De alumno a profesor en el mismo colegio

Docentes de cuatro centros de Málaga reflexionan sobre cómo ha cambiado la educación desde que ellos estudiaron en aquellas aulas

Domingo, 14 de abril 2024, 01:26

Unos aprendieron en clases con más de 40 alumnos, donde se memorizaba mucho y se participaba poco; donde el profesor impartía clases magistrales y el tratamiento de 'usted' levantaba un muro invisible que lo alejaba, a veces sin pretenderlo, de sus pupilos. Imponía con sólo ... su presencia. Era una autoridad respetada por alumnos, padres y sociedad. Otros lo hicieron con ratios que iban cada año a menos, con docentes más cercanos y motivadores, con clases más prácticas y con Internet como compañero de estudio en lugar de áridas enciclopedias. Pero todos ellos crecieron en colegios en los que se sintieron protegidos y respetados por unos profesores inspiradores. El colegio como una familia a la que cuando volvían siempre eran bien recibidos, tanto, que acabaron quedándose.

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Ahora, aquellos estudiantes son los que enseñan. Lo hacen con modelos educativos diferentes, en una escuela más diversa y en una sociedad en constante evolución, pero sin perder nunca los valores que interiorizaron y su luz guía: transmitir conocimientos.

Damián (Maristas), Miguel Ángel (Platero), Palma y su hija María (Cerrado de Calderón), y Sandra Prados (Los Olivos) bucean en sus recuerdos y comparten con SUR cómo les marcó su paso por aquellos centros y cómo de diferente es hoy ser profesor en el colegio donde un día estudiaron.

Damián García, el el patio del Colegio Maristas. Marilú Báez
  1. Damián García (Málaga, 1969) Profesor de Primaria en Maristas

    «Se ha perdido la 'educación de la tribu'»

Docente de vocación, se refiere al colegio como su casa. Lleva 31 cursos como profesor de Primaria en Maristas. Allí estudió la antigua EGB y el BUP sin compartir pupitre con compañeras. «Sin chicas, la relación entre nosotros era diferente, estábamos más embrutecidos». Subraya que la enseñanza mixta supuso un «salto de calidad» y la reducción paulatina de las ratios (de 40 a 25 estudiantes por aula) fue un «cambio trascendental» para la labor docente. «Se pasó de aulas con hileras de pupitres y sillas fijas a otras donde el profesor podía hacer algo más que estar sentado, como configurar los espacios y adaptarlos a su metodología».

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Este profesional de la enseñanza, cuya vocación se fue fraguando en los primeros años de carrera y cuando fue catequista de los grupos cristianos del colegio, encontró en un hermano marista su gran inspiración: «Se preocupaba mucho por sus alumnos y no escatimaba esfuerzos para que mejorásemos cada día». Guarda grandes recuerdos de sus maestros y en relación a una posible pérdida de autoridad admite que ahora está más «diluida» y que ha cambiado el concepto, «no sólo en lo que respecta al profesorado, también hacia los padres y los mayores». Considera que la autoridad ya no viene dada por imposición, sino por la confianza que se genera. «La relación ahora es más cercana y te permite llegar mejor al alumno».

García echa la vista atrás y no cree que aquellos niños de los años 80 tuvieran mayor madurez que los actuales. Lo que sí aprecia es que la sociedad del bienestar los infantiliza y en cuanto a los estudios, había una menor presión social y familiar para que se alcanzasen buenos resultados académicos. «Los padres estaban a lo suyo y nosotros a lo nuestro y cada uno era responsable de sus cometidos», apostilla este docente, quien sugiere que este comportamiento «tiene que ver más con el miedo al fracaso y la sobreprotección». «Ahora parece que los padres fracasamos con ellos, cuando está bien que se enfrenten a los problemas para que puedan aprender de sus errores».

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Pero si los alumnos de antes no son los de ahora, tampoco lo son los profesores, que han pasado a compartir el protagonismo -que sólo ellos tenían- con sus alumnos, «porque son ellos los que tienen que estar en el centro del aprendizaje», recalca. Pero en esa evolución del docente, ahora más cercano y sensible a las necesidades particulares de un alumnado cada vez más diverso social y culturalmente, se suma, según García, la «burocratización» de la enseñanza, que resta tiempo que pertenece al estudiante. Y en esta compleja ecuación de la educación, ¿cómo es el papel de los padres? Este profesor percibe más desconfianza. «Mis padres confiaban plenamente en el colegio y en lo que dijera el profesor. Ahora, nadie le dice a un niño nada si no son sus padres, porque la 'educación de la tribu', que es fundamental, se está perdiendo. Ni a la sociedad ni a la escuela se le concede esa confianza de la tribu. Sin embargo, se le atribuyen competencias al colegio que antes eran propias de las familias, como la educación en valores o conductas en sociedad».

