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Ana Milán (Victoria) llega reluciente con un traje de terciopelo azul a la mesa y se derrumba sobre el sofá donde Joaquín Reyes (Richard) y Carlos Chamarro (Palacios) bromean sobre sus hijos. «¿Qué creéis que me hizo ayer el mío? 20 años tiene el tío. ... Once de la noche: 'Mamá, espero no haberte despertado, pero es importante'». Respingo de madre, efectivamente acostada. «Sólo quería que me dijeras un sitio chulo para ir a cenar», sonó al otro lado del teléfono. «Vaya, que lo hubiera matado si no hubiera sido porque con el 'gracias, chao' ya me estaba colgando», dice haciendo un gesto tan Victoria como Milán.
Joaquín y Carlos sueltan la primera carcajada. «Le tendrías que haber dado una raqueta cuando era pequeño», dice Palacios, el hombre de las camisas de manga corta pero hoy también reluciente con un traje rosa chicle. «A mí me la dieron pero no sirvió de nada», se conforma Richard dando un sorbo a su Coca Cola Zero.
Es domingo, son las once de la mañana y el fondo de la cafetería del AC Málaga Palacio se ha convertido en un escenario más parecido al 'speed dating' –ese formato de citas rápidas en la que conoces a la tuya 15 minutos y luego vas a la siguiente– que al pasillo de 'Camera café', la mítica serie sobre una oficina que arrasó en audiencias pero que hace 13 años apuró su último sorbo. Ahora se estrena en el festival convertida en película y con Ernesto Sevilla al otro lado de la cámara y de la máquina de café. También él llega al sofá. Lo acompaña Arturo Vals, Quesada para los más cafeteros; y la idea es hacer una entrevista a varias bandas. 'Spoiler': es imposible.
–Venga, ¿qué vamos a tomar?
El camarero anota la coca cola de Reyes, un par de aguas con gas y dos cafés. Eso sí, uno con leche de soja y otro sin lactosa, que para eso hay ya más variedad que en el antiguo azulejo del Café Central. La comanda ilustra el signo de los tiempos, y no porque el encuentro sepa a descafeinado –más bien al contrario, sigue ganando el cargado–, sino porque los empleados de aquella oficina de locos han crecido «y se han ido adaptando», dice Reyes.
«Fíjate que hasta los guionistas de la película me han dotado de humildad e inteligencia», bromea Vals mientras le da vueltas a su personaje de Quesada, un tipo caradura, que se escaquea y profundamente machista al que hoy, trece años después, se le han bajado un poco los humos. «Quizás hoy no podríamos haber sido tan excesivos», razona el acosador de Mónica (Carolina Cerezuela) entrando de lleno en el terreno de la corrección política. Ana Milán le corta en seco, igual que lo haría Victoria: «Pero me parece que con eso hay que tener cuidado, porque el humor no tiene límites, los pones tú; y también se pueden mostrar personajes que son machistas y tontos del culo». «Bueno, bueno, lo importante es que se vea que el personaje tiene un viaje», tercia Reyes con segundas. «Lo dices por el tripi», se ríe Vals a la primera.
La reunión con los actores y en torno a los cafés con leche de soja es como ir apretando los botones de la máquina expendedora: con dudas sobre lo que va a salir de ahí. Pero en ellos fluye todo de manera natural. Es el otro signo de los tiempos, porque gracias a las redes sociales no han tenido la sensación de distancia. «¡Que vemos lo que hacemos todos en Instagram!», dicen todos. Aun así, Milán entra de lleno en el «recuento marujo»: «Mi hijo ya estaba en el mundo de una manera muy clara, pero Joaquín fue un 'papá Camera'. Me acuerdo que le regalamos una cunita amarillita con pajaritos y un trenecito», dice generosa en diminutivos. «Arturo se embarazó allí y yo también fui 'papá Camera'», amplía Carlos.
–«Pues yo tengo un perro», termina la conversación Sevilla, al frente de un equipo que se lo ha puesto todo «muy fácil». «Se tenían muy bien aprendidos los personajes, imagínate», celebra sobre su ópera prima con un largometraje. El pasillo de esa oficina ha vuelto a mezclar, como en un buen café, a la intensa, al vago, al caradura, al bruto, al disperso, al torpe, al filósofo, al profesional del escaqueo y a la tiquismiquis. «Vaya, a la panda de inútiles», resume Ana Milán desde los tacones de Victoria. «En eso soy como mi personaje: me desespera la torpeza del otro. Los hubiera estrangulado».
– ¿A quién estrangularía ahora?
–«Uy, yo entraría en el Congreso y me quedaría sola. Pero cada vez a menos gente (...). Los años te van haciendo más permisiva».
El Congreso y los políticos. Quizás uno de los éxitos del 'Camera Café' en serie y en serio fue que no había chistes sobre política. Sin esos callos que no se pisan y que amargan hasta el café se camina por moqueta y no por piedras. «Y eso que en la película sobrevuela el personaje de Albert Rivera, que es el ídolo de Quesada. ¡Tiene gracia que su ídolo sea un tipo al que han echado por vago!», se ríe Reyes.
La delirante oficina también guarda un hueco para el instagramer, influencer y toda la terminología que sigue a Ibai Llanos, de cuerpo presente en un cameo «haciendo una cosa que hace muy bien, que es comentar; y otras surrealistas como un campeonato de globos o de canicas», desvela Vals. En la película ha muerto, sin embargo, Bernardo, el tipo gris y tierno enamorado de Cañizares, cuyo intérprete (César Sarachu) no pudo cuadrar su agenda para incorporarse al rodaje. «Por supuesto que le mandaremos la peli para que la vea», avanza el grupo, que se ha quedado con ganas de más rondas de 'Camera Café'. «Sí, por qué no, nos ha encantado ese nuevo aire que le ha dado Ernesto Sevilla. Además, es increíble que haya tenido el ego justo para dar a los actores el lugar necesario para moverse, que no es muy habitual», admite Milán.
Pero antes hay que disolver el azucarillo de esta primera entrega en formato película y ver si deja dulce el paladar. Por el momento, el viaje arranca en Málaga, en este festival que conocen casi tan bien como su oficina. «¿Que en qué lugar de la ciudad pondríamos la famosa máquina de café? ¡Ostras!, en las fiestas que es donde pasan las cosillas», se frota las manos Reyes. Los demás se ríen. Acaban de dar el último trago y toca apretar el siguiente botón de la máquina.
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