El espacio, en el que se quieren consumar transformaciones maravillosas, se ha mantenido aséptico y funcional. Las paredes de hormigón pulido lucen pintadas de negro, las mesas alineadas con la perfección de un enjambre, varias pantallas gigantes, un escenario para charlas, algunas camas gigantes para ... el descanso y luego pequeños espacios limitados en forma de rectángulo, con pizarras sobre las que escribir. A grandes rasgos, un aula moderna de última generación. De esos que dan bien en cualquier presentación y con vistas al patio interior de la antigua Tabacalera. Son las diez la mañana y en las mesas, frente a ordenadores de última generación, están sentados hombres y mujeres de edades que van desde los 20 y pocos hasta los 50 o más. En realidad, no hay límite, aunque la media del grupo está en 29,9 años. Unas 200 personas forman parte de esta «primera piscina». Así se llaman aquí a los grupos que se inician en una experiencia que se percibe a sí misma como revolucionaria. Hay estudiantes de formación profesional, recién graduados, cocineros o trabajadores del sector turístico. Algunos están aquí porque persiguen su vocación. Otros porque tienen ganas de algo nuevo. Buscan una reinvención. Un giro de 180 grados para cambiar su horizonte laboral. Todos tienen algo en común: quieren convertirse en programadores. Aprender el idioma que hablan los ordenadores, el más universal de todo el planeta.
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En 42 Málaga, una especie de 'boot camp', que nace de una iniciativa de la Fundación Telefónica y que cautivó al alcalde Francisco de la Torre cuando se lanzó en Madrid, acaba de abrir sus puertas en la capital de la Costa del Sol. La promesa: una inserción laboral del 100 por 100 para los que logran pasar las diferentes fases y avanzar con éxito. 'We love code' es el leitmotiv. «Amamos el código». Está escrito en las paredes con grandes letras de molde. Aparece impreso en las camisetas que reparten los miembros del 'staff'. La misión que se plantea es ejercer de intermediador entre los estudiantes de 42 Málaga y los empleos del futuro.
Luis Miguel Olivas, director de los campus 42 (hay cuatro en España: Madrid, Barcelona, Bilbao, Málaga), resalta una metodología basada en darle toda la iniciativa a los alumnos. La figura del docente es omnipresente como acompañante, pero no ejerce nunca como protagonista. Los problemas que se plantean se deben resolver por cuenta propia o con la ayuda de los compañeros. «El trabajo en equipo lo es todo. En la vida te encuentras con el problema y de ahí sacas el aprendizaje teórico. Pues 42 Málaga es más parecido a la vida que a la docencia académica», resume.
Daniel Rosas, 29 años, es uno de los alumnos de 42 Málaga. Se enteró de esta campus a través de un amigo que, a su vez, se enteró de otro amigo que vive en Suiza. Hasta hace unos meses trabajaba de cocinero. Un oficio, recuerda, al que abrazó con vocación cuando aún era adolescente. Ahora busca jubilarse de otra cosa. Si puede ser, con un trabajo que le ofrezca más estabilidad y unos horarios algo más benignos. «Levantarte por las mañanas e ir a un trabajo que no te gusta es lo peor. Sé de lo que hablo», dice en señal de afirmación.
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El primer día fue uno de los últimos en salir de aquí, a eso de medianoche. Es otra de las características de 42 Málaga. Tú eres el dueño de tu tiempo. Algunos trabajan por las mañanas y vienen por las tardes o al revés. Flexibilidad no es solo una promesa, es un mandamiento, muy en sintonía con lo que se estila en las empresas que conforman el ecosistema tecnológico. El mismo que en Málaga expande cada vez más sus raíces. Cuando se le pregunta por sus nociones previas sobre programación, Daniel niega con la cabeza.
42 Málaga penetra así en una oportunidad de mercado: por un lado están los alumnos que ven en este campus una oportunidad para acceder a un empleo bien pagado, moderno y con buenas perspectivas de futuro. Por otro, las empresas que buscan estos perfiles digitales.
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Y cada vez se buscarán más. La razón se podría simplificar así: una cafetera hace cafés, un ordenador ejecuta programas. ¿Por qué estamos en la era de los ordenadores y no en la de las cafeteras? La pregunta solo es aparentemente estúpida. Un ordenador puede realizar casi todo lo que se le demanda. Puede enviar imágenes de un lado del mundo al otro. Puede facilitar cualquier tipo de documento e imprime entradas para ver un partido de fútbol en La Rosaleda. En los países desarrollados ya no queda ningún espacio de la vida que no esté relacionado en mayor o en menor grado con un ordenador.
En una de las filas se prepara para hacer un ejercicio José Moyano. Centra la mirada concentrada a la pantalla que tiene delante de él. Con 37 años, este sevillano, hasta hace poco, se encargaba de concebir ofertas y paquetes en una agencia de viajes. De programar, admite, no tiene idea alguna. De momento. Los códigos resplandecen en rojo, azul y amarillo. «Para encontrar la solución a los problemas es fundamental el trabajo en equipo», resalta otra vez Luis Miguel Olivas, el director de 42 Málaga. José se gira la mirada y le pregunta a Celia López, que está sentada a su lado. Esta malagueña de 23 años se acaba de graduar en Economía y Negocios Internacionales. «He estado haciendo prácticas en una empresa y ahí me di cuenta que todo está automatizado», señala. Así decidió enrolarse en este campus. Cree que es una inversión a futuro.
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El marco, con su libertad, es a la vez rígido. En 26 días se decide qué alumnos pasan a la siguiente fase. Lo que se pide de ellos y cuáles son los criterios que deciden... Eso lo desconocen. La intuición permite pensar en lo siguiente: programar y trabajar al mismo tiempo según metodologías ágiles y flexibles. Es lo que demandan sus empleadores de mañana. La esperanza: quien haya adquirido experiencia en 'pair programming', es decir, programar en equipo, habrá adquirido las competencias para desenvolverse con soltura en el puesto de trabajo.
Para entenderse con la máquina se requiere de un idioma que sirve para hacerse entendible. Quien aprende a hablarlo, se convierte en el dominador de la máquina, como alguien que habla ruso encuentra su camino por Moscú. Solo que la red de ordenadores en estos momentos ya es no solo más grande que Moscú o que Rusia entera. Abarca el presente y, a través de lo que tiene almacenado, también el pasado. Incluye además el futuro, que se deja calcular y escalar con la ayuda de los ordenadores. Eso significa que un programador tiene potencial para convertirse en alguien poderoso. Lo que se hace con ese don, depende de lo que haga cada uno. En 42 Málaga lanzan una apelación final: «También necesitamos una ética digital».
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