Los niños, con sus preguntas, iluminan el mundo. Rozaba el mediodía, y el espléndido belén de la Hermandad de El Sepulcro (calle Alcazabilla, 5) empezaba a bullir con miradas curiosas. Encontrar este año el nazareno, vestido con el negro característico de la hermandad, es todo un juego de cristales y más difícil que nunca. Uno de esos escolares que lo buscaba y lo daba por imposible, preguntaba inocente: Papá, ¿dónde están los pastores que salen en el belén? Entonces, el progenitor intentaba, pedagógico, explicarle que suelen vivir en las montañas, cerca del ganado que cuidan y que es una profesión muy antigua. Tan ancestral, que de ella dan cuenta los nacimientos, de un Niño Jesús que vino al mundo hace más de 2.000 años. Entre otras curiosidades, el oficio de pastor está vías de extinción y la ganadería extensiva es hoy día uno de los bienes más preciados del mundo moderno. Aunque, como algunos están dispuestos a volver a los orígenes puede que, con el paso del tiempo, acabe retomándose con más fuerza.
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El belenismo es un arte que cada año recala en Málaga en más de medio centenar de nacimientos (de los que da cuenta el Ayuntamiento de Málaga en una guía ), cuyas hermandades, asociaciones, o colectivos muestran por estas fechas su trabajo, que suele albergar laboriosas horas como las que les dedican los pastores a su ganado. En el Sepulcro, donde también hay un mercadillo benéfico, Paloma Ramos y Conchita Ankersmit cuentan cómo los farolillos están hechos de los envases de los huevos, un tapón es una olla o que las figuritas las han pintado una a una a mano. El reciclaje como bandera.
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El nacimiento del Ayuntamiento, bien cerca, tiene el adjetivo de monumental porque refleja todas las escenas del evangelio sobre el nacimiento de Cristo a gran escala, y es uno de los lugares preferidos de visita por los malagueños, al igual que la Catedral. No se pierdan la escena de Roma, la panda de verdiales de Los Montes de Málaga, las jábegas a la orilla del Mediterráneo, el espetero o la bien trabajada inmensidad de Egipto. Busquen, si pueden, el caganer, que el técnico de Fiestas, Fernando Wilson, esconde todos los años estratégicamente con mucho arte. Dicen que da suerte. Las colas ayer en los nacimientos de la Catedral y del Ayuntamiento bien hablan de la devoción que despiertan.
La hermandad de la Cena (calle Compañía, 44) aprovecha las construcciones de edificios para darle vida a su belén, mientras que el de la Archicofradía de Dolores de San Juan, que se expone en el museo Carmen Thyssen hace uso de una gran montaña, a modo de sierra, y sitúa en lo más alto una torre. Los pastores, una vez más, son santo y seña. En la escena del nacimiento es singular que la Virgen María esté recostada junto al Niño Jesús. Su cara denota el cansancio de haberle traído al mundo, y lo cierto es que esta actitud tiene más sentido que la de los clásicos portales en los que está felizmente de pie viendo a su retoño en el pesebre. San José, a su vera, se muestra preocupado, y se le ve atento y concernido tras el parto. En los tiempos que corren, con el feminismo por bandera, muestran un belén inclusivo, lleno de definitivas dosis de realidad. Como la vida misma. Una genialidad que roza la matrícula.
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