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«Los 'dramones' que vienen son terribles». Lo dice nada más empezar la entrevista. Quizás por todo lo que ha visto desde marzo, el diagnóstico de Francisco José Sánchez Heras (Benaoján, 1979) resulta aún más desolador. Porque a pesar de llevar casi una ... década al frente de Cáritas Diocesana Málaga, de sus 150 Cáritas parroquiales en la provincia y de sus 1.500 voluntarios, este trabajador social no ha perdido el pulso de la calle. Los 'dramones' que ya están y los que se adivinan están sostenidos en historias con nombres y apellidos, pero al final todo acaba entendiéndose mejor con cifras: Cáritas atendió en solo dos meses (del 15 de marzo al 15 de mayo) a 27.331 personas, 5.000 más que en todo 2019. Y eso, con su aviso de que «viene lo peor», funde a oscuro cualquier esperanza de luz al final del túnel.
–¿Tan mal estamos?
–Sí, es muy preocupante. Estamos en la segunda crisis en doce años, que es lo peor que nos podría ocurrir; además, en forma de pandemia. La anterior fue una crisis financiera grande, pero la de ahora viene con un 'paquetón' que ha arrasado con todo. Se han disparado el desempleo y la vulnerabilidad en todos los sectores y este panorama nos preocupa mucho a los que estamos en la acción social porque los 'dramones' que vienen son terribles.
–¿Nos espera lo peor?
–Sí, porque ahora viene algo que nosotros ya habíamos avisado y que es el drama de la vivienda. La ayuda a la subsistencia y a lo inmediato ya la habíamos respondido, de mejor o peor manera, y eso dejó al descubierto que éramos más débiles de lo que creíamos. Pero ahora es cuando viene el drama de cientos de familias con problemas de habitabilidad, de pagos de alquiler, de hipotecas en la que se habían metido familias normalizadas pero que no cobran el dinero de los ERTE y no pueden hacer frente a los recibos, de las habitaciones alquiladas y realquiladas, de los problemas de gente que no está empadronada y que no pueden pedir ayudas... Nosotros estamos verdaderamente angustiados. Por ejemplo, el Ingreso Mínimo Vital está dejando mucho que desear, tiene fallos estructurales: se habló de actuar de oficio con familias que era evidente que lo necesitaban pero la ayuda está llegando a cuentagotas y, sin me apuras, sin cuentagotas.
–Escuchándolo da la impresión de colapso total...
–Sí, y además estamos en una encrucijada importante como país, porque aquí se está hablando de un modelo de desarrollo que sólo va a poner tiritas y que no se plantea el largo plazo.
–Usted ha defendido en los últimos tiempos que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época. ¿Nos ha pillado este cambio mal equipados?
–Creo que estamos en un cambio de época y vamos mal equipados porque no somos capaces de asumir que si de esta no salimos unidos, nos hundimos. Los que estamos en la acción social estamos ya cansados de tanto tacticismo y tanta ideología, de que no se esté tomando en serio y con verdad lo que hay: por ejemplo el incremento del número de personas sin hogar. Con la pandemia las viviendas se han convertido en una barrera, los que tenemos una casa nos hemos sentido protegidos, pero los que no la tienen están al descubierto. Me refiero también a las tremendas trabas burocráticas en materia de derechos sociales y otras muchas cosas. No se está poniendo el interés común por encima de intereses particulares; y ya no se trata de decir 'yo soy de tal o soy de cual' sino de ver lo que es el bien común para todos sin dejar a nadie atrás.
–¿Las instituciones han estado a la altura?
–Pienso que algunas sí lo han estado. Por ejemplo el sistema sanitario está respondiendo, y muchos otros sectores se han dejado la piel en la pandemia. Pero otras estructuras administrativas han dejado mucho que desear.
–Yo le preguntaba por la gestión política...
–Sí, y yo hablo de que lo que deja mucho de que desear es la política y el estado de bienestar. El sistema de protección de servicios sociales no está cumpliendo; sólo hay que ver cómo a Cáritas nos llegan las personas que ya están agotadas de no tener respuestas. Vienen en una situación extrema: no reciben respuestas, no cogen los teléfonos, atienden como si aún estuviéramos en un estado de alarma... El desarrollo de los servicios comunitarios no ha estado a la altura; están siendo poco ágiles y poco resolutivos.
–¿Alguna vez pensó que volvería a su puerta la cola del hambre?
–No, de la forma en que lo estamos viendo, no. Ni en Cáritas ni en un ningún sitio contábamos con el componente de una pandemia. La cantidad de empleos que se han perdido en el mundo de la pobreza y la exclusión es mucho más grave que en otros sectores: son gente que iba al día, en la economía sumergida; que vivía de las migajas de la llamada 'economía formal'. Toda esa infraestructura que había, por ejemplo, alrededor de los hoteles o la hostelería, se ha perdido directamente porque no hay actividad. Eso ha arrastrado a miles de personas que ya antes de esto vivían en una inseguridad permanente.
