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Carlos Alcaide y Sofía Téllez, ante la fábrica donde se acumulan muchos años de su vida laboral.
El último día en Isofotón

El último día en Isofotón

La plantilla de la empresa que fue buque insignia de las energías renovables en España se enfrenta al desempleo tras varios meses sin cobrar

Nuria Triguero

Miércoles, 21 de mayo 2014, 18:28

Daniela tiene cinco años y su color preferido es el rosa. Sus padres, Sofía Téllez y Carlos Alcaide, son ex empleados de Isofotón. Ella aún no sabe lo que es la energía fotovoltaica; sólo que papá y mamá trabajaban en una fábrica donde hay muchos robots, incluido uno rosa que prometieron enseñarle algún día. Sofía, de 38 años, fue incluida en el ERE del pasado mes de junio. A Daniela le explicó que como en la planta había menos trabajo, ahora tendría más tiempo para estar con ella. Ayer Carlos, de 41, pasó también al desempleo, como otros 272 compañeros (sólo quedan 20 que estarán unas semanas más en plantilla por motivos operativos). «El robot rosa se ha roto», es lo que acertó a decir a su hija.

Para Sofía y Carlos fue un mal trago acudir ayer a petición de este periódico a la fábrica donde se acumulan tantos años de recuerdos -cinco y medio para ella; 13 para él- justo en el día en que, al menos para la plantilla, quedó certificado el final de Isofotón. Ella ha tenido tiempo desde junio de hacerse a la idea, pero él todavía «en una nube». «Hasta que no vaya al Inem no me creeré que esto se ha acabado», confesaba mientras observaba el goteo de compañeros que salían de la fábrica, acarreando sus cosas en cajas o bolsas. Eran pocos, ya que la mayoría recogieron sus pertenencias en diciembre, cuando se acordó el ERE y la empresa les concedió permiso retribuido.

Entre quienes acudieron ayer por última vez a la fábrica estaba Carlos Muñiz, que quitaba hierro a la difícil situación bromeando con que es el segundo «buque insignia» que cierra. Y es que para este ingeniero electrónico de 35 años, Isofotón fue una tabla de salvación cuando naufragó Vitelcom hace cinco años. «Me llevó recuerdos buenos y malos; ahora toca emprender otra etapa. No descarto irme de Málaga, porque aquí hay poco donde buscar», comentaba. Su compañero Javier Bedoya, informático de sistemas, se declaraba «cansado» de la lucha librada contra los despidos a lo largo de casi todo el año pasado, y reconocía, como los demás, que no se esperaba este final. «Yo creía que nosotros caeríamos, pero la empresa no», sentenciaba.

Tristeza y alivio

El silencio que rodea la salida de los últimos trabajadores de Isofotón contrasta con el ruido de todas las movilizaciones organizadas el año pasado contra el primer ERE. «Luchábamos porque teníamos esperanza, ahora ya no la hay», explica Sofía. Una mezcla de sentimientos se anudaba ayer en la garganta de los trabajadores. Tristeza y resentimiento hacia los que creen culpables de un final indigno para un referente mundial de las energías renovables: los propietarios, Ángel Luis y Diego Serrano; y la Junta, que ha sido sucesivamente dueña, protectora, avalista y prestamista de Isofotón; para terminar, a su juicio, abandonándola a su suerte. Pero también hay alivio por el fin de una agonía que ha durado demasiados meses. «La gente no entiende que hayamos llegado a pedir que nos despidan, pero es que tenemos dos niños pequeños y a mí me deben seis nóminas, ¿de qué vivimos?», se pregunta Alcaide, a quien Isofotón adeuda unos 25.000 euros, entre la indemnización por despido y unos 6.000 de salarios impagados. Su familia se las apaña con la prestación de desempleo de Sofía, algún dinero ahorrado y la ayuda de los abuelos. Pero conocen casos dramáticos. «Hay compañeros a punto de perder la casa y que han tenido que acudir al Banco de Alimentos», apuntan.

Una situación que contrasta con los tiempos de bonanza, no tan lejanos. «Trabajar en Isofotón era como ser funcionario: parecía que nos íbamos a jubilar todos aquí», recuerda la pareja. «Es verdad que hemos cobrado un buen sueldo, pero también nos lo hemos ganado. Yo venía a trabajar los sábados por la noche cuando mis amigos se iban de juerga», apunta Carlos Alcaide, que empezó en la antigua fábrica, en el polígono Santa Teresa, donde el ambiente era «más familiar» y el trabajo, más manual.

Aquella planta se quedó pequeña y en 2006, el Rey inauguró la gigantesca fábrica del PTA, llena de los robots que entusiasman a Daniela. «Nos íbamos a comer el mundo... y de repente vino el primer ERTE, y Bergé quería deshacerse de la empresa», recuerda el trabajador. Los Serrano aterrizaron como los salvadores de Isofotón, pero la ilusión duró poco. «Se quedaron con la empresa limpia y en tres años la han cerrado con 300 millones en deudas», resume.

La indignación de los trabajadores deja traslucir un arraigado orgullo de pertenencia. «El problema no es que el negocio no sea próspero, es que se lo han cargado deliberadamente», reividica Sofía Téllez, que echará de menos el buen «ambiente de trabajo» que siempre ha reinado en la fábrica. «De aquí han salido muchas parejas», añade. Ahora toca mirar al futuro, pasar página, aunque a más de uno le cueste. Porque Carlos confiesa que le queda una pequeña esperanza: que otra empresa compre Isofotón y vuelva a contratar a sus trabajadores.

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