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GERARDO ELORRIAGA
Viernes, 13 de diciembre 2019, 00:04
Los preparativos para el rezo de la tarde proporcionaron el contexto propicio para el ataque islamista del miércoles contra la base nigerina de Inates, a 200 kilómetros al noreste de Niamey, la capital del país africano, y cerca de la frontera con Malí. El asalto, de extraordinaria violencia y reivindicado ayer por el Estado Islámico, se apoyó en descargas de artillería y vehículos kamikazes y, según los testimonios de los supervivientes, duró varias horas y fue protagonizado por cientos de guerrilleros.
El último balance habla de 71 soldados muertos y 30 desaparecidos en el mayor atentado sufrido por Níger, uno de los Estados del Sahel más afectados por la insurrección yihadista. Pero, además, el ataque ha revelado una crisis de confianza entre Francia, la antigua metrópoli y principal garante de los regímenes de la región, y la opinión pública del Sahel, harta de la ineficacia de las tropas extranjeras desplegadas en su territorio.
Las suspicacias entre París y los Gobiernos de la zona motivaron el aplazamiento hasta principios de 2020 de una reunión que debía celebrarse el próximo lunes en la ciudad de Pau. La suspensión de la cumbre entre el presidente Emmanuel Macron y los miembros del G5, formado por los Gobiernos de Mauritania, Malí, Níger, Chad y Burkina Faso, remite a las declaraciones realizadas por el dirigente galo el pasado día 4 en las que acusaba a la clase política autóctona de «ambigüedad» ante los movimientos antifranceses que se multiplican en el Sahel. Varias manifestaciones se han convocado para los próximos días en Malí y Níger para rechazar la presencia de las tropas foráneas. Sus impulsores inscriben las misiones militares en una acción neocolonial sin ninguna relevancia en la lucha contra los grupos yihadistas.
La 'operación Barkhane', impulsada por el Elíseo hace cinco años, se ha convertido en el objetivo de las protestas. En teoría, el proyecto militar, sustentado en 4.500 soldados franceses sobre el terreno, pretendía luchar directamente contra los movimientos radicales y formar a los ejércitos locales. Pero, lejos de proporcionar soluciones, hoy son considerados una «amenaza» para la soberanía nacional por amplios sectores de la población, que comprueba la degradación de la seguridad pública.
La aparición de bases militares francesas y alemanas en estos países, aprobadas por sus dirigentes sin la bendición del legislativo, ha intensificado la percepción de sumisión a los poderes extranjeros. Y los resultados no se corresponden con esta dejación, según los impulsores de las protestas.
La multiplicación de los incidentes y su expansión por toda la geografía nacional han llevado a la exasperación a la población en Níger. El golpe contra el campamento de Inates tuvo lugar tan sólo un día después de que se produjera otro contra la base de Agando, también cercana a Malí, y cinco meses más tarde de que la propia Inates sufriera otro ataque, saldado con 18 muertos. Varias filiales del Estado Islámico y Al-Qaida se hallan detrás de esta intensificación de la lucha yihadista, que también se extiende a escenarios de Malí y Burkina Faso. Son acciones cada vez más audaces, que han pasado de la táctica de 'golpea y corre' en embocadas contra convoyes militares a atreverse ya con los cuarteles.
La masacre de Inates también ha puesto de manifiesto que esta comarca, ganadera y ribereña del río Níger, sufre una atmósfera de terror por el asesinato de líderes comunales y que, en los últimos meses, cientos de sus habitantes habían optado por abandonar sus posesiones y buscar refugio en la capital.
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