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Alvaro Frías
Viernes, 30 de octubre 2015, 01:12
Albert Gael (29 años) pone sus pies descalzos en tierra asido por dos voluntarios de la Cruz Roja, que cubren su cuerpo con una manta y lo ayudan a recorrer el muelle hasta llevarlo al hueco que queda entre una de las ambulancias y un contenedor de mercancías, en el que apoya la espalda con la mirada perdida y los labios quemados por el sol y la sal. Su viaje ha terminado, pero ha perdido demasiado en el camino. «Mi hermana no ha podido llegar, pero yo, gracias a ella, estoy aquí», afirma, desorientado, con un hilo de voz.
Hace cinco meses dejó su hogar y a un hijo pequeño en busca de «una vida mejor». En Camerún, Albert Gael era Alberto Contador «el ciclista español», aclara por su afición a las dos ruedas y «a los deportes en general». Lo acompañaba en el viaje su hermana mayor, que ya había intentado llegar antes a España por otra ruta, pero no lo consiguió. Cruzaron Nigeria, Argelia y Marruecos hasta llegar a un «bosque» donde la mafia a la que pagaron los tuvo una semana sin proporcionarles comida ni bebida. «Nos las ingeniábamos como podíamos para alimentarnos cuando la policía no nos molestaba», recuerda.
Una de esas noches, su hermana lo despertó y le dijo: «Es el momento». La patera zarpó el martes desde una playa a dos kilómetros de Alhucemas. «El día fue bien, pero al caer el sol se formó una tormenta. Las olas movían mucho el barco y nos lanzaban de un sitio a otro», relata Albert, uno de los 15 supervivientes del naufragio frente a las costas de Málaga. «La barca se rompió, como si estuviera mal ensamblada, y el motor desapareció. Todo el mundo cayó al agua y perdí de vista a mi hermana. Está muerta», afirma, resignado.
Llevaban tres días sin comer ni beber cuando se hundió el suelo de la embarcación. A Albert Gael lo salvó su afición a la natación. Pudo mantenerse a flote hasta que consiguió agarrarse a «algo» que, en la oscuridad, no supo identificar, pero que le salvó la vida. «No recuerdo bien, estoy confundido...», expresa. En mitad de la tempestad, dice, sólo pensaban en su hijo y en que, quizá, no volvería a verlo. «Hubo un momento en que me dejé llevar y dije: Que sea lo que Dios quiera», añade el camerunés, de firmes convicciones religiosas. «Ahora concluye estoy cansado y triste, porque he perdido a compañeros de viaje se habían convertido en mis amigos, pero tengo esperanza».
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