–¿Cree que se ha puesto demasiado foco en lo sanitario en detrimento de lo social?
–Es que ambas cosas van muy unidas. Es verdad que el foco en lo sanitario se tenía que poner por una cuestión de salud, pero al final esa salud arrastra lo social y la crisis se convierte en sociosanitaria. Las personas tampoco pueden protegerse bien cuando viven en pisos hacinados, o cuando tienen que ir a trabajar porque no les queda más remedio... Por eso el sistema de protección tiene que estar construido sobre el protagonismo de las personas: vuelvo a referirme al Ingreso Mínimo Vital, que tiene que estar vinculado a la promoción y al trabajo digno.
–Es decir, no asistencialista...
–Sin duda, porque esa prestación puede ser de una gran ayuda, pero no podemos acostumbrarnos a esos niveles de precariedad ni a normalizar la pobreza. Tiene que haber una integración y hacer que el ascensor social vuelva a funcionar, que haya una estructura de trabajo digno. Al final, el Ingreso Mínimo Vital no es la panacea.
–¿Cuál es ahora el perfil de la persona que atienden en Cáritas?
–Son personas a las que los ERTES no les han llegado o que han perdido el empleo; no sólo los que ya venían de la exclusión, que siguen llegando, sino personas que pertenecían a la llamada 'sociedad insegura', que antes tenían cierto nivel de ingresos pero que vivían en el alambre y que han ido agotando prestaciones y ayudas familiares. Estamos volviendo a los peores momentos de la crisis de 2008: antes atendíamos a pobres, ahora a nuestros vecinos, a los que nunca habían pedido ayuda.
–¿Tienen la sensación de que han podido llegar a todo a pesar de la avalancha de la que me habla?
–Yo creo que esto nos ha pillado bien equipados y con una respuesta muy testimonial. No quiero hacer diferencias, pero Cáritas tiene la habilidad de no tener una estructura burocrática a la hora de la acción, y en este periodo de pandemia hemos usado la imaginación, la creatividad y la inmediatez para dar respuesta a tantas necesidades. Eso ha dejado en evidencia la estructura de la protección social, creo que, sin nosotros, hubiera habido en muchos casos un estallido social. Nosotros no vamos a ir alardeando, pero sí tenemos que ser justos diciendo que en plena pandemia los servicios sociales han estado saturados y que nosotros, con los medios y la estructura que tenemos, hemos dado respuestas.
–¿En qué situación están las cuentas de Cáritas para dar esas ayudas teniendo en cuenta el esfuerzo que ya se ha hecho?
–La iglesia no ha cerrado nunca, las caridades han seguido funcionando y seguirán haciéndolo. En Málaga estamos pensando en hacer otra aportación extraordinaria y directa para las Cáritas (las parroquias) como la que ya hicimos en abril, que fue de 300.000 euros. El problema es que ahora estamos pagando alquileres para que la gente no pierda sus casas, y no es lo mismo dar 300 euros en alimentación que pagar dos recibos de 900 euros por una vivienda. Son cuantías importantes pero que están cubiertas gracias a la solidaridad de nuestros donantes, que han hecho sus aportaciones a través de la campaña 'Cada gesto cuenta', que sigue abierta. En ese sentido, la solidaridad de los malagueños ha sido impresionante.
–¿En general somos más solidarios o la crisis nos ha encerrado en nosotros mismos?
–La pandemia destapó lo mejor de nosotros. Yo lo llamo la solidaridad de balcón: cada uno compartía lo que tenía y echaba una mano, la crisis nos llevó a empujones a la solidaridad, no porque quisiéramos. Ahora estamos en el 'sálvese quien pueda', en el individualismo... Yo tenía la esperanza de que íbamos a salir más fuertes moralmente, pero ahora hemos vuelto al ensimismamiento. Y la crisis nos demuestra todo lo contrario: que nadie se salva solo.
–¿Me puede decir cómo se consuela a una familia que lo ha perdido todo?
–Es en ese momento cuando hay que destacar el valor de lo humano. Para la persona que viene a Cáritas desahuciada y habiéndolo perdido todo, con la última esperanza de que aquí la vamos a atender, lo primero es la acogida, la aceptación y la comprensión de su situación. La solución no la tenemos, ni tampoco la varita mágica, pero aportamos acompañamiento y trabajo conjunto, afrontando las dificultades y compartiendo los recursos económicos; pero sobre haciéndoles saber que no están solos y que cuentan con alguien.
–¿Cómo se entrenan para eso?
