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Que la calle Larios se convirtió, nada más construirse, en una de las calles más elegantes y singulares de Europa no es una afirmación gratuita. La razón de que aún hoy mantenga ese privilegio en el callejero hay que buscarla en la planificación ... y ejecución de la obra: en ella se invirtieron cuatro años y el trabajo de más de un millar de obreros, que le imprimieron ese sello de vía exquisita y lujosa además de conseguir que el proyecto pasara a la historia local como una de las operaciones urbanísticas más ambiciosas de todos los tiempos.
Las doce manzanas de edificios simétricos, con sus esquinas proyectadas en curva y la genialidad arquitectónica de que todas y cada una de las líneas de sus cornisas y balcones coincidieran en un punto de fuga al final de la calle, son sólo algunos de los detalles que le han permitido entrar en los libros de historia. También fue la primera vía de la ciudad en contar con comodidades inalcanzables para la época, como los suelos hidráulicos, el saneamiento propio, el agua corriente y los dos baños por vivienda; o la orientación de los edificios para que permitieran la entrada de sol en invierno y la evitaran durante el verano.
Pero a pie de calle, en el exterior, también hubo una curiosidad que quizás pocos recuerdan: el suelo original era de madera. Sí, han leído bien: no a modo de parqué tal y como hoy lo conocemos pero sí conformando un entramado de punta a punta gracias a un entarugado de este material que provocó el asombro de todos. Su delicadeza era tal que los malagueños no tardaron en apodar la calle como 'el salón de baile'.
El mimo de la familia Larios en la construcción de la avenida quedó rematado con este pavimento excepcional, que además de reforzar el aspecto señorial del conjunto desde el punto de vista estético reunía otro importante valor: el suelo de madera absorbía el ruido de las llantas de coches y carros, sin duda un atractivo más para los vecinos que comenzaron a mudarse a sus lujosas viviendas.
Aquel confort en el paseo cotidiano exigía un cuidado máximo, por eso las autoridades municipales no tardaron en fijar las normas de uso: la más llamativa, la relacionada con los animales y el peligro que estos podían representar para la superficie. El paseo con las mascotas y otros animales quedó vetado para que éstas no hicieran sus necesidades en el suelo de madera, y tampoco se permitió el establecimiento de paradas para carros de tracción sangre (tirados por caballos) para evitar que estos dejaran fijado su 'recuerdo' sobre el delicado suelo mientras estaban estacionados.
Sin embargo, aquella seña de identidad tan peculiar duró poco tiempo. La humedad en la zona, acentuada por la cercanía con el Puerto, fue levantando y deteriorando poco a poco los tarugos de madera; aunque el 'golpe de gracia' definitivo llegó en septiembre de 1907 con una devastadora riada tras el desbordamiento del Guadalmedina que ha pasado a la historia popular como la 'riá'. La formidable tromba de agua dejó una imagen de desolación en toda la ciudad, y de sus efectos tampoco quedó libre la calle Larios, que vio cómo en cuestión de minutos el suelo era levantado y arrastrado hacia el mar. Tras las inundaciones, el pavimento fue sustituido por otro de granito, dejando atrás el escaso periodo de 16 años (la calle fue inaugurada en agosto de 1891) en que los malagueños pudieron disfrutar del lujo bajo sus pies. Lo que no hicieron los animales lo hizo la naturaleza...
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