Nuria Triguero
Lunes, 13 de marzo 2017, 00:42
¿Tendrá límite el aumento de la longevidad? ¿Cómo funcionará una sociedad con el doble de personas mayores? ¿Se podrán tener hijos a los 65 años? ¿Están en riesgo las pensiones? Cuestiones como éstas se debatieron sin prejuicios y con rigor científico es decir, como debe ser la pasada semana en Málaga. La Fundación Unicaja reunió a expertos en demografía en las Jornadas sobre retos económicos y sociales de la población española, cuya secretaria académica es Elisa Chuliá (Valencia, 1965). Profesora titular de Sociología en la Uned y coordinadora del Gabinete de Estudios Sociales de la Fundación de las Cajas de Ahorros, su visión sobre el aumento de la longevidad y el envejecimiento de la población es desmitificadora y optimista.
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Usted critica la «perspectiva lúgubre» con la que se suele abordar el envejecimiento de la población. ¿Por qué no hay que tener miedo?
No hay mayor logro humano que el aumento de la longevidad. Lo que queremos las personas por encima de cualquier cosa es vivir más. Y una vez que lo estamos consiguiendo se pinta con tintes negativos... Claro que la longevidad plantea desafíos. Pero va a haber más gente mayor, no más gente mayor en situación de dependencia. Ahora es difícil encontrar una persona mayor de 80 años que esté bien físicamente. Pero ese límite de edad a la que uno pierde la autonomía va a ir desplazándose hacia delante a medida que aumenta la longevidad. Eso significa que no nos esperan más años de penalidades y dependencia, sino más años de calidad de vida. Hay quien afirma que en el futuro nos moriremos de un día para otro y prácticamente sin enfermedad.
¿Cree que el aumento de la longevidad tiene techo?
Yo no me atrevo a ver el límite porque todos los expertos que han hecho proyecciones sobre la esperanza de vida se han equivocado. Hay investigadores que piensan que el techo de la supervivencia humana se situará en torno a los 120 años; pero otros piensan que no hay ningún hecho fisiológico que provoque la muerte a esa edad y que si reparamos adecuadamente el coche, cambiando las piezas que no funcionan, ese coche o cuerpo va a seguir funcionando. Lo que parece claro es que vamos a llegar a edades más avanzadas con mejor salud. Y por tanto tendremos capacidad de hacer cosas que hoy no hacemos a esas edades, como trabajar.
Lo de trabajar más allá de los 65 se suele ver como algo negativo, pero usted lo considera una consecuencia natural y positiva del hecho de que vamos a vivir muchos más años.
Es que hoy día una persona de 65 años tiene una condición física semejante a la que tenía hace veinte años una de 60. Le pongo el ejemplo de mi abuela, que murió con 52 años y era una anciana. Yo tengo ahora 51... El avance que se ha producido en España es impresionante. Cuando pienso en cómo vivieron mis abuelos y cómo vivo yo... Con esta perspectiva es inevitable ser optimista.
Entonces, ¿por qué nos pintan tan mal el futuro?
Hombre, es verdad que con el envejecimiento de la población surgen problemas. Por ejemplo, preocupa lo que va a pasar con las prestaciones sociales: pensiones, sanidad, dependencia.
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¿Hay motivos para preocuparse por las pensiones?
La situación es preocupante si no se hace nada. Ya se han tomado algunas medidas importantes, que son duras y van a mermar el poder adquisitivo de los pensionistas. Sobre todo hay que actuar para que la presión fiscal sobre la población adulta trabajadora no llegue a tal punto que genere rechazo hacia los mayores. Entonces, ¿qué va a ocurrir? Que los mayores van a tener que trabajar más años. La jubilación a los 65 data del siglo XIX y la hemos arrastrado durante todo el siglo XX con ganancias de longevidad. Pensábamos que podíamos permitirnos mantener esa edad de retiro, pero ahora vemos que no es posible. Además, hay mucha gente que quiere seguir trabajando después de los 65. Es verdad que eso no se le puede imponer a quienes tienen trabajos penosos. Pero hay otros muchos trabajos que sí pueden desempeñarse. Y no se debe ver como una injusticia porque ahora también nos incorporamos cada vez más tarde al mercado de trabajo, ya que estudiamos durante más tiempo.
Vamos, que usted es optimista respecto al futuro que nos espera como sociedad pese al envejecimiento.
No es que sea optimista, es que creo en la capacidad de adaptación de la sociedad. La gente, de una manera más o menos consciente, sabe que la situación está cambiando: que hay que trabajar más tiempo; que hay que ahorrar más...
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¿Cómo es esa sociedad a la que nos dirigimos?
