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Ana Pérez-Bryan
Domingo, 2 de abril 2017, 00:41
Mucho antes de que los periódicos de la ciudad recogieran la constitución de la primera corporación democrática en la Casona, presidida por el alcalde Pedro Aparicio y con el hecho inédito de contar con dos mujeres en sus filas (Pilar Oriente y Gloria Fernández), hubo una mujer que abrió camino para todas las que vinieron después. Mucho se habló de aquel hito municipal en 1979, pero quizás la mayoría no sepa que más de cincuenta años antes las puertas del Ayuntamiento de Málaga ya se habían abierto para Teresa Aspiazu. Ella fue la verdadera pionera en la aportación femenina a la política, a pesar de que su figura hoy haya quedado un tanto diluida en una época en la que paradójicamente aún se habla de cuotas, paridad o listas cremallera.
En efecto, antes de todo eso, esta maestra de prestigio indiscutible que nació en Cádiz (1862) pero que ejerció el grueso de su carrera en Málaga después de haber ganado su plaza de profesora Numeraria de Letras en la Escuela Normal Superior de Maestras en la capital, dejó una huella más que apreciable en la corporación municipal no sólo por su trabajo en favor de la educación, de la promoción de la mujer y de la defensa al derecho de formación entre las clases menos favorecidas, sino por su habilidad para ganarse el respeto de sus compañeros de corporación y de los cuatro alcaldes con los que ejerció su condición de concejal: durante los seis años en los que formó parte de la vida política de Málaga (desde el 21 de abril de 1924 hasta el 25 de febrero de 1930), Teresa Aspiazu llegó a compartir responsabilidad nada menos que con cuatro regidores, independientemente del sello político de cada uno de ellos. José Gálvez Ginachero, Enrique Cano Ortega, Rafael de las Peñas y Fernando Guerrero Strachan supieron valorar la experiencia de la maestra Aspiazu mientras ésta se mantuvo en la primera línea política.
Araceli González, autora del libro Teresa Aspiazu: pionera de la política en Málaga y exconcejala en la Casona, tiene claro por qué esta concejal que abrió camino supo mantenerse en el cargo a pesar de los cambios: «Ella llegó al Ayuntamiento con una trayectoria profesional y personal muy importante, tenía una carrera que había manejado con mucha habilidad y supo mantener la distancia para seguir disfrutando de ese respeto entre sus compañeros». Efectivamente, la maestra arribó a la vida política en plena madurez profesional tenía ya 62 años, cuando ya lo había demostrado (casi) todo en el ámbito académico y en esa suerte de trayectoria a la inversa por la que antes se regía el salto a la vida pública: es decir, profesionales que habían acumulado experiencia y logros en la esfera privada y que con el paso de los años ponían su prestigio al servicio de la política. Y no al revés. También ése fue el caso de Teresa Aspiazu, de ahí el reconocimiento en bloque de todos los concejales que compartieron con ella la rutina municipal.
«Sin duda se había ganado la respetabilidad», celebra González, quien echa de menos sin embargo un mayor reconocimiento por parte de la ciudad a esta mujer que puso su sello en política en una época de aplastante presencia masculina. De hecho, ella misma no tenía apenas referencias de Aspiazu hasta que se cruzó con un artículo de la académica de Bellas Artes y exdirectora del Archivo Municipal de Málaga Mari Pepa Lara, que precisamente publicó en SUR una breve reseña de la maestra que puso a González sobre la pista de su vida y trayectoria. También Lara llegó a Aspiazu por casualidad: «Parte fundamental de mi trabajo en el Archivo estaba en investigar y en mirar las actas antiguas. En aquellos años yo en realidad buscaba información sobre la farmacia municipal, en la que habían trabajado mis padres en torno al año 25. Buscando en las actas capitulares de los años 20 se hablaba de una concejala llamada Aspiazu, pero yo no sabía nada de ella y empecé a investigar», recuerda la académica.
Aquello fue el principio del rescate de su memoria, que incluyó el libro de González, el adecentamiento de su tumba en el Cementerio de San Miguel precisamente el cambio de nicho corrió a cargo de la propia González, hasta hace poco más de un año directora del camposanto y la concesión de una calle en el entorno de la Antigua Tabacalera. Ahora bien, ¿cuál fue la verdadera aportación de la maestra Aspiazu en la vida política y académica de la época?
