Borrar
Jóvenes participantes en el programa Pamex. SUR
Un aula de segundas oportunidades

Un aula de segundas oportunidades

El proyecto Pamex cumple dos décadas ayudando a menores que son expulsados temporalmente de sus institutos a reconducir su vida académica y personal

Lunes, 31 de marzo 2025, 00:21

Peleas con los compañeros, discusiones con los profesores, lanzamiento de piedras al patio o el uso indebido de los extintores le llevó a una acumulación de partes por mal comportamiento y, al final, a su expulsión del instituto. Hasta 15 veces en dos años. Juan (nombre ficticio), que cursa primero de la ESO, no se siente orgulloso. Al contrario. A sus 13 años no le cuesta admitir que, en la mayoría de los casos, el castigo fue «justo». En su interior, sentimientos encontrados, porque la «alegría» por no tener que acudir a clase durante varios días lidia con la «tristeza» por haber defraudado a sus padres.

Para algunos menores se convierten en unas vacaciones de días o semanas, que incluso propician para permanecer a su aire en casa mientras sus padres están trabajando. Una reiteración de expulsiones que puede llegar a cronificarse al descubrir el alumno que se está mejor fuera del aula y derivar, por tanto, en una absentismo encubierto. A la vez, los padres se ven impotentes para manejar una situación difícil de reconducir sin ayuda.

Hace una década, concretamente en el curso 2010-11, un grupo de profesionales decidió tender una mano a progenitores y centros educativos a través del Proyecto de Atención a Menores en Expulsión (PAMEX), impulsado por la Asociación Cívica para la Prevención. Desde entonces, un centenar de estudiantes pasan cada curso por sus instalaciones situadas en el Centro Ciudadano Rafael Dávila, en Cruz de Humilladero, y 36 institutos de Málaga se han adherido al programa de una asociación sin ánimo de lucro nacida hace 32 años para la prevención y tratamiento de adicciones.

Este proyecto de acompañamiento socioeducativo busca cambiar la conducta del menor expulsado, con implicación de la familia y el instituto. Éste es el primero en dar la voz de alarma y poner todas las opciones sobre la mesa, porque cuando le comunica a la familia la expulsión de su hijo, le ofrece la posibilidad de acudir a esta aula de expulsados en lugar de que permanezca en casa. «Si acepta, el centro recibe un acto de derivación, citamos a la familia y al alumno y los entrevistamos para conocer la situación familiar y con más detalle los motivos de la expulsión. A partir de ahí, trabajamos durante el tiempo de expulsión, que puede prolongarse entre 3 y 29 días, las habilidades para la resolución de conflictos, la comunicación, la discriminación, uso de sustancias... tratando de ir al origen que motivó la expulsión para abordarlo y evitar que se repita», expone Sara Olivares, psicóloga en la asociación desde hace ocho años.

La punta del iceberg

Para el profesor de la UMA e impulsor del proyecto, Rafael Arredondo, los motivos que conducen a la expulsión del alumno son solo la «punta del iceberg». «Bajo el mismo se esconden las variables que causan ese comportamiento disruptivo y que hay que analizar para poder intervenir y lograr modificarlo. Entre ellas pueden estar la propia familia, las redes sociales, la falta de habilidades sociales del alumno, la desmotivación y el aburrimiento en clase, el consumo de sustancias o una necesidad de escucha, entre otros».

Por eso, los alumnos que pasan por esta aula, más allá de dedicar una primera hora a tareas académicas para no quedarse atrás en el temario, trabajan con un pedagogo y un trabajador social (también hay una psicóloga) todas esas causas, aunque como reconoce Olivares «es difícil cambiar una conducta disruptiva en 29 días cuando la arrastran desde niños». Aun así, asegura que en los controles de seguimiento que posteriormente realizan del alumno, una vez se ha incorporado a su instituto, comprueban que ha habido cambios en un 60%.

Pero el éxito de este acompañamiento socioeducativo para que estos menores expulsados corrijan su conducta no se entendería sin la implicación de las familias, con las que se mantienen entrevistas durante el periodo de expulsión, y los propios centros educativos. ¿Objetivo? Además de prevenir el absentismo y el fracaso escolar, se trabaja coordinadamente para evitar el abandono prematuro del sistema educativo.

En la actualidad, este proyecto cuenta con el apoyo económico de la Junta de Andalucía, de la que recibe unos 5.000 euros. También, y según fuentes municipales, el Ayuntamiento de Málaga colabora con una subvención de 19.500 euros para el programa de menores expulsados y de Aula Abierta. Esta última va dirigida a esos estudiantes que dejaron sus estudios, pero deciden reengancharse posteriormente. «Algunos de ellos han vuelto años después a contarnos que han encontrado trabajo y a agradecernos lo que hicimos por ellos; no hay nada más gratificante que eso», expresa Olivares.

En Málaga, también la asociación de vecinos Mangas Verdes recibe otra ayuda de 5.786 euros para su Proyecto Integral de menores Expulsados y su Retorno a las Aulas. No son las únicas iniciativas. También las hay en la provincia, concretamente, en Benalmádena, donde por segundo año consecutivo su ayuntamiento ha impulsado el Aula de Intervención Socioeducativa, que tiene como objetivo fundamental favorecer la conciliación de las familias con niños y jóvenes de Educación Secundaria «que no saben qué hacer con estos menores durante su periodo de expulsión», expone la profesora Carmen Rico. Ella, junto a una psicóloga, trabajan, al igual que en Málaga, con los menores en aquellas áreas que mejorarán la reincorporación al centro educativo (habilidades sociales, educación en valores o control de impulsos, entre otros).

El proyecto comenzó su andadura el pasado mes de diciembre en el Edificio Innova y continuará hasta el próximo día 30 de junio. Los estudiantes son derivados por los cinco centros de enseñanza pública de Secundaria del municipio: IES Al-Baytar, IES Cerro del Viento, IES Benalmádena, IES Arroyo de la Miel y el IES Poetas Andaluces. Durante este tiempo realizan sus tareas de expulsión, técnicas de estudio y se trabaja en la identificación y corrección de conductas inapropiadas, así como en reforzar buenos hábitos. «Estos jóvenes presentan conductas disruptivas muy interiorizadas, que pueden llegar a generar un conflicto en clase. Esto se aprovecha para identificar el problema y trabajar entre todos para solucionarlo», subraya.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Un aula de segundas oportunidades