Ahora, este docente trata de conducir sus clases como él las recibió, con serenidad, interés y preocupación por sus alumnos «para que se sientan seguros y cuidados y así puedan aprender mejor». Cada día trata de cumplir con lo que un día le aconsejaron: «Que los problemas personales se queden colgados en el perchero al entrar a clase».

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Miguel Ángel Andrés es profesor de Geografía e Historia en el colegio Platero. Marilú Báez
  1. Miguel Ángel Andrés (Málaga, 1990) Profesor de Secundaria en Platero

    «Es difícil competir con Youtube o Tik Tok»

Nunca perdió la relación con su colegio Platero. Seguía yendo a sus fiestas, participaba de sus actividades y mantenía un contacto cordial con quienes fueron sus profesores. Lo hizo tras emprender un camino alejado, en principio, de la docencia pero que le apasionaba: la comunicación. Miguel Ángel Andrés es titulado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Málaga y aunque nunca estuvo en sus planes dedicarse a la enseñanza, la invitación de un antiguo profesor suyo para que diera una charla sobre su oficio acabó convirtiéndose en una colaboración formal para desarrollar un taller audiovisual con estudiantes de la ESO. Aquella experiencia le despertó el gusanillo de la docencia y tras hacer el Máster de Profesorado le llamaron para contar con él. Hoy imparte Geografía e Historia y Economía en tercero y cuarto de Secundaria.

Aquel trato cercano que siempre recibió de sus maestros le dio confianza para que su nivel de responsabilidad creciera. Ahora trata de hacerlo también con sus alumnos: «Intento ser un profesor cercano y enseñarles desde el cariño», asegura Andrés, para quien la figura del profesor antes era respetada por el mero hecho de serlo y ahora tenemos que ganarnos ese respeto cada día».

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También con las familias, que son las que ahora controlan las agendas escolares de sus hijos. «De pequeño era yo quien informaba a mis padres de los deberes, exámenes y notas que sacaba, pero con las nuevas tecnologías, el alumno ha ido poco a poco abandonando sus responsabilidades. A diario, los padres están informados en tiempo real: en cuanto colgamos una fecha de examen en la plataforma, les salta en una pantalla».

Asegura que es difícil para un profesor competir con Youtube o Tik Tok. «Hay estudiantes con déficit de atención, incapaces de aguantar seis horas atendiendo una lección. Si por ellos fuera, pasarían a otro profesor y contenido a golpe de dedo como lo hacen en las redes sociales», afirma. «Carecen de esa capacidad de atención, es como si siempre tuvieran que estar sometidos a estímulos, por eso yo abogo por el aburrimiento para despertar en ellos la creatividad». En este sentido, llama la atención sobre los problemas emocionales que muchos alumnos presentan (baja tolerancia a la frustración, conflictos familiares…) y que les obliga a atenderlos cuando «no estamos formados en psicología ni para afrontar una consulta de salud mental». Asegura que ese refugio que buscan en ellos, representa llevarse a casa una mochila de «sensaciones» demasiado pesada.

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Palma Rubio y su hija María Zavala son compañeras en el Colegio Cerrado de Calderón. Marilú Báez
  1. Palma Rubio (Algeciras, 1964) Profesora de Infantil en Cerrado de Calderón

    «La pérdida de autonomía es cada vez mayor»

