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Marga y Soraya en la sesión de fotos en el AC Málaga Palacio.
Marga y Soraya en la sesión de fotos en el AC Málaga Palacio. Daniel Maldonado

Alcaldesas, rivales y unidas por el cáncer

Margarita del Cid gobierna en Torremolinos y Soraya García Mesa, en Benaoján. Una está a la derecha y la otra a la izquierda, pero es la vida la que está en el centro

Lunes, 20 de febrero 2023, 12:48

Dicen que las mujeres con cáncer de mama están unidas por un hilo invisible. Incluso por sus nudos.

Marga y Soraya viven a 116 kilómetros de distancia y a hora y media en coche. Primer nudo. Margarita del Cid es alcaldesa de Torremolinos y Soraya García Mesa, de Benaoján. Segundo nudo. La primera gobierna con el PP y la segunda, con el PSOE. Ahí, el que más aprieta. Adversarias y conocidas «en la lejanía» desde hace años, hasta ahí también lo que se ve desde fuera.

Desde dentro, ambas dejaron de contar la vida en siglas cuando después de las urnas llegó el diagnóstico de las seis letras. Porque a las dos se les cruzó el cáncer recién llegadas a sus despachos de alcaldesas. A Soraya en 2015, cuando aún celebraba una mayoría absoluta que le devolvía el bastón de mando tras dos años en el gobierno (2007-2009), una moción de censura contra ella y seis años de oposición. «Ahí sí que se pasa frío...», bromea rompiendo el hielo. Marga le sonríe. «Lo mío fue como un terremoto. Nadie esperaba una moción de censura en Torremolinos, fue de la noche a la mañana», recuerda el camino a la inversa que desalojó a los socialistas y la llevó a la alcaldía en diciembre de 2021. La piedra gorda les llegó a las dos un mes de octubre, justo el que el calendario pinta de rosa para concienciar sobre el cáncer de mama.

Daniel Maldonado

El diagnóstico que te sube el estómago a la boca y te tira el alma a los pies. El de Marga llegó unas semanas antes de cumplir los 49: carcinoma lobulillar de mama no metastásico en estadio 2. El de Soraya, que hoy tiene 45, a los 38: carcinoma ductal infiltrante en estadio 3. Ambas en lo mejor de sus carreras, acostumbradas a lidiar con la montaña de problemas, cuentas, gestiones y reveses políticos hasta que el otro zasca se coló en sus programas. A Marga, a quien sus compañeros de partido definen como una mujer «fuerte y echada para adelante», aún le tiembla la voz cuando repasa sus fechas y sus baches. «Creo que es la primera vez que lo hago así, en calma… A ver cómo sale esto», dice mientras se acomoda en el sofá y Soraya le coge la mano en un gesto de puro instinto. Las alcaldesas y rivales, ahora cómplices. Que una podrá estar a la derecha y la otra a la izquierda, pero es la vida la que está en el centro.

Marga habla en presente porque sigue en tratamiento: «Ahora estoy con el Taxol, que evita que alguna célula pueda dividirse. No tengo náuseas, ni efectos secundarios, puedo hacer una vida normal, la verdad es que me encuentro muy bien». Soraya le cuenta los suyos, ya en pasado. Acaba de terminar con lo que para muchas representa el final del camino. «La pastillita de los cinco años», la llaman los que no conocen al dedillo la terminología de tratamientos oncológicos. Para ellas es el tamoxifeno. Escuchándolas, se entiende el máster acelerado y a la fuerza que tuvieron que hacer para tratar de comprender qué pasaría en sus cuerpos: quimio, radio, trastuzumab, reservorios, sesiones subcutáneas…

«El tamoxifeno se hace muy largo, a mí me afectó mucho en lo hormonal. Dolor de huesos, migrañas… pero cuando acabas notas que te vas limpiando y la vida sigue y nosotras seguimos», comparte Soraya con Marga. La de cal y de la arena. El hilo invisible parece haberse convertido, justo ahora, en un espejo en el que se miran las dos y que alivia en una la experiencia de la otra.

Ninguna de las dos ha olvidado el momento exacto en el que se lo dijeron. Lo que estaban haciendo, dónde y hasta lo que llevaban puesto aquel día. Eso se conserva intacto, igual que el sabor metálico que deja la quimioterapia.

