Pedro Aparicio y Teodoro León Gross, en el cenador de los jardines.

«Si volviera a vivir, no dejaría la enseñanza por la política»

Pedro Aparicio recordaba su paso por la Alcaldía y su visión de Málaga en un reportaje publicado en marzo de 2012 en este periódico

Teodoro León Gross

Jueves, 25 de septiembre 2014, 15:02

Pedro Aparicio invita a pasear por los jardines de La Concepción; o quizá los jardines invitan a pasear con Pedro Aparicio. Es una elección natural; en definitiva este parque es un símbolo de la Málaga ilustrada, un tesoro de la ciudad romántica que le sedujo cuando llegó, en el crepúsculo del franquismo, a la cátedra de Patología Quirúrgica: «Encontré una ciudad maravillosa, con cosas extraordinarias, la vegetación, las distancias cortas, el café que evocaba a Roma». Abrir La Concepción a la ciudad es una de las huellas de sus dieciséis años en la alcaldía, parte de su sueño político de una Capital del Sur de Europa: «eso fue una réplica al eslogan de Barcelona de Puerta Sur de Europa, como si más al sur no quedara Europa». El europeísmo es parte de su adn ideológico y sentimental.

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Este retiro vegetal, bajo las bóvedas umbrías de araucarias del Cono Sur y de Oceanía, una vuelta al mundo en ochenta palmeras entre plumarias y acantos y bambúes «probablemente es el parque más hermoso de Andalucía» parece un lugar a medida de su exilio interior. Desde hace diez años rehúye las entrevistas y él mismo deshizo un contrato para escribir sus memorias. Cultiva la soledad y le gusta refugiarse en casa o su despacho frente al puerto; a veces escapa al norte bajo la llamada del frío «tal vez por nostalgia de la infancia, o tal vez por la vocación de ir a contracorriente». Su eslogan, parafraseando a Juan Ramón, podría ser «en la minoría siempre». A veces parece insólita su dedicación a la política:

-Todo comenzó por azar. Me invitaron a León para hablar de la muerte de Cristo desde el punto de vista médico, que fue el tema de mi tesina, junto a Peces Barba, que hablaría desde el punto de vista jurídico, y González Ruiz como teólogo. De ese acto, que fue prohibido, surgió una buena amistad. Peces Barba, además de mi gran admiración por Besteiro, me animó a militar; y por supuesto el espíritu de la Transición de reconciliación nacional

Cuando un día llamaron los dirigentes socialistas de Málaga a su puerta para proponerle la candidatura a la alcaldía, se dijo a sí mismo cuatro años pero fueron cuatro mandatos, y aún una década en Estrasburgo. «Esa ha sido mi vida: un médico de vocación que pasa veinticinco años en la política». Recuerda con apasionamiento la gran transformación de la ciudad, su municipalismo («jamás antepuse mi partido a la ciudad») y el mandato final de los grandes proyectos como el Parque Tecnológico, el Paseo Marítimo del Oeste, la depuradora, las rondas, este Jardín Botánico «Pero si volviera a vivir, no dejaría la enseñanza de la medicina por la política».

Al pasear entre el Arroyo de la Ninfa y la Cascada de las Monsteras, comenta «qué gran sitio para pasar la tarde leyendo». Los libros como la música y los viajes en ferrocarril son las pasiones del universo personal que desgrana sábado a sábado en sus artículos bajo el retablo de su santoral laico: Beethoven, Galdós, Messi, Shakespeare, Marañón, Verdi, Bach, Chejov casi siempre lejos del ruido político: «es atosigante el sectarismo nacional de buenos y malos».

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Al salir de La Concepción se sorprende al ver una cerámica muy discreta que evoca la inauguración en 1994 con su nombre; tanto que pregunta en taquilla si siempre estuvo ahí. «Te aseguro que nunca la había visto; yo creía que en Málaga sólo había dos placas con mi nombre, y ambas hechas por el protocolo de la Casa Real». Siempre fue enemigo de las placas; y de la indignidad impúdica de esos políticos que llenan las ciudades con su nombre, atribuyéndose incluso lo que no es obra suya. Pero añade: «te confieso que esta cerámica me hace ilusión». Es un orgullo legítimo, le digo. Y responde: «Tal vez nada de eso importa mucho».

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