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Más de tres mil personas se unieron a una manifestación iniciada en el Ayuntamiento de Málaga el 15 de mayo de 2011, hace ahora diez años. La burbuja inmobiliaria había explotado, la tasa de desempleo juvenil alcanzaba límites dramáticos y cada semana se destapaba un nuevo caso de corrupción. «No es una crisis, es una estafa», gritaron aquellos primeros indignados durante el recorrido hasta la plaza de la Constitución, convertida en punto de acampada en las semanas siguientes. La concentración formaba parte de la espiral de protestas convocadas por todo el país contra los partidos tradicionales y la banca. «No hay pan para tanto chorizo», «No nos representan» y «Violencia es cobrar 500 euros al mes» eran algunos de los lemas más cacareados en aquellas marchas, que se sucedieron durante meses, multitudinarias y heterogéneas. Ahora, una década después, el bipartidismo recupera en cada cita electoral parte del terreno perdido, las expectativas de futuro de los jóvenes no terminan de despejarse y perduran casi todos los vicios estructurales a los que el 15M plantó cara. ¿Qué ha quedado de aquella promesa de cambio que movilizó a millones de personas?
«Si lo analizamos desde su utilidad», explica Andrés Villena, doctor en Sociología, «fue un fracaso». Pero una perspectiva más ancha, despojada de ese utilitarismo, cuestiona su aparente ineficacia: «En pleno individualismo, con formas de vida cada vez más aisladas, el 15M generó dinámicas de diálogo, relaciones y grupos que no se hubieran creado de ninguna otra forma». El propio Villena, escritor y economista, participó «con bastante intensidad» en las acampadas de Málaga, donde creó una comisión de educación económica: «Por entonces la prima de riesgo, la cláusula suelo y la quiebra eran asuntos de actualidad constante. Creímos que el mejor servicio que podíamos prestar era enseñar cómo funciona el sistema que tanto nos precarizaba, pero no con afán revolucionario sino pedagógico». La UMA, de la que era becario, llegó a darle «un toque» por su implicación: «Pensaban que aquello era una reunión de lúmpenes, pero había gente de todo tipo. Fue un movimiento anárquico y horizontal surgido en las plazas de las ciudades».
Manuel Jiménez, profesor de Sociología en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, reconoce que el 15M «ha quedado lejos de lograr lo que demandaba a nivel institucional», aunque considera que tuvo efectos que aún pueden rastrearse en la actual agenda política: «Desde 2015 se produjo un proceso de renovación de las élites parlamentarias, con más pudor respecto a los privilegios que antes se exhibían sin mucho problema». La oleada de indignación también puso sobre la mesa otros asuntos que hoy resultan imprescindibles en cualquier programa, como la transparencia y el coto a la corrupción. Pero el cambio más profundo, insiste Jiménez, tiene que ver con la forma de entender la política: «Aumentó muchísimo el nivel de interés de los ciudadanos por la política». Y aquellas prácticas, desde las manifestaciones hasta las asambleas, han sido asumidas por todas las demandas sociales posteriores: «Lo hemos visto con los pensionistas o en el 8M».
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La segunda manifestación en Málaga, el 20 de mayo, reunió a cerca de 7.000 personas, más del doble que la primera convocatoria de apenas cinco días antes. Los mensajes de indignación habían corrido como la pólvora en redes sociales como Facebook y Twitter. El campamento de la plaza de la Constitución recogía miles de firmas diarias que pedían el acceso a una vivienda digna, defendían la sanidad y la educación públicas y criticaban la reforma laboral y el rescate a los bancos, con el caso de Bankia presente en cada marcha. Ese mismo domingo, bajo la resaca de las protestas, se celebraron elecciones municipales: el Partido Popular arrasó en la provincia, con Francisco de la Torre reforzando su mayoría absoluta en la capital. Pero el 15M todavía tenía músculo que exhibir: el 27 de mayo articuló una nueva manifestación arropada por miles de personas, aún con el eco de las cargas policiales en Cataluña, que dejaron centenares de heridos. Los lemas «Quien conoce el amor no hace la guerra» y «Todos somos plaza Cataluña» se sumaron a los tradicionales cánticos contra el PSOE y el PP, entre claveles blancos y rojos.