Daniel Maldonado

Decírselo a los tuyos. El zasca también para ellos. Sus parejas fueron las primeras en enterarse. «Ahí es cuando dices: bueno, pues ya está, y ves cómo ir dando la noticia». Soraya fue «haciéndole el cuerpo» a Antonio y Marga, a Miguel. «Recuerdo que, ya antes, yo le decía a Antonio: 'Esto nos va a traer batalla', pero él no quería, no lo veía… Me decía: 'No seas negativa', pero lo único que yo estaba haciendo es ser realista. Cuando nos lo confirmaron se puso muy nervioso». Soraya recorre paso a paso los escenarios, las frases y el momento más duro: decírselo a su madre. Ella, también paciente de cáncer de mama hace 20 años, vivía con la angustia de que su hija pasara por lo mismo que ella y su hija vivía con la angustia de decirle que sí, que aquel bultito de seis milímetros las colocaba de nuevo a las dos en la casilla de salida. «No pude prepararlo mucho, fue todo muy rápido… Salimos de la consulta camino de su casa y yo justo le iba diciendo a mi pareja 'Antonio, reponte que tenemos que ir a contárselo a la 'leona' y te necesito a mi lado con una sonrisa para que ella no se me venga abajo'». No dio tiempo, porque en la puerta del hospital de Ronda se la encontraron: «Casualmente fue a acompañar a una amiga y cuando me vio la cara lo supo». A la leona le habían ahorrado el viaje, pero no el zarpazo.

Marga esperó tres semanas para dárselo a la suya. «Mi madre es una persona que se preocupa mucho por las cosas y yo quería dárselo todo resuelto; decirle: 'pasa esto pero vamos a hacer esto'. Quería tener muy claro cómo iban a ser el tratamiento, la operación…». El zarpazo a sus hijas, Jimena (16) y Mencía (10), había llegado unos días antes: «Fue mi marido el que habló primero. Y bueno, ellas, simplemente…». Marga para en seco y Soraya vuelve a cogerle la mano. «Estuvieron un tiempo como en shock, se han pegado mucho más a mí», consigue terminar.

La reacción de los suyos también la conservan intacta, igual que las náuseas que deja la quimioterapia. Y es difícil no romperse.

Daniel Maldonado

Las dos recuerdan también la sensación primera, energética y casi salvadora, de aparentar que estaban bien para que los suyos no se vinieran abajo. Que las procesiones de ellas fueran por dentro para que los demás hicieran el duelo por fuera. «Pero llega un momento en el que tienes que priorizar, que dices: 'Oye, que yo no puedo estar aquí consolando a los demás, que yo tengo que estar en lo que tengo que estar…', zanja Soraya antes de entrar de lleno en una de esas primeras cosas en la que hay-que-estar aunque no se quiera estar.

-«¿Y tú, cómo lo hiciste con lo del pelo?»

-«Pues fui directamente a una peluquería y dije que me afeitaran la cabeza».

Marga lo dice desapasionada, como si lo hiciera a diario y haciendo buena la confesión que poco antes ha compartido con Soraya: «Comparado con lo duro que fue decirle lo que tenía a la gente que me importaba, en lo estético no he tenido ningún problema». Y sigue describiendo aquel momento con la rapidez, casi automática, de una maquinilla: «Fui con mi marido y con una íntima amiga [la delegada Gemma del Corral]. Era el día de su cumpleaños, además. Y como sabía que se me iba a caer el pelo dije: 'pues me adelanto y lo hago yo'… Ese mismo día tenía ya la peluca pero decidí que no me la iba a poner, como decido muchos días. Y salí de allí y estuve paseándome por Málaga como las cantantes de rock ésas que se afeitan la cabeza».

Soraya es de las suyas. Ella hizo una fiesta en su casa el día que decidió adelantarse a la quimio y al drama de la almohada y raparse la cabeza. Se afeitó delante de todos los que la querían. Y ya.

-«La peluca me la puse por mi madre y por el tema político, porque no quería que nadie pensara que estaba victimizándome», admite Soraya, consciente de que hubo momentos, en lo peor de su enfermedad, en que algunos la miraban de reojo por si el cáncer -¡el cáncer!- le iba a suponer una ventaja electoral. «Como si yo lo hubiera elegido, ¡vamos!».

Ahora es Marga la que la sostiene a ella: «Yo también soy negacionista de la peluca. De hecho, cuando estoy en la alcaldía me la quito salvo que tenga una visita de la calle, y lo hago más por ellos que por mí». Ahora Marga lo hace por las dos y cuando llega la sesión de fotos abraza muy fuerte a Soraya, se quita la peluca y la deja en el sofá. Ahí la tienen, como una cantante de rock.

Arriba, Marga con sus hijas Jimena y Mencía. Abajo, Soraya el día que hizo la fiesta en casa para raparse la cabeza.

