A sus 90 años hace gala de lucidez y elocuencia, pero el tiempo ha dejado en ella más achaques de los que a simple vista manifiesta. «La procesión va por dentro», lamenta Ana María Perraut (Málaga, 1933), una mujer resuelta y autónoma, a la que ... pocas cosas la amilanaban... hasta el fatídico accidente que sufrió en casa el pasado año. Aunque con ayuda externa para realizar las labores domésticas, Perraut siempre vivió sola desde que se instalase hace una década en Málaga tras 44 años residiendo en Inglaterra.
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Allí lo siguen haciendo sus hijas, pero tras enviudar pensó que había llegado la hora de regresar a su ciudad. Desde entonces y aunque sola en casa, nunca se sintió así. Siempre está 'acompañada'. Las 24 horas, los 365 días del año. No hay nadie físicamente a su lado, pero al otro lado del botón rojo que cuelga de su cuello hay 250 personas en Málaga dispuestas a escucharla, orientarla, consolarla y a mover Roma con Santiago si hace falta si les pide auxilio a la hora que sea.
Todas ellas integran el Servicio Andaluz de Teleasistencia (SAT), que ha cumplido 20 años desde su implantación, primero en Sevilla y con posterioridad (en 2006) en Málaga, cuya sede está en el PTA. Un proyecto de gran calado social que ha cumplido dos décadas y en las que se ha pasado de atender 144 personas en su primer año a las 256.268 actuales en toda Andalucía. Sólo en Málaga, hay a día de hoy 42.107 usuarios, aunque desde que se pusiera en marcha han sido más de 97.000 las personas asistidas.
Ana María Perraut siempre confió en aquel dispositivo remoto, pero albergaba la esperanza de no tener que utilizarlo nunca. Pero el Domingo de Ramos del pasado año no tuvo otra alternativa pese a que intentó por sus propios medios superar la crisis en la que se vio envuelta. Cayó al suelo mientras cocinaba. El aceite que había puesto a calentar en la vitrocerámica iba subiendo de temperatura mientras que Ana María se esforzaba sin éxito en levantarse. «Lo intenté agarrándome a un cajón, pero tengo una prótesis en la rodilla y me fallaban las fuerzas en las piernas. No lograba alcanzar la vitrocerámica para apagarla y al final por miedo a que se incendiara la casa, acabé pulsando el botón rojo por primera vez en mi vida».
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A continuación, y mientras tranquilizaban por teléfono a Ana María, desde el SAT trataron de localizar a los contactos de emergencia, pero ni el de su vecina ni el de su hermana respondían, lo que les obligó a movilizar a los bomberos, que fracasaron en su primer intento de entrar por la ventana. Mientras tanto, el humo era cada vez más denso en la vivienda y desde la teleasistencia animaron a Ana María a que sacara fuerzas para que abandonara la cocina arrastrándose mientras esperaba con desesperación a que llegara la ansiada ayuda.
Finalmente, los bomberos se vieron obligados a echar la puerta abajo y Ana María puede hoy contarlo. «No tengo palabras para agradecer lo que hicieron por mí. Ellos y también la policía, que escoltó el taxi de mi hermana hasta mi casa cuando lograron localizarla y todo el centro estaba cortado por las procesiones», recuerda.
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Aunque al final llegaron a tiempo y en apariencia Ana María resultó ilesa, días después comprobaron que tenía dos costillas rotas y un miedo en el cuerpo que continúa a día de hoy. Por eso, ya no sólo se apoya en su andador, sino en una persona que la acompaña 24 horas. Pese a todo, sigue sin separarse del colgante que le salvó la vida. «Al principio me daba autonomía, porque aunque estuviera sola podía pedir ayuda si la necesitaba, pero ahora sobre todo me da tranquilidad», subraya.
Además de la respuesta inmediata en casos de emergencia, el servicio de teleasistencia va más allá de la atención puntual a demanda del usuario.
En Málaga, se han atendido este año cerca de 3.000 llamadas diarias, de las cuales un 33% fueron entrantes y un 67% salientes. Su labor continúa después de los percances con el seguimiento del usuario para conocer cómo se encuentra tras el suceso. También para recordarles la medicación diaria que deben tomar o una cita médica, orientarles sobre prestaciones y otras gestiones con la administración, felicitarles el día de su cumpleaños y, también, escucharles cuando levantan el teléfono porque se sienten solos. Sólo este tipo de llamadas representa casi el 30% del total. «Unos nos llaman simplemente para contarnos su día a día, para desahogarse o para preguntarnos por cosas tan triviales como puede ser el número de la ONCE que ha tocado en la jornada. También hay quien contacta con nosotros en Nochevieja para sentir que está con alguien mientras se toma las uvas. Estamos para eso, para aliviar esa soledad», expone Valeria Chianello, jefa de la central de Teleasistencia en Málaga.
