Detalle de la placa que recuerda en Tabacalera al concejal Garrido Moraga, en la imagen pequeña salvador salas

Antonio Garrido, el hombre que fue una plaza

Málaga cuenta desde hace unos días con un nuevo espacio para recordar al profesor, concejal y parlamentario; también al tipo culto y brillante. Desde Tabacalera, su legado sigue abrazando la ciudad, igual que se hace en las plazas

Miércoles, 16 de marzo 2022, 12:17

Los entornos que se eligen para recordar a las personas dicen mucho de cómo fueron en vida. Antonio Garrido es hoy una plaza. Las plazas son anchas, abrazan, invitan a la reunión y al debate. En las plazas ocurren cosas divertidas y profundas, por eso quizás al profesor Garrido una simple calle se le hubiera quedado pequeña. La suya, recién rotulada, se alza entre Tabacalera y calle Pacífico, en un nuevo espacio urbano que representa la metáfora perfecta de lo que el profesor, concejal, parlamentario, cofrade y hombre culto y brillante hizo por su ciudad.

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Porque Antonio Garrido fue también una plaza en vida. Un ágora, seguro que me corregiría. Un refugio donde construir y aprender, a veces sólo por el placer de echar el rato; donde proteger a su legión de amigos y afectos y a los que se iban incorporando, por las rendijas, aquellos que se cruzaban en su camino. Como plaza que fue, en sus contornos se acumulan las anécdotas y los carteles. «Malagueño, culto, pedagógico, con una imagen clara de lo que tenía que ser la ciudad, cofrade, activo, ilusionado, participativo, brillante, un gran narrador. Alegre y divertido». Al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, se le agotan al recordar al que muchos consideran el mejor concejal de Cultura que ha tenido la ciudad en los últimos tiempos: apenas dos días después de morir -el pasado 15 de enero se cumplieron cuatro años- el propio alcalde ya puso sobre la mesa la necesidad de que el espacio proyectado en uno de los flancos de Tabacalera llevara su nombre. «Era muy adecuado por tener una relación estrecha con la Málaga cultural y tecnológica a la que él estuvo tan vinculado», añade el regidor. El 19 de febrero de 2018 se aprobaba en la Comisión de Calles que la futura plaza abrazara bajo el nombre de Concejal Antonio Garrido Moraga, aunque no haya sido hasta principios de este mes cuando se ha rotulado con su nombre porque había que finalizar la urbanización de la zona y cerrar el necesario capítulo administrativo con el CEMI.

Adecuada también porque la plaza está cerca del barrio donde Garrido tapizó su hogar de libros, documentos y reconocimientos acompañado de su mujer, Sonia, y de su hija pequeña, Mencía, a la que temió dejar demasiado pronto y que en apenas diez días pasó de la ilusión de un Día de Reyes a colocar simbólicamente la pajarita de su padre en el altar de la Esperanza (ay, su Virgen de la Esperanza) durante su funeral. Ambas celebran la cercanía física de ese espacio y aún más del recuerdo, porque el de ahora es, dice Sonia, «un reconocimiento increíble del que nos sentimos muy orgullosas». A ella también se le agotan esos méritos del marido, el padre y el hombre; y aunque disfrutó acompañándolo a todos los sitios «donde lo llamaban», con su marcha dio un paso atrás y quiso vivirlo desde la retaguardia. «Cuando él se fue yo lo hice con él, aquello era sólo suyo. Y de la ciudad», recuerda su viuda enhebrando una anécdota con otra y perfilando al tipo disfrutón, familiar, generoso y leal. «Nunca presumió de nada a pesar de su personalidad arrolladora, en el momento en que cerraba una etapa huía del foco y se ponía a ayudar en la sombra. No sabía decir que no y tenía mucha mano izquierda, sabía convencer al que tenía en frente».