Arriba, Marga con sus hijas Jimena y Mencía. Abajo, Soraya el día que hizo la fiesta en casa para raparse la cabeza.

Arriba, Marga con sus hijas Jimena y Mencía. Abajo, Soraya el día que hizo la fiesta en casa para raparse la cabeza.

Arriba, Marga con sus hijas Jimena y Mencía. Abajo, Soraya el día que hizo la fiesta en casa para raparse la cabeza.

El ritmo vuelve hacia las otras cosas que ninguna de las dos eligió. Entre otras, decidir el momento exacto de hacer público que estaban enfermas. Alcaldesas y miembros muy activos en sus respectivos partidos, la exposición permanente las obligó a hacerlo muy rápido. A Soraya la habían parado ya un par de veces en su pueblo de 1.500 habitantes y una de sus vecinas, Cati, se le echó a llorar porque había escuchado el rumor de que su alcaldesa y amiga tenía algo «muy malo y dime que no es verdad, dime que no es verdad…». Aquel mismo día decidió publicar en Facebook que sí era verdad y la dimensión -recuerda- «fue brutal». Y no sólo por los mensajes de apoyo, que llegaron en masa; también por el efecto que aquello tuvo en las mujeres de su entorno, que se pusieron al día en sus revisiones médicas: «¡Es que había algunas que llevaban años sin ir al ginecólogo! ¿Cómo es eso posible? Yo tengo claro que si a mí esto me llega a pillar en una distracción y no voy al médico, probablemente no estaría aquí».

Marga también eligió Facebook para dar la noticia y la reacción y el efecto en su entorno fueron idénticos: «El diagnóstico precoz, en tu caso un poco más avanzado que lo mío es lo que hace que estemos aquí…».

Soraya parece entender los puntos suspensivos en la frase de Marga y vuelve a acercarse. «Es que la incertidumbre no nos la va a quitar nadie», le dice antes de dejarla que hable. «Es el tema del tiempo -arranca-, me digo que tengo que correr un poco más porque… ¿y si estoy mal?, ¿y si un día me tengo que quedar en casa y no puedo ni coger el teléfono?… Porque nunca he pensado que me vaya a morir de esto, a lo mejor soy una inconsciente. Pero sí me preocupa el tiempo, siempre quiero acortar los plazos de todo». Como cuando se fue a la World Travel Market una semana después de que la operaran porque había aprendido a hacerse la cura y encontraba «bien».

La exposición permanente de la política las obligó a tomar decisiones demasiado rápido: la noticia a los suyos, el anuncio en redes, el tiempo de baja...

También se encontraba «bien» Soraya cuando el médico le dijo que lo suyo era, como mínimo, una baja de ocho meses y ella pensó que se había equivocado porque a los ocho días estaba en su despacho. «Yo no me podía permitir, empezando una legislatura que tanto nos había costado conseguir, que todo se parara». Y no lo hizo, aunque fuera a su costa. «¿Sabes? -le dice a Marga- Con el paso del tiempo me pregunto si hice bien, no podemos negar que una intenta aparentar… Fue muy complicado».

La política y la enfermedad. Mantener el equilibrio cuando todo está bajo la lupa. Eso también se queda para ellas. Sí comparten, en cambio, algunos de los mensajes que les han ido llegando desde el otro lado, desde otros partidos. Que los de los tuyos se asumen, pero los otros suman por dos. A Soraya, las seis llamadas perdidas en su móvil de un número desconocido el día que anunció su enfermedad. Era Elías Bendodo, por entonces presidente del PP de Málaga y hoy número tres del partido a nivel nacional: «Y sólo por eso te digo que nunca, nunca, lo atacaré políticamente. Jamás. Conmigo ha sido excepcional», avisa a navegantes. Marga le comparte otro de sus salvavidas cercanos: «Pepe Ortiz. Ha sido muy cariñoso conmigo en este tiempo», dice al hablar del exalcalde socialista de Torremolinos, a quien ella desbancó tras la moción de censura.

Daniel Maldonado

Pero Marga deja para el final un último mensaje; ése que le llegó a los pocos días de su diagnóstico. Era de la alcaldesa de Benaoján, del PSOE, cuando aún eran adversarias y conocidas «en la lejanía» para hacerle saber, sin decirlo, que ya era parte de ese hilo invisible que une a las mujeres con cáncer de mama. Que tirara de él cuando quisiera. Acaban de hacerlo y ya no quedan nudos. Bueno, sí. En la garganta.

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