ANA PÉREZ-BRYAN
Sábado, 13 de agosto 2016, 00:46
málaga. ¿Alguna vez se ha planteado, cuando pasea por la plaza de La Merced, que más allá de que fuera el lugar en el que nació Picasso es también un cementerio? Sí, ha leído bien. El céntrico espacio, ahora de actualidad por las idas y venidas con el cine Astoria, tiene una historia de auténtica película. Los protagonistas, el general liberal José María de Torrijos y los otros 47 hombres que fueron fusilados en las playas de San Andrés por orden del monarca absolutista Fernando VII el 11 de diciembre de 1831. En realidad fueron 49 los represaliados, pero bajo el monolito de la plaza de La Merced sólo reposan los restos de 48. El que falta, el irlandés Robert Boyd, descansa en el Cementerio Inglés porque al ser anglicano no estaba permitido que se enterrara con el resto de compañeros. De hecho su cuerpo es la primera sepultura oficial del camposanto inglés, inaugurado en las mismas fechas que las del fusilamiento.
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La historia de los personajes que reposan bajo el monumento de la plaza de la Merced es apasionante, y la cuenta la historiadora Mar Rubio, responsable de la empresa de gestión Cultopía (www.cultopia.es) e impulsora de esta ruta histórica por algunos de los lugares que pisó Torrijos en sus últimas horas de vida. Uno de ellos es el Convento de San Andrés, donde el militar pasó su última noche y una referencia histórica imprescindible en esta historia que pocos conocen. El espacio, además, celebra en estos días el inicio de un proyecto de rehabilitación -la primera piedra se puso el pasado martes- que pondrá fin a décadas de abandono.
Del convento a la playa de San Andrés, donde fue represaliado, Torrijos quedará sin embargo ligado para siempre a la plaza de La Merced. Y no sólo con su monolito, diseño del entonces arquitecto municipal Rafael Mitjana (que da nombre a otra famosa plaza del centro), sino con sus propios restos. Los suyos y los de sus hombres reposan en una gran cripta excavada bajo el monolito que fue inaugurada a la vez que el monumento, once años después del fusilamiento del grupo (11 de diciembre de 1842). En un primer momento los cuerpos fueron trasladados al Cementerio de San Miguel: los de Torrijos y los de otros militares de mayor rango (López Pinto y Flores Calderón) reposaron sus primeros años en nichos, mientras que el resto fueron enterrados en una fosa común.
Sólo se ha abierto tres veces
Sin embargo, con el paso de los años y con el cambio de régimen de Fernando VII al de Isabel II llegó el momento de honrar «la memoria de estos hombres como merecían», explica Rubio. Los primeros años de gobierno de Isabel II, que fueron asumidos por su madre María Cristina de Borbón como regente porque Isabel era apenas una niña, fueron posibles gracias a una alianza con los liberales, que reclamaron honras para los hombres que lucharon por su causa. Así fue como se gestó el monumento a Torrijos y los suyos en la plaza de la Merced, que once años después fueron trasladados del cementerio de San Miguel a la cripta del monolito en una solemne ceremonia. En ese lugar hay hoy tres ataúdes con los cuerpos de los tres militares de mayor rango (entre ellos el general) y los restos de sus hombres los acompañan.
De la cripta poco más se sabe, ya que permanece cerrada a cal y canto y sólo se ha abierto en tres ocasiones para las imprescindibles labores de conservación: una de ellas fue en la segunda República, la otra durante la Transición y la última hace apenas unos años, en 2005.
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El proyecto del monolito también tiene una historia singular en sí misma. En primer lugar porque su autor, el arquitecto municipal Rafael Mitjana, estaba vinculado al propio Torrijos ya que luchó a sus órdenes en la Guerra de la Independencia, lo que añadía un plus emocional a su trabajo en la plaza. Además, los problemas de financiación del monumento obligaron al arquitecto a agudizar el ingenio para captar fondos y tener la construcción lista a tiempo: el Ayuntamiento de la época no aportó dinero al proyecto, por eso Mitjana se encargó de organizar una cuestación popular, a modo de lotería, que fue un éxito sin precedentes. Se emitieron 16.000 participaciones a cinco reales cada una y se recaudaron 80.000 reales: 60.000 fueron para terminar el monolito y el resto para premios. Entre los más cotizados estaban los 500 duros del primer premio, pero también un caballo, una escopeta, una mantilla o un juego de café de porcelana China.
Con este impulso extra, Mitjana pudo terminar su monolito a tiempo para que once años después de su fusilamiento Torrijos y los suyos fueran honrados, aunque el proyecto final fue sensiblemente diferente al primero ya que en su parte superior incorporaba una figura femenina en lugar de una corona de laurel (en realidad tiene 49 coronas, una por cada fusilado en las playas de San Andrés). Precisamente estas playas también tienen su presencia en el monumento, ya que la primera piedra fue traída del lugar exacto donde murieron los liberales y para la construcción se empleó arena de esa playa.
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Este espacio de la plaza de La Merced no se ha librado de los avatares de la propia ciudad. Tampoco de algunas anécdotas. Es el caso de la piedra que aparece girada en el tercer tramo del monolito (es fácilmente apreciable si se fija) y que no se ha corregido: la razón de este 'desplazamiento' está en el terremoto que asoló la capital en las navidades de 1884 y que afectó parcialmente al monumento. El temblor fue vivido por un pequeño que estrenaba sus días en la plaza de La Merced y que entonces tenía tres años: el niño Pablo Picasso. Cuentan las crónicas de la época que con el terremoto la madre de Picasso -embarazadísima de su hija menor, Lola- salió corriendo a buscar refugio en casa del pintor Muñoz Degraín, amigo del padre de Picasso, y que justo dos días después nació la niña. Desde entonces todos la conocieron como la 'terremotico', y casualidades de la historia sus vidas quedaron, en cierta forma, enmarcadas en el escenario donde reposan para siempre Torrijos y sus hombres.
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