En primer lugar, dejó una profunda huella en la Escuela Normal de Maestras, que dirigió entre los años 1914 y 1927 tuvo que abandonar por motivos de salud y en la que coincidió con otras mujeres recordadas por su trabajo en favor de los derechos de la mujer, caso de Suceso Luengo (su antecesora en el cargo) pero sobre todo de Victoria Kent, a la que llegó a dar clases y que sin duda pudo influir en la prestigiosa trayectoria de esta otra malagueña de referencia. Aspiazu había tenido una intensa formación académica (estudió incluso en Francia) y a su labor como maestra se unió la de escritora, conferenciante, autora de artículos en libros y revistas y promotora de una importante actividad cultural y social en la ciudad, hasta el punto de que en el año 1916 ingresó en la Sociedad Malagueña de Ciencias (fue la tercera mujer en incorporarse a esta institución). Tampoco descuidó la imprescindible labor solidaria en una época en la que la formación académica marcaba la diferencia entre llevar una vida limitada o progresar laboral y socialmente; y por eso puso en marcha en un ropero para escolares pobres y promocionó a estudiantes con pocos recursos económicos.
Su sello en la ciudad
Con aquella experiencia en lo académico, un día llamó a su puerta el doctor José Gálvez Ginachero para que se incorporara a la corporación municipal. Aspiazu no se lo pensó, convencida de que tenía mucho que aportar, y decidió dar un salto con el que se ganó el hueco en la historia local. La mayor parte de su trabajo estuvo expresamente relacionado con la enseñanza y en el reparto de las comisiones municipales entró a formar parte de la de Gobierno de Interior y Cultura, y en la Junta Local de Primera Enseñanza. A ella se atribuyen hitos que tuvieron un peso definitivo en la Málaga de la época, sobre todo desde el punto de vista social, como el impulso y la puesta en marcha del Instituto Malagueño para Ciegos, Sordomudos y Anormales. Para ellos defendió la necesidad de aportar una cantidad del presupuesto municipal «considerable», en especial para los niños con alguna discapacidad psíquica o sensorial.
La maestra y el doctor Gálvez Ginachero, su mentor en política, «tenían muy buena relación, basada en el respeto mutuo», constata González, quien atribuye al igual que la propia Lara un talante conservador a la concejala: «Sí, era conservadora, soltera y muy católica. Una mujer de su tiempo que además fue fel a sí misma». Desde esa posición vital y política, defendió el derecho de la mujer a participar en la esfera pública «pero sin enarbolar banderas ni con ánimo de ruptura», dice González, que prefiere hablar de un «feminismo moderado». De hecho, asumía que su presencia en el Ayuntamiento era una «conquista del derecho femenino» y no era extraño escucharla lamentar en público el escaso alcance de la educación en la mujer de la época, por eso defendió con vehemencia el papel femenino en la sociedad y el derecho de todas aquellas que no tenían ninguna oportunidad de ser instruidas debido a la falta de medios económicos.
Los vetos a las mujeres
Y esa vehemencia la demostró no sólo en el ámbito académico, sino también en el político. Así lo recogen las crónicas de la época, que sitúan a la concejala Aspiazu como la principal valedora del derecho de dos mujeres, Inocencia Tomé y Carmen Montosa, que quisieron optar en el año 1926 a las plazas vacantes que el Ayuntamiento había convocado por oposición. Aquello generó un encendido debate entre los defensores de que las candidatas pudieran concursar y los que consideraban esa opción sólo para los hombres, hasta el punto de que los periódicos de la época llegaron a recoger en sus portadas los efectos de esa discusión. En una de sus intervenciones, Aspiazu manifestó que esperaba «de la cultura de la corporación que se concederán a estas señoritas iguales derechos que a los demás opositores, máxime cuando se encuentran amparadas por la ley».
A pesar de sus esfuerzos, el pleno tumbó las posibilidades de estas dos candidatas y las dejaron fuera de la convocatoria, y aunque es un hecho aún por confirmar son muchos los que defienden González entre ellos que aquella polémica tuvo un peso importante en la renuncia posterior del propio Gálvez Ginachero como alcalde de Málaga. Aspiazu seguiría con su lucha unos años más y compatibilizando su tarea de concejal con su vocación al frente de la Escuela Normal de Maestras. Lo hizo hasta que las fuerzas le acompañaron y con el reconocimiento de toda la sociedad: en 1930 logró la Medalla de Plata al Mérito en el Trabajo y años más tardes la Escuela de Magisterio de Málaga pasó a llamarse Escuela de Magisterio Teresa Aspiazu y Paul. Murió en 1949, con 87 años, dejando el camino abierto para las que la siguieron. Aunque, caprichos del destino, tuvieran que pasar más de 50 años para que otras cogieran su testigo en la Casona...
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