Antonio M. Romero
Sábado, 13 de mayo 2017, 01:59
Desde que en 1862 obtuvo su primer acta de diputado hasta que en 1905 presidió el Congreso, durante medio siglo Francisco Romero Robledo fue un influyente político en España, donde ostentó importantes cargos de responsabilidad en la estructura del Estado. Fue en seis ocasiones ministro del Gobierno en las carteras de Fomento, Gobernación -en tres etapas diferentes-, Ultramar y Gracia y Justicia; jugó un papel clave en el mecanismo de alternancia de partidos que puso en marcha durante la Restauración Antonio Cánovas del Castillo, con el que mantuvo etapas de acercamiento y otras de distanciamiento; fue paradigma de las prácticas caciquiles, de falseamiento electoral y nepotismo; pasó de apoyar la revolución que acabó con el reinado de Isabel II a respaldar la vuelta de la Monarquía en la figura de Alfonso XII; ideológicamente saltó del partido liberal al conservador; y fue considerado un gran orador y una persona entregada a la política. Azorín, que fue cronista parlamentario y le conoció, llegó a definirlo como el último político romántico.
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Romero Robledo nació en Antequera el 8 de marzo de 1838 en el seno de una familia rica de la localidad propietaria, entre otras, de las finca El Romeral. Su madre, Teresa Robledo Checa murió cuando apenas tenía dos años, y su padre, Matías Romero Montilla, parece que tuvo poca influencia en su vida. Un rol que asumió su tío materno Vicente, quien se encargó de su educación costeando sus estudios -primero en los Escolapios de Archidona y posteriormente en el instituto Gaona de la capital- y le introdujo en el mundo de la política, según recoge el Diccionario Biográfico Español, editado por la Real Academia de la Historia en 2010.
En 1859 se licenció en Derecho Civil y Canónico en Madrid, fue integrante del Colegio de Abogados de Madrid y de la Academia de Jurisprudencia, de la que llegó a ser presidente, del Círculo de Bellas Artes y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, además de frecuentar las tertulias y salones, tan en boga en aquella época. Romero Robledo sobresalió desde su juventud por cualidades excepcionales que le iban a allanar el camino en su trayectoria pública. Destacó por su locuacidad, su temperamento inquieto, agudeza y simpatía arrolladora, e ingenio y talento desbordantes, así como por su capacidad para la seducción, hacer amigos y para las relaciones sociales en su más amplio sentido; incluso su atrevimiento y osadía, remarca el Diccionario Biográfico Español. A ello se une su estilo elegante al vestir, que le convierte en un dandi, su rostro rubio y su cabellera ensortijada, que le valieron el apelativo, entre lo irónico y lo admirativo, de 'El Pollo de Antequera'.
Con 24 años consiguió su primer acta de diputado como integrante de la Unión Liberal por el distrito de Antequera y desde entonces, salvo algunos pequeños periodos, conseguiría representación en el Congreso bien por esta circunscripción o como cunero por otras (Madrid, Matanzas -Cuba-, Montilla, Archidona o La Bañeza). En 1868 participó en la Revolución conocida como 'La Gloriosa' que derrocó a Isabel II y consiguió su primer cargo en la Administración Pública, como subsecretario de Ultramar. Se decantó por el duque de Aosta, futuro Amadeo I, como candidato al trono frente a quienes apostaban por el duque de Montpensier y pasó a formar parte del Partido Constitucional de Sagasta, con quien fue subsecretario de Gobernación; en febrero de 1872 accedió a su primera cartera ministerial: Fomento.
Tras la proclamación de la Primera República, fue elegido diputado, se convirtió en un acérrimo detractor de este régimen y se convirtió al 'alfonsismo' entrando en el Círculo Liberal Alfonsino fundado por Antonio Cánovas del Castillo, lo que le llevó a acercare a su paisano malagueño. Encuentro definitivo, aunque no casual, de quienes, en buena medida, habían llevado trayectorias paralelas, tenían ideas incluso aficiones comunes, y cuya complementariedad de caracteres podía resultar enriquecedora, política y hasta personalmente: malagueños los dos, ambos en las filas de la Unión Liberal, uno y otro con gran éxito parlamentario, con trayectorias similares en el Congreso antes y tras 1868, incluso con relaciones sociales comunes a pesar de la diferencia. Y donde no son óbice los notables contrates: sea la menudez, tics nerviosos y el desaliño en el vestir de uno frente a la apostura y el corte de dandi del otro; sea el pesimismo canovista frente al optimismo visceral de su paisano; sea la solidez ideológica, la seriedad y el clasicismo de uno con la fanfarria verbal, la travesura y la palabra gramaticalmente incorrecta del otro, según se sostiene en el Diccionario Biográfico Español.
