Ana Pérez-Bryan
Viernes, 12 de junio 2015, 00:43
Lo avisó antes de entrar a fondo en el asunto de su conferencia: «Después de mucho tiempo me siento libre, no tengo ninguna responsabilidad pública, así que vengo a compartir con ustedes lo que muchas veces he pensado en la soledad de mi despacho». Del despacho del ministerio de Fomento, o del de la Consejería de Economía, por citar sólo algunos, porque el recorrido político de Magdalena Álvarez podría compararse al de los cientos de kilómetros que como máxima responsable de la época puso en marcha, por carretera o por ferrocarril. El hecho es que su conferencia Málaga, ciudad sin límite, con la que celebraba como antigua alumna el medio siglo de la Facultad de Económicas, se convirtió en una especie de ajuste de cuentas con «los que siempre te comen la moral». «Con los que atacan a los que sueñan cuando son ellos los que dan pesadillas», dijo la exministra malagueña, que no dejó ni un solo detalle por compartir de su amplio cuaderno de agravios.
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Lo hizo consciente de estar jugando «en casa», en el Ateneo, y «rodeada de amigos» de dentro y fuera de las filas socialistas pero más de los primeros que de los segundos. En los asientos reservados, el delegado del Gobierno andaluz en Málaga, José Luis Ruiz Espejo; el exconsejero Antonio Ávila, la senadora Pilar Serrano, el presidente de la Autoridad Portuaria, Paulino Plata y tres de los concejales socialistas electos Estefanía Martín Palop, María del Carmen Moreno y Rafael Gálvez que por supuesto comentaron en los corrillos lo que está por venir mañana sábado con la sesión de investidura en la Casona del Parque. Tampoco faltaron otros antiguos dirigentes como Juan Fraile o el sindicalista Francisco Gutiérrez, ni personalidades de la universidad y la empresa como el decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación y Económicas, Juan Antonio García Galindo y Eugenio Luque, respectivamente; el arquitecto José Seguí, el presidente de la Cámara de Comercio, Jerónimo Pérez Casero o el empresario José Luis Sánchez Domínguez.
Dormirse en los laureles
Con todos ellos compartió las consignas que marcaron sus decisiones políticas, y entre todas y por supuesto destacó el célebre «antes partía que doblá». «Lo sigo pensando igual. No entiendo por qué se me criticó tanto», lamentó Álvarez, cuyo discurso estuvo plagado de otras referencias populares que aplica al pasado, al presente y al futuro de Málaga: «Cuando no se avanza se retrocede» o «No nos podemos dormir en los laureles» sonaron como expresiones a tener en cuenta en su diagnóstico de ciudad.
Pero sin duda la parte más jugosa de su intervención fue la de la respuesta, ya en la libertad de no tener la presión del cargo, a los que por ejemplo «me acusaban siendo ministra de venir a Málaga a despilfarrar, a sumarme a una especie de orgía porque se nos decía que gastábamos por encima de nuestras posibilidades». O a aquellos que hace un cuarto de siglo «se referían al Parque Tecnológico como el parque tontológico», a los que dijeron «que en el AVE todo se había hecho mal por los problemas que surgieron en los túneles del Valle de Abdalajís» o a los que, en fin, decían que «cada vez que hacía una inversión para Málaga era porque quería presentarme de alcaldesa».
En el capítulo del debe, sin embargo, la exministra admitió estar arrepentida de su gestión al frente de los problemas que surgieron con las cajas de ahorros: «Tomé las decisiones correctas pero pequé de ingenua porque pensé que con la fuerza de la razón era suficiente y que al final ganarían los buenos, pero eso sólo pasa en las películas».
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En el repaso por los últimos cincuenta años de la ciudad también hizo parada en los años en los que Málaga «sólo ofrecía sol y playa» y celebró que ahora es una referencia cultural subrayando, eso sí, que el origen de todo estuvo en el rescate «del activo de Picasso». Es decir, en el impulso de la Junta de Andalucía, dejó caer. Aunque para dejar caer, un último consejo con giro popular incluido: «El punto débil de Málaga es la fragilidad de su memoria, y con eso pasa como en la teoría del salchichón, que nos comemos una rodaja y olvidamos todo lo demás». Y punto.
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