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Como sucedió antes con el alto el fuego en Gaza, el final de la invasión rusa de Ucrania se negocia en Arabia Saudí. El anfitrión ... que ayer recibió a Volodímir Zelenski es Mohamed bin Salmán, el príncipe heredero de este país de 33 millones de habitantes bañados en petrodólares. La paz en Europa se sienta en la mesa con un monarca denunciado por organizaciones de defienden los Derechos Humanos y que funciona al modo de un faraón. Construye sus propias pirámides, como el Mukaah, un enorme edificio que será la 'Torre Eiffel' de Riad. Ha liberado en parte el yugo que sometía a las mujeres al permitirles, por ejemplo, conducir y ha diseñado un futuro económico basado en inversiones estratégicas, como la de Telefónica, para cuando el petróleo deje de mover el mundo. Al mismo tiempo, Bin Salmán ha concentrado todo el poder en su manos, ha eliminado y encarcelado cualquier tipo de oposición y sobre su figura planeará siempre el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, torturado y descuartizado en 2018 en el consulado saudí de Estambul.
El príncipe heredero blanquea su imagen internacional con montañas de dólares. Arabia Saudí es un mina de oro para, entre otros, el fútbol, el motor y el golf. Entre las amistades de Bin Salmán figuran grandes ídolos deportivos y estrellas de Hollywood, como Jhonny Deep. El cine, como tantos negocios, también busca financiación en el desierto. Y allí manda un personaje peligroso para unos y excéntrico para casi todos: 'MBS'. Su apodo.
Hijo de rey Salmán, que tuvo que dar un paso atrás por enfermedad, Mohamed Bin Salmán fue nombrado en 2015 ministro de Defensa. Tenía 29 años y empezó a manejar el poder como hacía con los videojuegos. Con la excusa de poner freno a la expansión de Irán, desató una guerra en Yemen que ha destruido ese país. También intervino en las luchas internas en Siria y promovió el aislamiento de Catar.
Cuando fue designado príncipe heredero, en 2017, tuvo ya manos libres para transformar a su antojo Arabia Saudí. En ese camino ha combinado dos caras. Por una parte, retiró a la policía religiosa de las calles, permitió conciertos de grandes figuras internacionales, reabrió los cines y puso fin a la segregación de género en los restaurantes. Pero, por otra parte, se ha convertido en una especie de divinidad que nadie debe discutir. Un mensaje en la redes sociales que dañe su imagen puede conllevar décadas de cárcel. La pena de muerte sigue vigente. Y ha encarcelado a todos, incluidos miembros de la familia real, los que se han opuesto a sus deseos. Que son órdenes.
Bin Salmán nada en oro negro. Lo sabe. Y quiere que esa riqueza se vea. Su meta es llevar Arabia al futuro. Un reto elevado casi a la ciencia ficción. Entre sus proyectos está Neom, una megaciudad en el desierto con robots aparcacoches, taxis voladores y una luna artificial. También construye The Line, una urbe sin emisiones de carbono con una extensión de 170 kilómetros, y Qiddiya, un gigantesco parque de ocio que ocupará tres veces la superficie de París. Todos esos sueños del príncipe heredero están en marcha. Suele conseguir lo que desea. El dinero no es obstáculo para este admirador de Elon Musk, el multimillonario y mano derecha de Donald Trump que quiere llegar a Marte.
Bin Salmán no esconde su riqueza. En 2015 adquirió por 300 millones de dólares el Château Louis XIV, un castillo construido cerca del Palacio de Versalles y, entonces, la casa más cara del mundo. Entre sus posesiones destaca el yate Serene, de 134 metros. Pagó 500 millones a un magnate ruso. Dispone de dos helipuertos, tres piscinas y una sala de observación bajo el agua con capacidad para un submarino. En su interior estuvo una de la propiedades más preciadas del príncipe heredero, el cuadro 'Salvator Mundi', atribuido a Leonardo da Vinci y subastado en 2017 por la Casa Chiritie's por 400 millones. Luego se supo que el verdadero postor fue Bin Salmán, denunciado por las asociaciones de Derechos Humanos y ahora mediador para la paz.
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