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El golpe de estado del general Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874 puso fin a la Primera República y proclamó la restauración borbónica. Cánovas del Castillo asumió el poder en un gobierno provisional en el que Romero Robledo fue nombrado ministro de Gobernación desde donde contribuyó al asentamiento del régimen monárquico con normativas sobre amnistía, prensa, renovación de ayuntamientos y diputaciones o reconocimiento del derecho de asociación, aunque paralelamente colocó a amigos en puestos claves del Ejecutivo y la Administración del Estado. En estos años se ganó el apelativo del 'Gran Elector' merced a la utilización de todas las artimañas posibles para conseguir un Parlamento adicto, entre las que se se encontrarán, aunque sin ser patrimonio exclusivo suyo -según la obra citada anteriormente-: Control de gobernadores y funcionarios, traslado de jueces hostiles, destituciones y destierros del candidato contrario al Gobierno, recaudadores de impuestos que embargan a enemigos y perdonan las deudas de los amigos, manejo y compra de cédulas, 'encasillamiento', pucherazo, detención por la Guardia Civil de los electores de la oposición, aparición de canjeadores de candidaturas y asaltos a colegios, votos de difuntos, ausentes e indiferentes, avisos que llevan aparejadas presiones imposibles de resistir, cartas amenazadoras de alguna autoridad, apaleamientos, multas a corporaciones desafectas....
En 1875, el político antequerano se casó con Josefa Zulueta, perteneciente a una familia acaudalada cubana con grandes intereses en el negocio del azúcar, que necesitaba mucha mano de obra esclava, de ahí que Romero Robledo fuera un firme opositor a la abolición de la esclavitud. En marzo de 1879 Romero Robledo dejó Gobernación, al que volvió en diciembre de aquel año y permaneció hasta 1881. Una cartera a la que regresó en 1884 hasta su salida en el verano de 1885 que se produjo debido a su política cuarentenaria ante el cólera y oponiéndose a la vacunación Ferrán que había demostrado su eficacia.
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En vísperas de la muerte de Alfonso XII Sagasta y Cánovas firmaron el Pacto del Pardo para garantizar el régimen y la alternancia política, acuerdo que fue criticado por Romero Robledo, quien se distanció de su paisano malagueño. El político antequerano inició entonces una errática trayectoria, acompañado de sus afines conocidos como los 'húsares' o los 'romeristas', que le llevaron a acercarse al también malagueño López Domínguez, proveniente de la Izquierda Dinástica, fundando un partido liberal reformista de efímera vida.
Fue en 1890 cuando Francisco Romero Robledo volvió a las filas del Partido Conservador y un año después fue nombrado ministro de Ultramar, donde puso en marcha algunas discutidas reformas económicas y administrativas en Cuba que tuvieron como consecuencia la salida del Gobierno de la facción afín a Francisco Silvela, con quien siempre mantuvo una fuerte rivalidad política. El antequerano dejó el cargo en 1892 en solidaridad con su amigo Bosch y Fustegueras, alcalde de Madrid, por un escándalo en el Ayuntamiento. También por los ataques a sus amigos políticos por un asunto de especulación urbanística, en diciembre de 1895, dejó la cartera de Gracia y Justicia que ocupaba desde marzo de ese año.
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Tras el asesinato de Cánovas del Castillo, Romero Robledo intentó hacerse con el control de los conservadores, pero finalmente l logró Silvela. Su última gran responsabilidad política fue la presidente del Congreso entre 1903 y 1905. Un año después, el 3 de agosto, falleció. Desaparecidos Cánovas, Sagasta y Silvela, con la de Romero parece como si se cerrara definitivamente toda una época, caracterizada, en su vertiente negativa, por el caciquismo y el falseamiento electoral, vicios que, en ocasiones, se le han adjudicado en exclusiva. El conde de Romanones dirá que con él moría no un político sino 'el político por antonomasia, hombre que de la política hizo su vida y a ella consagró sin descanso su vida entera, según se recoge en el Diccionario Biográfico Español a la figura de Francisco Romero Robledo.
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