Perdió a su madre demasiado pronto. Tenía 11 años cuando su padre se vio obligado a buscarle a ella y a su hermano de 12 años un colegio que, además de educarles, fuese una familia para ellos. La encontraron en el Colegio Cerrado de Calderón, donde ingresaron en su internado. Allí despertó su vocación, alimentada durante años por la preocupación y entrega que siempre le mostraron sus maestros. Con 28 años se convertía en uno de ellos, en profesora de Educación Infantil en el colegio de su vida. Hoy suma 31 entre sus aulas y en este tiempo también ha habido importantes cambios entre los alumnos que empiezan. El principal, afirma, es la pérdida de autonomía, ya sea a la hora de ponerse un abrigo, abrir una mochila o quitarse la ropa para ir al baño. «Las prisas llevan a los padres a hacérselo ellos, cuando si dedican un rato a enseñar al niño y en dejarle que lo haga por sí mismo, a medio plazo habrán ganado tiempo que podrán emplear en otras cosas», apunta esta docente para quien este aspecto es fundamental en esta etapa. «Los niños están sobreestimulados, no tienen tiempo para aburrirse e inventar y eso está llevando a que cada vez tengan menos iniciativa y no busquen soluciones. Antes les dabas un yogur o un paquete de galletas y trataban de abrirlo, ahora te lo acercan para que se lo abras tú».

En contraposición, en una etapa tan sensible como es Infantil, esta docente cree que antes se exigía demasiado para lo pequeños que eran, «porque la madurez de un niño que nace el 1 de enero no puede ser la misma que la del que lo hace el 31 de diciembre de ese mismo año. Se nota muchísimo y eso ahora se toma más en consideración».

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Cree que se han perdido muchos valores, con una «fisura» cada vez mayor entre familias y escuela. También en autoridad. «Ahora, si mientras estamos hablando con un padre viene su hijo pequeño e interrumpe, el padre para la conversación para escuchar al niño, no le reprende para enseñarle que tiene que esperar a que termine de hablar».

Palma Rubio llama la atención sobre una realidad cada vez más cotidiana y sobre la que alertan también otros profesores: los casos cada vez más frecuentes de niños con necesidades especiales (autismo, TDAH, altas capacidades…) y para los que no están preparados. «Hemos ganado en integración, pero sin los recursos necesarios para hacerla bien. Cuando además de ese alumno que precisa mayor atención hay 20 más, es complicado sobrellevar la clase. No todos van a Atención Temprana y otros dejan de hacerlo a partir de 6 años cuando no hay cobertura asistencial y eso nos obliga a desarrollar unas competencias para la que no nos han preparado», denuncia.

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De su experiencia, se nutrió su hija María Zavala (Málaga, 1988), también antigua alumna de Cerrado de Calderón y ahora compañera de su madre. Es profesora de apoyo en Secundaria y aunque suscribe gran parte de la realidad que describe Palma, hace hincapié en la nuevas formas de educar, alejadas de las clases magistrales y donde el profesor no daba pie ni a que se levantase la mano. «No concibo una clase que no sea participativa, porque también de los alumnos se aprende», declara esta profesora, defensora de transmitir valores desde la escuela y de la cercanía con el alumno, pero sin convertirlo en un amigo».

Sandra Prados es profesora de Filosofía en el Colegio Los Olivos. Marilú Báez
  1. Sandra Prados (Sevilla, 1966) Profesora de Bachillerato en Los Olivos

    «Si los alumnos no te quieren, poco les puedes enseñar»

Tuvo claro desde pequeña que se dedicaría a enseñar. El empujón final se lo daría, al cursar el antiguo COU en Los Olivos, «un profesional como la copa de un pino». Se refiere a Don Antonio Muñoz (así le sigue llamando pese al paso de los años), el profesor que le transmitió el amor a la filosofía, materia que imparte actualmente en Bachillerato. Después de 35 años en las aulas, Prados admite que el nivel de exigencia y profundización ha bajado, «pero ahora se dan herramientas para afrontar la vida que antes no».

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Profesora en los complicados años preuniversitarios, Prados los compara con aquel en el que ella estudió COU y observa cómo la progresiva subida de las notas de corte ha convertido la Selectividad en una «oposición». «En mi año, sólo Medicina era la que exigía más y tampoco era para tanto».

Esta docente que recuerda cómo «imponía» el profesor cuando entraba en clase, asegura que en esa huida de la figura paternal autoritaria «hemos pasado al extremo contrario, a una generación de mantequilla, más frágil, por la sobreprotección de los padres que queremos evitar el fracaso de los hijos».

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Pone en valor la cercanía que se ha ganado con el alumno, que sin perder el respeto encuentra en sus profesores personas en las que apoyarse y confiar. Cree que eso es realmente positivo y recuerda el consejo que le dieron cuando empezó con 23 años y entre sus miedos estaba que sus alumnos no vieran autoridad en ella: «Primero que te quieran, Sandra; si no, no les vas a enseñar nunca nada».

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