Esa vocación pacifista, reflexiona Villena, constituye una de las fortalezas del 15M y, en consecuencia, la mayor pérdida derivada de su disolución: «Las reacciones ahora serán más violentas porque no existen plataformas mediadoras como el 15M. Ya lo vimos con las protestas por el ingreso en prisión de Pablo Hásel». Esa posición pacifista pasó factura al movimiento al generar tensiones internas con la facción más radical: «Hubo quien interpretó que el 15M era prosistema porque ahogaba la energía revolucionaria entendida de manera violenta, pero era una plataforma de diálogo». Esa mano tendida al debate sosegado, insiste el autor de 'Las redes de poder en España', «se ha perdido entre el ruido político del 'y tú más'».
15M. No es una crisis, es una estafa. Más de 3.000 personas, 2.000 según la Policía, se manifestaron contra el bipartidismo y la corrupción. La marcha, entre críticas a Zapatero, Rajoy y Botín, salió del Ayuntamiento y llegó hasta la plaza de la Constitución, que se convertiría en el principal punto de acampada del 15M en la provincia.
20M. 7.000 personas. Cada nueva manifestación era más multitudinaria. Las asambleas recogían firmas contra la ley electoral, la exclusión social, el bipartidismo y la corrupción. Dos días después se celebraban elecciones municipales
22M. Elecciones municipales. El PP arrasó en la provincia ante un PSOE hundido. Francisco de la Torre reforzó su mayoría absoluta en Málaga capital.
27M. Tercera manifestación. Acudieron 6.000 personas, 15.000 según los organizadores. La solidaridad con el movimiento en Cataluña, donde las cargas policiales habían dejado un centenar de heridos, impregnó la marcha, bajo lemas como «Todos somos plaza Cataluña» y «Quien conoce el amor no hace la guerra». Entre claveles rojos y blancos, el 15M quiso mostrar su vocación pacifista.
29M. Asamblea: El movimiento acordó que continuaría su acampada de manera indefinida. Los indignados crearon una comisión de trabajo encargada de vigilar el cumplimiento de los programas electorales de los partidos políticos en Málaga, además de reforzar la decena de comisiones creadas hasta entonces: limpieza, logística, alimentación, seguridad, movimiento obrero, pueblos y barrios, género, economía, ecología, comunicación... El 15M comenzaba a organizarse.
19J. Manifestación contra el pacto del euro.
Julio. Marcha hacia Madrid desde varias ciudades, entre ellas Málaga.
17S. Inicio de Occupy Wall Street, que dio lugar al Movimiento Occupy.
15O La primera movilización mundial convocada por el movimiento de los indignados fue seguida por mil ciudades en más de ochenta países. Los manifestantes reclamaban que los poderes establecidos respondieran a los intereses de la mayoría y no de la minoría más poderosa. Las protestas se sucedieron desde Tokio hasta Nueva Zelanda, desde Roma hasta Santiago de Chile. En Málaga hubo 8.000 personas, según la Policía Local, 20.000 según los organizadores. El recorrido comenzó en el Ayuntamiento y siguió por los jardines de Pedro Luis Alonso, hasta tomar el paseo del Parque girando en la plaza de las Tres Gracias, bajo lemas como «Mi vida no es tu tablero del Monopoly». Sonaron canciones de Bob Marley y Manu Chao.
12M de 2012. El primer aniversario del 15M se celebró el 12 de mayo. En Málaga se convocó una manifestación multitudinaria con el lema «Somos el 99%». El movimiento utilizó la concentración para exhibir músculo un año después de sus inicios, aunque comenzó a desvanecerse poco después.
Una semana después de las elecciones locales, la asamblea de la plaza de la Constitución acordó continuar con la acampada de manera indefinida. Se habían creado comisiones de limpieza, logística, educación, alimentación, seguridad, barrios, género, economía, ecología y comunicación, además de un grupo de trabajo encargado de velar por el cumplimiento de los programas electorales. Cualquier intento de canalizar la indignación de forma partidista era descartado de forma casi inmediata por la mayoría. El escritor Santi Fernández Patón recuerda que aquella primavera española «no encajaba en el prisma de la derecha, pero tampoco de la izquierda», aunque sus reivindicaciones concitaban la simpatía de la mayoría social: «Fue un momento histórico cuyas dimensiones aún son complicadas de calcular porque ha pasado poco tiempo. Era un movimiento tan heterogéneo que resultaba irrepresentable».