Creo que a lo que vamos es a una sociedad con más gente mayor, pero no más gente dependiente. Y sobre todo, con gente mayor que va a ser capaz de hacer muchas cosas que hoy no hace como consecuencia de sus limitaciones físicas. Una persona con 65 años va a poder hacer lo mismo que una 20 años más joven. Y eso implica trabajar, viajar, crear empresas... Incluso tener hijos, que ahora resulta raro, pero en el futuro podrás tener hijos a los 65 y acompañarlos 40 años de vida. Caminamos hacia un mundo muy diferente. Y si tuviera que decir quiénes van a cambiar más su comportamiento diría que los mayores, como consecuencia de que van a morir más tarde y se van a encontrar mejor. Nos van a sorprender. Tampoco preveo un declive en la economía porque se generarán nuevas demandas de productos y servicios, lo que llaman la economía gris. No creo que estemos abocados a una sociedad de ancianos, aburrida y ahogada de impuestos.
Si vivimos muchos años más, ¿cómo afectará a las relaciones de pareja? Porque no es lo mismo un matrimonio para toda la vida si se viven 70 años que si se viven 120.
Las relaciones afectivas van a cambiar radicalmente. Lo más probable es que se tengan hijos con una pareja especialmente significativa, pero después se tengan diferentes parejas a lo largo de la vida. También creo que la fidelidad quizá va a dejar de ser fundamental en muchas parejas para cobrar más importancia el apoyo mutuo en proyectos vitales. Digo en algunas, no en todas, porque a lo que vamos también es a una diversificación total de los comportamientos.
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Mencionaba antes que habrá que hacer un esfuerzo para que las generaciones jóvenes no acaben resentidas por tener que costear los elevados gastos que generará una sociedad envejecida. ¿Teme un conflicto intergeneracional?
Los mayores deben ser conscientes de que la sociedad hace un esfuerzo muy grande para apoyarlos. Yo siempre he defendido que los mayores actuales se merecen ese esfuerzo porque son generaciones que lo han pasado muy mal e hicieron algo muy importante por el país: contribuyeron con su esfuerzo productivo y cívico a generar las condiciones para que surgiera una democracia y tengamos el país que tenemos hoy. Pero quizá el nivel de prestaciones que ellos disfrutan es difícil de mantener sin que eso suponga una presión fiscal muy importante sobre los jóvenes trabajadores. Una presión que les podría llevar a tomar decisiones como la de votar con los pies: irse a otro país. La tecnología favorece el mantenimiento del contacto con la familia y las nuevas generaciones están más acostumbradas a salir fuera; ya no es un drama irse al extranjero. Así que si los jóvenes ven que no pueden desarrollar sus proyectos vitales porque están destinando una parte muy grande de su renta a pagar los gastos de los mayores, se irán.
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¿Qué me dice de la maltrecha tasa de natalidad española? ¿Hay alguna manera de que aumente?
Sy poco favorable a las políticas natalistas estricto sensu, pero sí creo que hay que mejorar las condiciones para que la gente pueda tener hijos. Hoy el coste de tener hijos es elevadísimo: el efectivo y el de oportunidad, es decir, lo que dejas de hacer por tener hijos. Hay que facilitar a las familias los servicios necesarios para el cuidado de los hijos. También se debe mejorar el acceso al mercado laboral. Y algo fundamental: los salarios deben subir. Con determinados sueldos no se puede formar una familia.
¿Cree que los únicos motivos de que caiga la natalidad tienen que ver con dificultades económicas?
No, hay otro factor muy potente: el cambio cultural, el individualismo. Los jóvenes se dan cuenta de que hay muchas cosas en la vida que merece la pena hacer y que los hijos suponen restricciones, así que deciden que los tendrán más adelante, cuando ya hayan cumplido determinadas metas vitales. Esto no lo tenía mi generación y mucho menos la de mis padres.
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Pero los países nórdicos, por ejemplo, han conseguido revertir la caída de la natalidad.
Sí, pero tampoco llegan a la tasa de reposición. El país que está más cerca es Francia, que hace un esfuerzo extraordinario en políticas natalistas, básicamente permitiendo a muchas mujeres y hombres dejar de trabajar por un tiempo para criar a sus hijos. Claro, eso es un esfuerzo fiscal grande. Y plantea sus problemas, porque como las mujeres son las que mayoritariamente se quedan en casa, se puede producir una regresión en el avance de la igualdad. De cualquier modo, tal y como está estructurada la vida, con el coste de dinero, tiempo y oportunidad que representan los hijos y con este cambio cultural tan grande, la fecundidad no va a crecer. Y cada vez va a retrasarse más la maternidad porque además las técnicas de reproducción asistida lo facilitan.
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