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Justo 48 horas antes de que el Tribunal Penal Internacional decretara una orden de arresto contra Benjamín Netanyahu por «crímenes de guerra», el primer ministro de Israel se paseaba por la playa de Gaza y ofrecía una recompensa de 5 millones de dólares (4,8 ... millones de euros al cambio) por cada rehén liberado y «una salida segura» para quien lo entregue y sus allegados. Esa oferta de momento no tiene éxito y la crisis de los cautivos sigue abierta para malestar de las familias, que cada fin de semana se echan a las calles de Tel Aviv y Jerusalén para pedir al Gobierno un cambio de estrategia que permita a sus seres queridos volver con vida a casa. El 7 de octubre Hamás mató a 1.200 personas y se llevó a unas 250 de varias nacionalidades, una captura masiva que esperaban convertir en su arma más importante para frenar la venganza hebrea.
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Las familias calculan que actualmente quedan 101 cautivos en la Franja y las autoridades consideran que al menos la mitad habría fallecido. Hamás anunció este sábado la muerte de una de ellos, sin ofrecer más datos. Los parientes formaron días posteriores al ataque de la milicia el Foro de Familias de Rehenes y Personas Desaparecidas y trece meses después suplican al Ejecutivo hebreo para que acepte un acuerdo como el que hace este domingo un año permitió el intercambio de 105 cautivos por 240 presos palestinos, la mayoría mujeres y niños en ambos bandos. Durante aquel alto el fuego –el primero y el único que ha habido– Israel permitió la entrada de más ayuda de lo habitual a Gaza y jornada tras jornada las dos partes cumplieron con el guion acordado con la mediación de Estados Unidos, Catar y Egipto. Pero fue sólo un espejismo porque Netanyahu mantuvo su palabra de que la guerra sería «larga y dura» y, tras el colapso del pacto, el ejército extendió sus operaciones a Rafah y Khan Younis.
Mauricio Lapchik sale a manifestarse cada sábado para pedir la vuelta a casa de los cautivos. Miembro de la ONG hebrea Paz Ahora, asegura que «la tregua fue quizás el único momento desde el inicio de esta guerra terrible en el que pudimos sentir algo de esperanza, vimos a decenas de nuestros secuestrados reencontrarse con sus familias». En opinión de este activista de los derechos humanos, «la única forma de asegurar la liberación pasa por un cese del fuego permanente y la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza, pero nuestro Gobierno ha optado por abandonar a los secuestrados para ocupar Gaza de manera permanente. Su objetivo es claro: terminar de ejecutar los planes de limpieza étnica en el norte y construir nuevas colonias sobre los cuerpos de los cautivos y las ruinas» de lo que fue el enclave palestino.
Desde aquel paréntesis de siete días de alto el fuego se han producido dos operaciones de rescate en las que las fuerzas especiales encontraron a cuatro rehenes en junio durante un dispositivo en el que mataron a casi 300 personas en el campo de refugiados de Nuseirat y a otro en agosto en un túnel del sur de la Franja. Estas acciones llevaron a Hamás a cambiar las órdenes de los captores y el grupo les dio luz verde para ejecutar a los cautivos si veían que el enemigo se acercaba. El 1 de septiembre los militares recuperaron los cuerpos de seis «brutalmente asesinados por los terroristas antes de que pudiéramos liberarlos», informó el portavoz militar, Daniel Hagari.
«La aparición de esos seis cuerpos ha sido uno de los momentos más duros para las familias, nos dimos cuenta de que el cambio de estrategia de Hamás supone que no hay esperanza en los rescates. Por eso pedimos al Gobierno que llegue a un acuerdo lo antes posible y que luego haga lo que tenga que hacer en Gaza, pero que primero saque a los nuestros de allí», suplica Itzik Horn, profesor y periodista argentino de 71 años que tiene a sus hijos Yair y Eitán secuestrados.
El primer ministro ofrece recompensas a cambio de los rehenes antes que negociar, porque esto supondría reconocer la autoridad de Hamás, grupo al que quiere borrar de Gaza. Este fue uno de los motivos para apartar de su puesto al titular de Defensa, Yoav Gallant. El exministro explicó en su despedida que el acuerdo sobre los cautivos era «posible» aunque con «algunas dolorosas concesiones» y advirtió de que abandonarles será una «marca de Caín» en la sociedad israelí. Ni Netanyahu, ni los miembros ultranacionalistas del Gobierno tienen la misma opinión.
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