Republicanos
Salvo para oportunistas y nostálgicos, este no es el mejor momento para un cambio de régimen que en lo sustancial traería poco bueno y quizá bastante malo
Antonio Soler
Domingo, 8 de junio 2014, 00:20
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Antonio Soler
Domingo, 8 de junio 2014, 00:20
Moreno Peralta se declaraba en estas páginas intelectualmente republicano al tiempo que Rubalcaba recordaba el alma republicana del PSOE. Uno, desde su adolescencia se afilió a esa doble condición, racional y emocional, del republicanismo. Por lo que la república herida significó en el pasado y por lo que entonces, últimos años del franquismo, podía traer en el futuro. Libertad, democracia, laicismo, mayor justicia social. El sueño no se cumplió en su nomenclatura, pero sí en su esencia. Lo hizo bajo una monarquía parlamentaria. Una institución en principio anacrónica, sí, pero aquellos que temieron un reinado con tentaciones de preservar bajo un manto de plomo los resortes de la dictadura pronto respiraron aliviados.
Juan Carlos estaba convencido de que el único modo de afianzar la monarquía y consolidar su supervivencia era fusionarla con un sistema democrático. En esa dirección trabajó desde el día uno. Contó con Adolfo Suárez, que fue algo más que un aliado de circunstancias como muchos, y quizá el propio rey, pensaran en un primer momento. Y contó con el cerebro de Fernández Miranda para programar la destrucción del franquismo y diseñar la transición a la democracia. Eso es el pasado. Como también son pasado el 23-F y otros hechos que acabaron de soldar la monarquía a la democracia. El presente es el deterioro de esa delicada y laboriosa construcción por los vicios del sistema. Pero el presente también es una crisis económica equiparable al crack del 29. Un terremoto que minó los cimientos de la II República. Además de la crisis económica existen otras similitudes con 1931. El conflicto territorial, con Cataluña al frente, por ejemplo. Con todo, y por suerte, las diferencias son mayores que las similitudes. La primordial: Alfonso XIII había avalado la dictadura de Primo de Rivera y las dictablandas, o lo que fueran aquello, de Berenguer y Aznar-Cabañas, asociando de ese modo la monarquía al autoritarismo. Frente a ello la república representaba esencialmente la democracia, porque la que llegaba, no se olvide, era una 'república burguesa'. Así la llamaban sus enemigos internos. Comunistas que aspiraban a otra forma de gobierno, a una democracia popular, a una dictadura del proletariado.
Algunos de quienes hoy agitan la bandera tricolor olvidan esa pieza clave. Así que cuando Cayo Lara habla de elegir entre monarquía y democracia habría que preguntarle si considera que Suecia o Inglaterra no son democracias. Si piensa que Cuba sí lo es. O Venezuela. Lara y sus socios olvidan que la república, en sí misma, no está unida consustancialmente a la izquierda. Ni a la derecha. Es una forma neutra de Estado. Los protagonistas del Pacto de San Sebastián que propiciaron el advenimiento de la II República eran los representantes de la derecha democrática, del centro, del centro izquierda y de la izquierda no radical. El primer presidente, Alcalá Zamora, fue un moderado, al segundo y último, Azaña, habría que encuadrarlo hoy en la socialdemocracia. Del mismo modo, una républica estaría hoy presidida por Rajoy, por Aznar, por Zapatero. La llegada de la república no operaría un milagro ni limpiaría al Estado automáticamente de sus miserias. Las elecciones del 25-M han sido una clarísima llamada a la regeneración. Eso es lo urgente y eso es de verdad lo importante. Salvo para oportunistas y nostálgicos, este no es el mejor momento para un cambio de régimen que en lo sustancial traería poco bueno y quizá bastante malo. A los republicanos de cabeza y corazón nos toca esperar.
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