Francia... Argelia, Egipto y los demás
Nunca se ha visto en Europa un impulso de solidaridad con victimas del terrorismo como el registrado estos días en París
Enrique Vázquez
Sábado, 10 de enero 2015, 14:46
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Enrique Vázquez
Sábado, 10 de enero 2015, 14:46
Nunca se ha visto en Europa un impulso de solidaridad con victimas del terrorismo como el registrado estos días en París a cuenta del vil e injusto asesinato de empleados de un semanario satírico y de una tienda de alimentos kosher (producidos bajo la norma religiosa judía).
Está justificado del todo y el cierre de filas ha tenido, como las muertes de los 17 inocentes, un eco mundial saludable y producido una inédita movilización de la Unión Europea, que se dispone a reforzar, mejorar y hacer más activa la política de seguridad a través de una cumbre de ministros del Interior sin precedentes. Tras el reflejo de solidaridad funciona, pues, el de la seguridad, la dimensión policial.
Todo razonable, lógico y entendible en el vigente estado de ánimo, pero insuficiente. Temo que faltará de nuevo algo que se echa de menos a menudo: el nivel de decepción que en muchas sociedades árabes se expresa ante la indiferencia, por decirlo suavemente, de los golpes militares que derriban gobiernos elegidos democráticamente y que son islamistas.
Para decirlo en cuatro palabras, quienes hoy nos movilizamos justificadamente, iremos mañana en la manifestación europea delsiglo tras gobiernos elegidos que no han emitido reserva alguna contra los golpes militares que han acabado con gobiernos democráticos islamistas, que los ha habido.
Ejemplos variados
Esta conducta suicida, pero pasada ante nuestros ojos con una facilidad tan torpe como inexplicable, empezó abiertamente en Argelia con las municipales de junio de 1990. Venció, con un 60 por ciento de los votos, el legal Frente Islámico de Salvación, que pudo administrar (más bien mal, por cierto) grandes ayuntamientos y que estaba ganando holgadamente la primera vuelta de las legislativas en diciembre del 91 cuando las Fuerzas Armadas creyeron que era demasiado, dieron su golpe, no hubo segunda vuelta y hasta hoy (hasta hoy con lo que se llamó guerra civil a puerta cerrada en la que murieron más de cien mil argelinos y que fue una guerra de erradicación por la violencia del islamismo político).
El caso de Egipto es aún más grave en términos cualitativos y por la calidad de los protagonistas: los Hermanos Musulmanes, que tras una proscripción que había durado casi setenta años, fueron legalizados tras la revolución popular de enero de 2011, como otros muchos partidos. La cofradía fundó el suyo, Justicia y Libertad, perfectamente reconocido y ganó las parlamentarias de enero de 2012 y la presidencial del mismo año en la persona de Mohamed Morsi, un ingeniero con formación norteamericana..
Era, para quienes algo sabemos de esto, la normalización pero las gloriosas Fuerzas Armadas no lo creían así y el tres de julio de 2013 el general (ahora mariscal) Mohamed el-Sisi dio un golpe de Estado, encerró a la Hermandad casi al completo y en la brutal represión subsiguiente más de mil militantes islamistas perdieron la vida Nadie pareció echar en falta la ausencia de condenas categóricas de la UE por el golpe y lo que siguió o de un plan de boicot político y económico a los golpistas, una modesta retirada de embajadores algo, en fin, que hubiera enviado un mensaje de apoyo a los ganadores con el apoyo público.
El silencio, cómplice de hecho
Nada se hizo al respecto. Muy al contrario, eso que se llama la comunidad de naciones blanqueó rápidamente al régimen golpista (curioso: con la sola excepción de Washington, que tardó mucho en aprobar lo sucedido y mantuvo durante largo tiempo una actitud de visible reproche). Lo mismo, ni que decir tiene, había sucedido años atrás en España con lo de Argelia donde, y me agrada recordarlo ahora, solo Javier Rupérez, diputado del PP y su representante en la comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, condenó moral y políticamente el golpe
En Marruecos, Túnez y Sudán los partidos islamistas también han tenido triunfos electorales, con matices y fases que ya no caben aquí. Al menos, en Marruecos el Partido de la Justicia y el Desarrollo es clave en la formación de gobiernos, aunque allí la figura sacralizada del rey lo es casi todo y arbitra el juego Y, en Túnez, Ennahda, más islamista y politizado, presidió el gobierno interino tras la caída de Ben Alí en 2011, ayudó a redactar la Constitución, aceptó un gobierno técnico de transición, no presentó candidato a la presidencial del mes pasado, pero sigue siendo el más votado y encabeza la oposición a un gobierno de coalición liberal formado tras las legislativas de diciembre y que reúne al resto del arco parlamentario que, debemos creer, respetará un eventual triunfo islamista dentro de cuatro años si se produce.
No ha sido ese el caso en Argelia ni en Egipto, donde quien puede y con apoyo expreso o tácito (con el silencio) de Europa el islam político era y es la corriente indispensable. Se ha perdido, sobre todo en Egipto, el país árabe de referencia, la ocasión de oro: poner a prueba del humor electoral cambiante del público a un gobierno islamista como entre nosotros. No. Se ha preferido, invocando en vano valores occidentales hijos de las revoluciones francesa y americana del siglo XVIII, aislarlos y, en muchos círculos, satanizarlos y crear así entre los islamistas locales una profunda amargura y una nueva decepción.
La ignorancia hace milagros pero si algún lector quiere curarse en salud le recomiendo, para terminar, un libro modélico y técnicamente irreprochable, entre otros muchos: Los movimientos islámicos transnacionales y la emergencia de un islam europeo, coordinado por Frank Peter y Rafael Ortega.
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