque fuera encerrados en casa.
También ella ha cambiado su visión de las cosas. Su diagnóstico llega en forma de posdata con todo lo que vino después: los turnos para salir a la calle, las vacunas, las mascarillas y los geles hidroalcohólicos, las curvas de incidencia, las crisis y no sólo la sanitaria, las olas -segunda, tercera, cuarta, quinta...- con las que se daba un paso adelante y dos atrás, la fatiga pandémica, el trabajo a destajo de los sanitarios. Los abrazos al fin. Y el último mensaje, ése que se aprende en positivo aunque el escenario tienda al negro: «Creo que ahora miramos de otra manera, que hemos comprendido que puede que mañana no estemos y, sobre todo, que todos y cada uno de nosotros somos capaces de cosas extraordinarias». También desde el salón de casa.
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