En noviembre, después de mantener vivo el espíritu del 15M durante todo el verano, incluida una marcha a Madrid por su condición de kilómetro cero de la revolución, nacida en la Puerta del Sol, se celebraban elecciones generales que volvían a poner a prueba la capacidad del movimiento para materializar sus reivindicaciones. El PP arrasó de nuevo al conseguir la última mayoría absoluta producida hasta ahora, un resultado con doble lectura: las urnas castigaron al PSOE por la gestión de la crisis, trufada de recortes que hundieron la imagen del Gobierno de Zapatero, y el 15M no terminaba de traspasar su esfera de idealismo. «Yo no estuve en las plazas para mejorar el sistema sino para impugnarlo», aclara Fernández Patón, miembro de Democracia Real Ya, una de las plataformas que organizaban las acampadas y las concentraciones, y de La Casa Invisible: «Era imposible que un movimiento tan transversal, capaz de atravesar todo el país, fuese representado en las instituciones. Hubiera sido algo contradictorio con su propia naturaleza. Era un movimiento esquivo. Nadie conseguía llevárselo a un terreno o a otro, y ahí radicaba su potencia».
El desapego de muchos de los participantes en el 15M hacia la política también explica que no intentaran cambiar el sistema desde dentro, al menos durante los primeros meses. Pero era un desapego concebido al fuego lento de la convicción, no del desdén. Lo explica la filósofa Ana Carrasco Conde: «El 15M iba de las personas. Y si las instituciones están pendientes de lo que es bueno para el sistema, no pueden pensar en qué es bueno para las personas. Vivir implica renunciar, aunque sea un término que nos cueste usar. Aceptar la libertad supone también aceptar lo que no puedes hacer. Decimos que un niño está malcriado cuando lo quiere todo y lo quiere ya. Y nos hemos convertido en eso, en niños malcriados que se dejan llevar por deseos que no sabemos de dónde vienen».
El artista Rogelio López Cuenca considera que la indignación mostrada durante aquellos meses, aunque no cristalizara en las urnas, «puso de manifiesto que no habíamos sido capaces de generar un marco de ruptura clara con la herencia franquista» por la «escasa educación democrática» recibida en España, un contexto que ayuda a entender la falta de pragmatismo electoral del 15M: «Los tertulianos decían 'Que se presenten a las elecciones, como todo el mundo'. Pero la lógica electoralista está colonizada por la publicidad. Es algo irracional. Ya nadie escribe ni lee programas. Las campañas son una lucha entre agencias de publicidad: gana la más ingeniosa, la que mejor haya entendido el espíritu de la época y haya sabido transformarla en un lema». El entusiasmo que despertaron las manifestaciones tampoco contribuyó a trasegar tanta información: «Olvidamos que hay que ampliar los límites de la democracia representativa. Hemos aceptado que los gobiernos son dictaduras temporales y que en esos cuatro años no hay modos de control o intervención ciudadana».
Si la crisis económica, el difícil acceso a la vivienda y los desmanes de la clase política fueron algunos de los elementos que hicieron estallar el 15M, las redes sociales –en especial Facebook y Twitter– fueron la herramienta imprescindible para la movilización y la propagación del mensaje.
Aunque este movimiento fue el pionero dentro del contexto occidental, la explosión de la 'Primavera árabe' un año antes marcó la importancia de manejar las redes. Así lo explica la profesora de la Facultad de Comunicación de la UMA, María Teresa Vera, que recuerda que la indignación pasó a ser una estrategia de acción que coincidió con el auge de estas plataformas. «A veces se nos olvida, pero hay que recordar que hace diez años tan solo el 40 por ciento de los ciudadanos declaraban estar en alguna red social, y eran esencialmente jóvenes. Hoy en día esa cifra es superior al 90 por ciento», explica Vera.
A su juicio, la sociedad ha comenzó entonces un ciclo en el que los movimientos sociales se han forjado en torno a las redes. «Servían para coordinar las acciones y para reclutar simpatizantes, pero quizá lo más importante es que permitían por primera vez la generación de un discurso alternativo al de los medios», sostiene la experta. Vera recuerda que el gran teórico de entonces –el actual ministro de Universidades, Manuel Castell– definió aquello como «autocomunicación de masas», porque servían para comunicarse entre sujetos en tiempo real, pero también para llegar a audiencias a las que antes no podían alcanzar a la hora de construir «un nuevo discurso».
Aunque el 15M mantuvo intacto su compromiso de no transformarse en un partido, la irrupción de Podemos en el tablero político, tres años después, hizo inevitable su asociación. «Es posible que en Podemos hubiera gente del 15M», reconoce Villena, «pero no es el 15M». El escritor malagueño lamenta que la identificación del movimiento con el partido fundado por Pablo Iglesias haya eclipsado el espíritu de aquellas protestas: «Cuando un partido nace, se apropia de lo que puede. Lo han hecho todos. Unos se han apropiado de la bandera, otros del rechazo a la inmigración... Y Podemos se apropió del 15M. Lo convirtió en un símbolo, pero un partido que forma parte del Gobierno no puede ser el legado del movimiento».