–Son situaciones que necesitan fortaleza, porque estar en primera línea de la acción social tiene un desgaste muy grande. Se mascan la impotencia, la frustración, la decepción y la indignación cuando ves a personas que no pueden tener una vida digna y que vienen a pedir ayuda, que no es fácil. Es verdad que hay gente muy acostumbrada a vivir en el circuito de la pobreza, pero hay otros que no, y esos son los que nos estamos encontrando en estas circunstancias.
–¿Piensa que estamos a tiempo de darle la vuelta a las cosas?
–Sí, sí, estamos a tiempo si existe voluntad política y si no calcamos los errores de la crisis anterior, que fue poner una tirita. Podemos ir a modelos sociales amplios y de calado para que nuevas familias no caigan en la pobreza y a actuar como sociedad en su conjunto, ejercer como vecinos y hermanos. El riesgo está en la tendencia a no hacer un aprendizaje en positivo de esta crisis.
–Algo bueno estaremos haciendo...
–Claro, esta crisis sanitaria ha revelado aún más el valor de los cuidados. Si esta sociedad funciona es por la gente que cuida. Cuando la administración cuida bien de sus ciudadanos, pero también cuando nosotros atendemos a nuestra familia, a nuestros mayores... Es una pena que exista la doble moral del cuidado de la vida: ojalá no tengamos que volver a decidir a quién va el respirador, si para el más joven o para el mayor, porque eso sí que será terrible.
–¿Piensa que hemos estado a la altura de nuestros mayores?
–Pienso que nuestros abuelos vivían menos encerrados en sí mismos y que nuestra generación está muy ensimismada. Somos más egoístas, y sólo sacamos lo mejor cuando hay situaciones límite; pero después vuelta la burra al trigo. Las anteriores generaciones podrían tener sus defectos pero estaban educadas en el descentramiento, que nos hace más felices. Nosotros estamos en otra página, quizás mejor desde el punto de vista del trabajo y de la calidad de vida pero sin el sentido de lo próximo.
–¿Hay alguna historia que le haya golpeado de manera especial?
–(Se lo piensa) Una reciente que además es signo de la sociedad que nos viene: una familia normalizada e integrada, trabajo él y ella, pero la pandemia ha hecho que los alquileres que él ingresaba por locales comerciales y que mantenían a su familia frenen en seco. El único sueldo es el de ella y con eso no pueden afrontar sus gastos fijos. La ayuda que les ha podido dar la familia ya no es posible y eso les ha llevado a la vergüenza de no saber dónde tienen que ir a pedir. ¡Ahora ya no hablamos de la pobreza típica!
–¿Percibe esa vergüenza a la hora de pedir ayuda?
–Sí, sí. Tenemos los dos grupos: los que están acostumbrados y los que no saben ni siquiera explicártelo. Y hay muchísimos. Te escriben por correo electrónico o te llaman, y lo ves...
–Hábleme de su experiencia personal. ¿Ha sentido miedo?
–Sí, en algunos momentos de la crisis, claro que sí. Como humano y como responsable de una institución que se enfrentaba a algo desconocido y sin referentes.
–¿Y se ha sentido respaldado?
–Sí, sí, totalmente. Además a mí lo que me anima es mi espiritualidad, pero eso no quita que no haya sentido miedo. ¿Cómo no voy a sentirlo cuando viene un virus que se lleva por delante a los más débiles y que yo soy el responsable de una institución dedicada al cuidado de los más débiles?
–¿Le abruma la responsabilidad?
–Mira, el viernes 13 de marzo, un día antes del estado de alarma, yo estaba en una casa de enfermos de sida, ya de por sí debilitados por su virus. Y a 200 metros, una residencia de mayores que sabía que iban a estar incomunicados durante semanas. Es algo que no tiene tanto que ver con el cargo como con saber que tú, a través de la organización que representas, estás al cuidado de esas personas. Es saber, por ejemplo, que a las nueve de la mañana teníamos que cerrar el centro de 'Calor y café' y que dejabas en la calle a personas que en pleno estado de alarma no sabían ni dónde ir a orinar. Y nosotros sí nos íbamos a casa... Yo no he olvidado ni uno solo de los días que vinieron después del 13 de marzo. Ninguno.
–¿De dónde saca la fuerza?
–Es que a la vez que miedo me he sentido esperanzado. Y sobre todo con la alegría de saber que la respuesta ha sido abrumadora por parte de la gente de Cáritas. Tenemos una legión de voluntarios que han dado un testimonio impresionante y que se han jugado el tipo, que han negociado ayudas en comercios para hacerle la compra a familias que lo necesitaban, que han llevado comida a mayores solos porque nadie los atendía... ¡La gente llamaba llorando, los teléfonos echaban humo! Y ahora, otra vez, están empezando a crecer mucho las llamadas.
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