Esa capacidad de persuasión «desde el profundo conocimiento de las cosas» la vivió en primera persona Juan Antonio Vigar, quien recuerda que a su llegada como director del festival de cine, Garrido lo apoyó «e influyó para que se me diera la confianza». Desde ese «afecto profundo» que los unió durante años, ambos impulsaron el debate -nada menor- de cambiar el nombre de Festival de Cine Español por el de Festival de Cine en Español. ¿Adivinan? Ganó la tesis de Garrido: «Recuerdo unos textos profundamente reflexivos que envió sobre el asunto y que fueron determinantes para tomar la decisión». Vigar extrae además una cualidad suya que hoy, a medida que se van perdiendo zonas de confort y de antiguas normalidades, cotiza al alza como el mejor de los combustibles: «Tenía la capacidad de enlentecer el vértigo de los días».

Porque además de una plaza, Antonio Garrido fue un monolito. También lo es hoy en la ciudad, en sentido literal. Ahí no me corregiría, pero probablemente soltaría un juego de palabras brillante y no por facilón con menos clase. Firme y rotundo, su legado forma parte del paseo de las estrellas que recuerdan, en el paseo marítimo de su amigo Antonio Banderas, a todos los que han brillado en el festival de cine. Porque no es que él brillara: es que él le dio a luz cuando Málaga apenas comenzaba a desperezarse como una ciudad de cultura capaz de complementar a la deslumbrante industria del turismo. Él supo ver como nadie que repartir el foco no divide la luz, sino que la multiplica. Y logró poner de acuerdo a derecha y a izquierda y sacarse de la manga un festival cuando no había absolutamente nada. Por eso quizás chirría que no se haya programado un solo acto en la interminable agenda del certamen, a punto de inaugurar su 25 edición, para hacer reunión y fiesta en torno a la plaza en memoria de quien lo impulsó. Que el final de esta película sea un operario colgando una placa hace unos días y un 'The End'.

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De los tiempos buenos y efervescentes con Garrido habla también Gemma del Corral, compañera de corporación, amiga, y edil de Cultura cuando él falleció. Uno de sus últimos trabajos al frente de la delegación fue, de hecho, ratificar la concesión de la plaza al concejal. Y uno de sus últimos recuerdos con él fue unos meses antes de morir, cuando ella presidía el descubrimiento de una placa en la casa natal del pintor Eugenio Chicano: «Allí se vino para darme las gracias personalmente porque unos días antes le había conseguido una entrada para ir a ver el ensayo general de la ópera 'Turandot'. ¡Sólo por eso, que era un ensayo general!». «Me sorprendió un agradecimiento tan profundo -añade- hasta que me dijo que, en realidad, en política, no todo el mundo era tan amable».

El Garrido agradecido. También el de las bromas y el del sentido del humor «fino y extraordinario». A la plaza de su recuerdo se suma Pedro Luis Gómez, exdirector de Publicaciones de SUR pero aquí y ahora por ser el «hermano que eligió Garrido». Y viceversa. En su boca, el «se le echa mucho de menos» no es el recurso fácil del que se tira cuando alguien se ha ido y la memoria pesa: «Fue un privilegio vivir tantas cosas con él; sabía escuchar, no se cansaba, a pesar de que su cultura era muy superior al resto». Recuerda que en un viaje a La Habana asistieron a un certamen de 'Décimas cubanas improvisadas': «Llegó allí, con los participantes ya preparados para salir y muy concentrados, y al final fue él quien de manera espontánea lo hizo mejor». O cuando fueron juntos a que Garrido tomara posesión como director del Instituto Cervantes en Nueva York, en el año 2000, y no había ni móviles ni conexiones a Internet que te pusieran sobre la pista de la broma que gastó nada más llegar: «Dijo que yo era Antonio Garrido y que él era mi guardaespaldas», se ríe Pedro Luis dando los detalles de aquel «lío» (uno más) en los que se embarcaron juntos, como el pregón a dos voces -el primero de la historia- con el que llenaron el Cervantes en los 90, o los paseos en autobús «para despejarse, porque le encantaba subirse en uno y recorrer la ciudad», o los debates cofrades de los que siempre salían ideas brillantes. «Pon ahí que suyo fue el mérito de reivindicar la importancia de los nazarenos gordos». Ahí queda, pero aquí me corrijo: mejor ancho y abrazable, como su plaza.

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