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Detalle de dos 'sambenitos', que incluían túnicas e incluso capirotes que los castigados tenían que llevar a diario.
Así castigaba la Inquisición a los brujos en Málaga

Así castigaba la Inquisición a los brujos en Málaga

Los famosos 'sambenitos' proceden de aquella época oscura de los siglos XV al XVIII. Había seis grados en los castigos: desde los menos graves como saltarse la orden de no comer carne en Cuaresma a los más extremos, como la venta del alma al diablo, que podía penarse con la muerte

Ana Pérez-Bryan

Domingo, 12 de febrero 2017, 00:33

Es una figura recurrente en los libros de historia que abordan aquellos siglos (del XV al XVIII), e incluso existen museos en España que recuerdan los castigos que se imponían a los 'díscolos' que se desviaban de esa manera única de entender la fe católica. La Inquisición y todo lo que la rodea genera cierta fascinación y cientos de historias que han sido transmitidas de generación en generación; ahora bien: ¿cómo funcionó realmente en Málaga? ¿cuáles eran los castigos que se aplicaban a las personas a las que el tribunal consideraba brujos? Y sobre todo: ¿fue la capital un lugar especialmente 'señalado' por las autoridades que velaban por que no hubiera desviaciones en los dogmas de la moral?

Aún existen ciertas lagunas históricas cuando se aborda la cuestión de la Inquisición en Málaga, pero el historiador Jorge Jiménez Reyes, impulsor de una de las rutas culturales de la empresa Cultopía que aborda este asunto sostiene que probablemente Málaga fue una de las ciudades que más trabajo pudo darle a los tribunales de la Inquisición. Las causas son variadas, pero en esta reflexión tiene mucho que ver su condición de ciudad costera y los enclaves de puerto solían considerarse de naturaleza pecadora, en palabras del especialista. En efecto, este intercambio la con población extranjera, que independientemente de su origen estaba sometida al dictado de las leyes que imperaban en ese territorio, favoreció que a la ciudad se la vinculara con un modo laxo de entender la moral. Entre otras cosas porque, además, la prostitución era una actividad especialmente arraigada en la ciudad, y aunque fuera legal e incluso existiera la figura del 'putero oficial' designado por los propios Reyes Católicos, a las mujeres que la ejercían se las suponía especialmente ligadas a la brujería porque no era extraño que la emplearan como recurso para salir de la calle e incluso encontrar marido. Y eso estaba castigado por la Inquisición siempre que se demostrara que aquellos conjuros iban vinculados a la renuncia a la fe católica.

En este sentido, conviene recordar en primer lugar que en aquella época la religión y la magia eran las dos caras de la misma moneda -del mismo modo que se invocaba a los santos para que intercedieran ante determinado problema, otros también podían invocar al diablo para que actuara del mismo modo, sostiene Jiménez-; y en segundo término que los Reyes Católicos instauraron este tipo de tribunales no sólo para luchar contra la brujería, sino especialmente contra los falsos conversos.

No obstante, el rigor de la Inquisición llegaba a todos los estratos sociales y el inquisidor general tenía su sede en Granada aunque 'delegados' en cada una de las ciudades importantes. Precisamente, esta autoridad máxima tomó parte en uno de los procesos documentados en Málaga en el siglo XVI, en concreto contra Fray Diego de Velázquez, confesor en el convento de la Trinidad, recitador y catedrático de Teología. El prelado tenía un puesto privilegiado en el convento, pero carecía de 'padrino' en la estructura eclesiástica y su máxima ambición era llegar a cardenal, de modo que hizo unos hechizos para intentar pactar con el diablo y que éste le proporcionara el dinero necesario para llegar a esos contactos, recuerda Jiménez. Cuando aquello llegó a oídos del inquisidor general de Granada éste ordenó el ingreso de Fray Diego de Velázquez en el convento más riguroso que encontró, sin celda propia, asumiendo el último puesto de la comunidad y con la prohibición absoluta de volver a comulgar ni confesarse, además de perder todos los títulos.

Castigada por dar de mamar al diablo

Algunos documentos históricos del siglo XVI -quizás el siglo más duro de la Inquisición- también recogen el proceso de la Inquisición contra María Alemán, una mujer que llegó a Málaga tras ser expulsada de Baeza por bruja y por prostituta y a la que sus vecinos habían denunciado porque precisamente sus hechizos funcionaban. Y aquello se vinculaba directamente a que había hecho un pacto con el diablo. María Alemán fue juzgada en Málaga por otra denuncia en la que se le acusaba de amamantar a un demonio pequeño: la mujer lo había encontrado en la calle muerto de hambre y le ofreció su pecho. Aquel diablo, en agradecimiento, le dio sus poderes, un 'pecado' más que suficiente para ser castigada por la Inquisición con toda su dureza, aunque la mujer logró salvar su vida -sólo fue expulsada del Reino de Granada y de Madrid- porque pudo demostrar que aquel 'intercambio' no fue para vender su alma al demonio, sino que actuó movida por la caridad cristiana y por pena.

En otros caos no había tanta piedad y los reos eran conducidos directos a la pena máxima de muerte, sobre todo en el caso de los falsos conversos o de los que sí había constancia que habían vendido su alma al diablo o habían participado en que otros lo hicieran. A pesar de que muchos de los juicios eran a puerta cerrada (y siempre después de una denuncia firmada por dos testigos independientes para evitar las acusaciones falsas o las 'venganzas'), en los casos más 'graves' se buscaba la asistencia del público para que el ajusticiamiento o la muerte delante de los vecinos sirviera de ejemplo al resto. Es decir, que aprendieran la lección.

¿De dónde vienen los sambenitos?

Los procesos inquisitoriales, sin embargo, no se cerraban siempre con la pena máxima. De hecho, existían diferentes grados de castigo, que se aplicaban como correctivo pero sobre todo para que la gente cercana fuera capaz de identificar al 'pecador'. En esta exhibición pública de la falta jugaron un papel fundamental los 'sambenitos', es decir, túnicas o escapularios que tenían que llevar a diario las personas condenadas con todo lo que eso implicaba, porque es fácil imaginar que alguien con un pequeño negocio al que 'colgaban un sambenito' por cualquier falta perdía toda la clientela, que no quería arriesgarse a que la identificaran con el pecador.

También en esta escala de castigos había varios grados. Jorge Jiménez habla de hasta seis categorías, y en el primer escalón estaba el escapulario blanco para las faltas más leves (por ejemplo, saltarse la prohibición de comer carne en Cuaresma). A medida que ascendía la gravedad se iban añadiendo elementos a la vestimenta: primero la línea de un aspa roja (en recuerdo a la Cruz de San Andrés, que representa la humildad y el sufrimiento), luego la línea que cerraba el aspa... y así hasta llegar a una especie de capirote o coroza -ese es el antecedente de los capirotes de los nazarenos de Semana Santa como símbolo de penitencia- en el que incluso se llegaba a ilustrar el pecado cometido.

En algunos de los cuadros más conocidos de Francisco de Goya se puede apreciar a los ajusticiados con esos símbolos en la cabeza y con los escapularios. Aquella forma pública de escarnio estuvo vigente los siglos XV y XVI, pero a partir del XVII los sambenitos dejaron de llevarse a diario como castigo y pasaron a colgarse en las parroquias, aunque por supuesto con el nombre de aquél que había cometido el pecado. De ahí la expresión 'colgar el sambenito', que se ha mantenido hasta nuestros días. Igual que esas historias oscuras de la Inquisición.

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