cristina pinto
Jueves, 26 de agosto 2021, 23:55
Sandra llegaba en el año 2013 a la ciudad que tanto deseaba: Málaga era su destino para empezar a estudiar Historia. Se matriculó en la Universidad de Málaga y llegó en septiembre desde un pueblo de Córdoba para ir descubriendo a la capital de la ... Costa del Sol. Los famosos 'juernes' universitarios comenzaron a ser una rutina para ella y su grupo de amigos. Empezaron a conocer la noche malagueña y, junto a ella, a Ali Abbas. Él siempre aparecía rodeado de flores y con una sonrisa en la cara. «Venga, regala flores», le decía a todo el que se acercaba.
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Y así fueron pasando los años (y las noches de fiesta en el Centro) entre amigos y rosas de Ali Abbas. Incluso a veces él mismo se las regalaba o les hacía una oferta de dos rosas al precio de una. Ya en los últimos años de carrera, como suele pasar, los 'juernes' cada vez iban perdiendo más su esencia y Sandra y su pandilla daban paso a los nuevos universitarios que llegaban con la misma ilusión que ellos en aquellos primeros años como estudiantes fuera de sus casas.
Pasaron varios cursos y Sandra consiguió ser historiadora. Su etapa en la Universidad de Málaga había terminado pero el Covid-19 acababa de llegar a la ciudad. No encontró trabajo en Málaga y se volvió a su pueblo. Las noches malagueñas ya sí que dejaron de ser lo que eran y, por consiguiente, este grupo de amigos dejó de encontrarse a Ali Abbas.
También alguna que otra historia de amor (y desamor) se quedó en el aire a causa de estas rosas que llevaba entre sus brazos Ali Abbas a las puertas de los locales nocturnos más concurridos del Centro.
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Repartiendo rosas, ilusión, amor, risas... Y, sobre todo, recuerdos. Como los que volvieron a la mente de Sandra cuando en este verano volvió a ver a Ali Abbas por el Centro de Málaga. Varias cosas habían cambiado: ahora él llevaba mascarilla y ella ya ni era estudiante ni iba a pasar un 'juernes' universitario. Estaba de cena con sus amigos en una terraza de la plaza Uncibay y lo reconoció al momento: «Pero bueno, ¿os acordáis del hombre de las rosas cuando salíamos de fiesta? ¡Miradlo, que sigue vendiendo!», exclamaba a sus amigos mientras señalaba a Ali Abbas. «Creo que teníamos una foto con él, ¿no?», recordaban Lucía, Álvaro y Alberto. No dudaron en levantarse y comprarle dos rosas. Mientras, Ali Abbas no paraba de reír a la vez que ellos le recordaban las hazañas de aquellos encuentros por las calles del Centro años atrás.
Un jueves de este verano, Ali Abbas caminaba por calle Beatas, era uno de los jueves de la tan sonada y llamada 'no feria', aunque podría haber sido cualquier día del año. Y es que este vendedor de rosas pakistaní aseguraba que trabaja «los 365 días del año». «No descanso, trabajo siempre, siempre», repetía una y otra vez. Le cuesta hablar fluido el castellano, pero su sonrisa se sigue viendo, aunque en este 2021 sea con una mascarilla. Ese jueves seguía caminando y algo avergonzado contaba su historia.
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A las diez de la noche de ese mismo día paseaba con unas diez rosas entre sus brazos y, a eso de las doce y media, ya solo le quedaban dos. «Llevo 17 rosas más o menos cada día», aseguraba mientras levantaba las dos que le quedaban. Diecisiete, como el número de años que lleva en la capital de la Costa del Sol. «Muchos años ya en Málaga...», suspiraba. «Unos 17 años vendiendo rosas, rositas», puntualizaba Ali Abbas.
Inevitable lanzarle la pregunta: «¿Conoce muchas historias de amor?». Al escucharla, él seguía con su risa pero esta vez aún con más fuerza. Siempre está paseando por el Centro e insiste una y otra vez en que no hay otro destino de la ciudad en sus 365 días de trabajo al año. Y tampoco echó mucho de menos la feria: «Yo no voy al Real, yo me quedo en el Centro». «Pero ahora el coronavirus es malo, trabajo hay poco... Menos turistas, tú sabes...», reflexionaba sobre el presente Ali Abbas mientras caminaba dirección a calle Cárcer.
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Sus rosas se venden a dos euros, o a un euro los que consiguen convencerle para una rebaja. «Mi familia está aquí, en Málaga», señalaba en mitad de la conversación. «Tengo cinco hijos, mucha familia», añadía. Entre 12 y 21 años están las edades de sus hijos. «Por eso no hay que dejar de trabajar», repetía este vendedor de rosas. En la esquina de calle Cárcer y calle Beatas hace una parada para hacerse la foto. Las dos rosas que le quedaban ese sábado eran el escudo perfecto para posar y esconder su vergüenza. Recordaba que la noche ahora acaba a las dos y que son menos horas de trabajo. Esa noche casi era la una de la madrugada y todavía a Ali Abbas le quedaban rosas por vender con historias por empezar, o terminar. Él seguía su camino y bajó dirección a Uncibay para volver a empezar la ruta de cada noche.
Ya no serán Sandra, Alberto, Lucía y Álvaro. O todos los que le conozcan en Málaga, que no serán pocos. Ellos ya le descubrieron en esas madrugadas a las cinco cuando salían de la discoteca. Ahora, aunque sea en un horario más reducido de tiempo y sin el mismo ambiente de 'juernes' universitario en el que este grupo descubrió a Ali Abbas, serán otros los que sigan conociendo a este y a tantos vendedores de rosas que pasean por las calles.
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Reparten rosas o biznagas por las terrazas del Centro y el aroma que dejan hace que algún que otro ciudadano se dé la vuelta. Por lo que se puede ver en las calles de Málaga, esta costumbre no se ha perdido con las restricciones del Covid-19 y, además, son muchos los veteranos que siguen con la tradición. Vendedores como Ali Abbas seguirán dejando recuerdos con aroma en las noches de la ciudad.
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