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Aunque el servicio va dirigido a personas mayores de 65 años, también pueden solicitarlo aquellas en situación de dependencia. En función de su grado y sus capacidades, se presta directamente al dependiente o a su cuidador. Además, pueden acogerse también aquellas personas entre los 16 y 65 años con una discapacidad reconocida igual o superior al 65%, y que estén empadronadas en cualquier municipio de Andalucía.
Actualmente, El 71,5% de los usuarios disponen del servicio de forma gratuita. El resto pagan una cuota de 3,60 euros o de 10,80 euros/mes en función de su capacidad económica y su situación personal.
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Además del dispositivo básico, que consta de la unidad domiciliaria (su instalación y mantenimiento es gratuito) y el pulsador remoto o botón rojo, existe una teleasistencia móvil que permite al usuario salir de casa y estar geolocalizado. Además, esta teleasistencia se puede reforzar con dos aparatos adicionales para detectar escapes de gas o humo en casa, de forma que si se produjese saltaría una alerta en la central de teleasistencia. También desde allí pueden subir el volumen de la unidad domiciliaria y activar el altavoz si en caso de llamada, el usuario tardase en contestar. Así descartan que le ha ocurrido algo. «Todo esto les permite vivir solos pero sin que se sientan solos, porque al otro lado siempre van a tener a alguien al que acudir. Posibilita una autonomía que de otra forma no sería viable para el usuario y también genera una enorme tranquilidad a sus familiares», indica Chianello.
Fue el caso de María Antonia Rodríguez (Málaga, 1946), usuaria también de teleasistencia después de que una prima suya hablara con una trabajadora social para que dispusiese de un dispositivo. Vive sola desde que su madre falleciese hace nueve años. Su pérdida sigue sin superarla y la mantiene hundida desde que abre los ojos cada mañana. «Echo en falta alguien que me escuche». Es el grito de auxilio de esta malagueña, que se refugia en el cariño que le muestran sus cuatro gatos. «Ellos me entienden mejor que las personas», apunta mientras elogia la «encomiable» labor que realizan desde teleasistencia. «Si hoy estoy viva es gracias a ellos», recalca María Antonia, quien el 3 de enero de este año se tropezó con una bicicleta estática en su domicilio y cayó de bruces al suelo. Aturdida, sangrando por la nariz e incapaz de levantarse por los problemas de artrosis y osteoporosis que arrastra, decidió apretar por primera vez el botón rojo que siempre llevaba consigo. No falló. «En cuestión de minutos me mandaron a la Policía Local, que pudo acceder a mi casa a través del patio de vecinos. Me trasladaron rápidamente en ambulancia, pero gracias a Dios todo quedó en un susto».
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Aquel percance sólo contribuyó a hundirla más anímicamente, pese a que desde el servicio de teleasistencia suelen llamarla para ver cómo sigue. «Lo agradezco muchísimo porque levantarme todos los días en el silencio más absoluto es terrible. Al día siguiente de ocurrirme el percance, llamé yo porque sentía que no había agradecido lo suficiente el trato que tuvieron conmigo, pero después no lo he vuelto a hacer porque tampoco quiero molestar ni hacerme pesada», señala María Antonia, quien reconoce que unida a su botón rojo se siente «más segura».
Tanto ella como Ana María responden al perfil mayoritario del servicio, es decir, 8 de cada 10 usuarios son mujeres, con una media de edad de 82 años que viven solas.
En el transcurso de estos 20 años, el crecimiento no solo ha sido en el número de usuarios, también en infraestructuras y recursos humanos «para dar respuesta a esa demanda creciente», aclara Chianello. Y es que aunque los mayores fueron los primeros en beneficiarse de la prestación, posteriormente se incorporó el colectivo de personas con discapacidad y por último, tras la entrada en vigor de la Ley de Dependencia en 2007, se sumaron las personas en situación de dependencia. «Esta ley marca un hito en el Servicio de Teleasistencia al incluirse en el Catálogo de Servicios para la atención a la dependencia», subraya.
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