Secciones
Servicios
Destacamos
Teodoro León Gross
Jueves, 25 de septiembre 2014, 15:02
Pedro Aparicio invita a pasear por los jardines de La Concepción; o quizá los jardines invitan a pasear con Pedro Aparicio. Es una elección natural; en definitiva este parque es un símbolo de la Málaga ilustrada, un tesoro de la ciudad romántica que le sedujo cuando llegó, en el crepúsculo del franquismo, a la cátedra de Patología Quirúrgica: «Encontré una ciudad maravillosa, con cosas extraordinarias, la vegetación, las distancias cortas, el café que evocaba a Roma». Abrir La Concepción a la ciudad es una de las huellas de sus dieciséis años en la alcaldía, parte de su sueño político de una Capital del Sur de Europa: «eso fue una réplica al eslogan de Barcelona de Puerta Sur de Europa, como si más al sur no quedara Europa». El europeísmo es parte de su adn ideológico y sentimental.
Este retiro vegetal, bajo las bóvedas umbrías de araucarias del Cono Sur y de Oceanía, una vuelta al mundo en ochenta palmeras entre plumarias y acantos y bambúes «probablemente es el parque más hermoso de Andalucía» parece un lugar a medida de su exilio interior. Desde hace diez años rehúye las entrevistas y él mismo deshizo un contrato para escribir sus memorias. Cultiva la soledad y le gusta refugiarse en casa o su despacho frente al puerto; a veces escapa al norte bajo la llamada del frío «tal vez por nostalgia de la infancia, o tal vez por la vocación de ir a contracorriente». Su eslogan, parafraseando a Juan Ramón, podría ser «en la minoría siempre». A veces parece insólita su dedicación a la política:
-Todo comenzó por azar. Me invitaron a León para hablar de la muerte de Cristo desde el punto de vista médico, que fue el tema de mi tesina, junto a Peces Barba, que hablaría desde el punto de vista jurídico, y González Ruiz como teólogo. De ese acto, que fue prohibido, surgió una buena amistad. Peces Barba, además de mi gran admiración por Besteiro, me animó a militar; y por supuesto el espíritu de la Transición de reconciliación nacional
Cuando un día llamaron los dirigentes socialistas de Málaga a su puerta para proponerle la candidatura a la alcaldía, se dijo a sí mismo cuatro años pero fueron cuatro mandatos, y aún una década en Estrasburgo. «Esa ha sido mi vida: un médico de vocación que pasa veinticinco años en la política». Recuerda con apasionamiento la gran transformación de la ciudad, su municipalismo («jamás antepuse mi partido a la ciudad») y el mandato final de los grandes proyectos como el Parque Tecnológico, el Paseo Marítimo del Oeste, la depuradora, las rondas, este Jardín Botánico «Pero si volviera a vivir, no dejaría la enseñanza de la medicina por la política».
Al pasear entre el Arroyo de la Ninfa y la Cascada de las Monsteras, comenta «qué gran sitio para pasar la tarde leyendo». Los libros como la música y los viajes en ferrocarril son las pasiones del universo personal que desgrana sábado a sábado en sus artículos bajo el retablo de su santoral laico: Beethoven, Galdós, Messi, Shakespeare, Marañón, Verdi, Bach, Chejov casi siempre lejos del ruido político: «es atosigante el sectarismo nacional de buenos y malos».
Al salir de La Concepción se sorprende al ver una cerámica muy discreta que evoca la inauguración en 1994 con su nombre; tanto que pregunta en taquilla si siempre estuvo ahí. «Te aseguro que nunca la había visto; yo creía que en Málaga sólo había dos placas con mi nombre, y ambas hechas por el protocolo de la Casa Real». Siempre fue enemigo de las placas; y de la indignidad impúdica de esos políticos que llenan las ciudades con su nombre, atribuyéndose incluso lo que no es obra suya. Pero añade: «te confieso que esta cerámica me hace ilusión». Es un orgullo legítimo, le digo. Y responde: «Tal vez nada de eso importa mucho».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.