Porque la influencia del 15M trasciende Podemos. Los intentos de los indignados por evitar encasillarse en la clásica confrontación española forzaron al propio Pablo Iglesias, en sus primeras intervenciones públicas, a asumir ese discurso: «No somos de izquierdas ni de derechas». También Ciudadanos, surgido años antes, trató de capitalizar esa estrategia, en su caso bajo el lema «Ni rojos ni azules». Fernández Patón añade que «ningún partido, desde el 15M, pudo además obviar la igualdad, el medio ambiente, la transparencia, la lucha contra la corrupción o el desempleo juvenil, que fueron asuntos centrales de las reivindicaciones en las plazas». Pero esa falta de posicionamiento político (ni derecha ni izquierda), que en el caso de los nuevos partidos resultaba un simulacro, como el tiempo ha demostrado después, era sincera entre los indignados: «Los ejes derecha e izquierda dejaron de ser válidos. Hubo un tapón generacional porque había personas que ocupaban puestos políticos, laborales o de portavocía que eran las mismas desde la Transición. Y el 15M fue una impugnación a todo ese sistema, una forma de decir: 'No nos representáis'».
La política pasó a necesitar los vientos de cambio que soplaron durante el 15M para coger altura electoral. Por eso Podemos no se entiende sin el 15M, pero el 15M se entiende sin Podemos, como detalla Fernández Patón: «Su deriva lo ha alejado de las plazas. El hiperliderazgo, la jerarquización, las consultas a la militancia convertidas en preguntas plesbicitarias sobre asuntos tan peregrinos como la vivienda de Iglesias... Eso ha distanciado a Podemos de los principios del 15M, aunque siga siendo el partido que más reivindicaciones ha incorporado del movimiento». Tampoco las candidaturas municipalistas, aunque mostraron mayor grado de fidelidad a los valores de cercanía e independencia promovidos por la revolución española, han acabado de cuajar, con algunas excepciones como la de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona desde 2015. Villena coincide en que los nuevos partidos «se han integrado bien en el sistema tradicional español y participan de sus vicios, como el imperio de la imagen».
Cuando el seísmo que agitó las calles apenas se dejó notar en las instituciones en 2011, los organizadores lo achacaron a su propia coherencia: si criticaban el sistema de representación, no era lógico participar en él. Por eso llegaron a afirmar que «nuestra intención no es influir en el resultado de las elecciones, sino fomentar un voto más reflexivo». Aquello cambió a partir de 2014, cuando se produjo una renovación parcial de los diferentes parlamentos, pero por entonces el 15M ya comenzaba a desvanecerse. «Es cierto», apunta Manuel Jiménez, «que de alguna manera acabó con el bipartidismo, pero las reformas institucionales que se exigían no han terminado de germinar».
Aquellos meses, replicados un año después, el 12 de mayo de 2012, cuando una gran manifestación recorrió ciudades como Málaga bajo el lema «Somos el 99%. Para todos, todo. Sin miedo», fueron filmados por el director Rakesh Narwani, que se acercó a la plaza de la Constitución como observador y acabó integrado en el movimiento: «A partir de ahí, investigué el contrato hipotecario de mis padres y descubrí que tenían cláusula suelo. Una abogada del 15M logró que se la quitaran». Ahora este hijo de inmigrantes indios ha rodado los últimos días de sus padres en el pequeño negocio familiar que tenían en el centro de Málaga desde hace treinta años: «Les doblaron el alquiler por la gentrificación y han tenido que irse. ¿Qué queda del 15M? Tal vez ese espíritu reivindicativo, de protesta. Es importante que podamos debatir, que pensemos si las cosas que ocurren son o no justas».
La pureza inicial del 15M («Estoy aquí para que cuando mi hija tenga un trabajo precario, yo pueda decirle que hice todo lo posible», declaraba Francisco José, uno de los participantes en las primeras marchas) colisionó con la decepción generada por los nuevos partidos, por mucho que aquel movimiento ciudadano sacudiera el sistema para cambiar las reglas del juego. Diez años después, la indignación que aspiró a transformar el sistema se enfrenta a una nueva crisis que hasta ahora ha generado más resignación que ganas de asaltar los cielos.
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