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Narciso Díaz de Escovar la presentó así: «Cerca de Puerta del Mar existía una manzana de casas ocupada por figones y tabernas, asilo de gente ... de mala vida (…). Estaba en el sitio que ocupa hoy parte de la calle de Herrería del Rey». Con esa breve introducción, el escritor, periodista y abogado enmarcaba un lugar a medio camino entre la historia y la leyenda del que se conservan datos escasos pero que ha sobrevivido a los siglos como uno de los epicentros de la picaresca española. Ese símbolo urbano existió, estaba en Málaga y era conocido como la Isla de Arriarán o Riarán. Su origen hunde sus raíces en la conquista de Málaga por los Reyes Católicos, que a medida que sumaban gestas iban repartiendo los territorios a sus colaboradores más cercanos en agradecimiento a su labor militar. Eran los llamados 'Repartimientos', que en el caso de esta pequeña pastilla de terreno al otro lado de la muralla original de la ciudad correspondió a don Garci López de Arriarán, caballero nacido en Vizcaya y capitán de la armada «que prestó excelentes servicios en la conquista de esta ciudad».
Algunos estudios, como el firmado por la catedrática, historiadora y medievalista María Teresa López Beltrán, aportan detalles significativos sobre el que se convertiría en propietario de esta manzana extramuros, aludiendo también a su condición de armador «e incluso corsario». Con ese aval, y gracias a su colaboración, «fue generosamente recompensado por los Reyes Católicos, quienes el 22 de diciembre de 1488 le hacían merced vitalicia de tres casillas, cuatro tiendas pequeñas y un corral a las espaldas que se hallaban en la ribera de la mar, en saliendo a la Puerta del Mar a mano derecha», según se recoge en el histórico documento.
A pesar de que ha llegado a nuestros días como una 'isla', esa manzana urbana separada del resto de la población no era tal, salvo por su proximidad al mar y a la franja de costa que posteriormente sería ganada para la ciudad gracias a la construcción de la Alameda Principal. Eso sí, pudo ser considerada una 'isla' por su condición de terreno en el que no se aplicaban las leyes de la época, una circunstancia que generó no pocos enfrentamientos entre Garci López de Arriarán y las autoridades locales. «Para colmo -añade López Beltrán- había construido casas, tiendas, mesones y tabernas, tapiando y cercando todo el conjunto edificado a modo de isla (en la documentación histórica aparece como 'ysla de la puerta del mar'), haciendo caso omiso a la reglamentación municipal y convirtiendo aquel espacio en una auténtica zona franca no controlada por el poder concejil».
En efecto, la isla de Arriarán era conocida por la ausencia de unas leyes que sin embargo sí se aplicaban de murallas hacia dentro. Y en esas circunstancias, el carácter del propietario no hacía más que alejarla de los usos y costumbres de la época. Así se recoge en la página especializada 'Historia de Málaga', que no escatima detalles sobre el carácter excepcional de este territorio: «Allí la ley era otra, y por lo tanto podía acoger libremente a toda la chusma que se enrolaría en los barcos, también de su propiedad (de Garci López de Arriarán), y se haría a la mar para abordar navíos turcos o argelinos, o para asaltar las costas marroquíes durante la noche y capturar a niños indefensos y mujeres que luego vendían en Málaga como esclavos (…). La chusma podía vivir años enteros al margen de la ley, pasando del mar a las posadas de la isla y de éstas a las costas norteafricanas, sin que sus nombres fueran registrados en censos de población ni en padrones fiscales».
De hecho, de la docena de casas que tenía la isla, más de la mitad eran oficialmente tabernas, aunque probablemente encubrían multitud de negocios más o menos ilegales. Algunos documentos históricos se refieren, incluso, a la existencia de prostíbulos, cuyo control escapaba a las autoridades de la ciudad a pesar de que hay que recordar que la prostitución estaba regulada en tiempos de los Reyes Católicos e incluso se cobraban impuestos por esos intercambios carnales.
Todas esas circunstancias excepcionales convirtieron la isla de Arriarán en un símbolo al margen de la ley que fue conocido no sólo en Málaga, sino más allá de las fronteras locales. Sus gentes y costumbres fueron objeto de referencias en escritos universales, caso de 'El Quijote' de Miguel de Cervantes, en cuya primera parte (capítulo tercero) se la recuerda junto con el barrio de El Perchel: «...los Percheles de Málaga, islas de Riarán...». Igualmente, Díaz Escovar recuerda que «el aplaudido y modesto autor dramático del siglo XVII don Francisco de Leyba Ramírez de Arellano la mencionó en sus comedias. En ella también tuvo asilo aquel aventurero Agustín de Rojas Villandrando, poeta, comediante y autor del elogiado 'El viaje entretenido', en los días en que su mala ventura, o sus locuras juveniles, le arrastraron a la vida de rufián, que él mismo describe en su sincero prólogo».
Más allá de los libros, aquel espacio al margen de la ley cambió de manos y de propietarios a lo largo de casi dos siglos, aunque sus costumbres siguieron forjando su carácter simbólico. El golpe de gracia a la isla de Arriarán no llegó, sin embargo, de manos de las autoridades, sino de un terrible temporal que el 20 de febrero de 1632 arrasó parte de sus casas. El resto quedaron expuestas a los rigores de la mar y a los continuos aportes de arena que, finalmente, dejaron sepultada su historia y su leyenda pero que abrieron, en paralelo, un nuevo capítulo: el nacimiento de la esplendorosa Alameda. Aunque ésa ya es otra historia.
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