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La victoria del independentismo moderado en las elecciones de Groenlandia ha supuesto una sorpresa pero también la reacción natural a aquella bravuconada de Donald Trump ... el pasado mes de diciembre, cuando anunciaba su deseo de comprar la mayor isla del planeta. Entonces el primer ministro groenlandés, Mute Egede, contestó de forma contundente: «Groenlandia es nuestra. No estamos a la venta ni nunca lo estaremos».
El magnate republicano, no es el primer inquilino del Despacho Oval que pone su punto de mira en Groenlandia. En 1867 Andrew Johnson tuvo sobre su mesa un informe que exploraba la posibilidad de comprar Groenlandia, y quizá Islandia, por su posición estratégica y sus abundantes recursos. Pero habría que esperar hasta 1946 para que la Casa Blanca hiciera una primera propuesta en firme. 100 millones de dólares ofreció el presidente Harry Truman a Dinamarca para hacerse con el territorio, después de barajar intercambiar tierras de Alaska por zonas de Groenlandia. Pero el Gobierno danés declinó la oferta.
Groenlandia es un territorio semiautónomo, ligado a Dinamarca desde el siglo XIII. En 1953 se integró de forma oficial en el Estado danés, pero hasta 26 años después no adquiriría el autogobierno. Así, el Ejecutivo de la isla gestiona la mayoría de los asuntos internos, mientras que Copenhague se reserva la política monetaria, las relaciones exteriores y la defensa, y otorga una ayuda anual para cubrir las necesidades de los groenlandeses. Desde 2009 la Constitución contempla que Groenlandia pueda declarar su independencia.
Con apenas 56.000 habitantes, nueve de cada diez inuit, la mayor parte de la población se concentra en la costa sur de la isla más grande del mundo, situada entre Europa y Norteamérica, frente a Canadá. El hielo cubre el 85% de los más de dos millones de kilómetros del territorio, escondiendo los tesoros que hacen tan atractivo al territorio.
Debajo del hielo hay yacimientos de minerales: rubí, hierro, aluminio, níquel, platino, tungsteno, titania, cobre y uranio. Pero la joya de la corona son las tierras raras. Esta isla ártica es el depósito más grande en el mundo de estos elementos químicos, conocidos como «el oro verde» por su escasez en la corteza terrestre, claves en nuestro día a día por su importancia en la fabricación de tecnología y productos de consumo. La pantalla táctil de nuestro teléfono móvil, los tubos fluorescentes, los coches eléctricos y gran cantidad de los dispositivos tecnológicos que manejamos los necesitan. En la actualidad, las tierras raras son un negocio al alza, se prevé que su demanda se quintuplique en 2030 y es una de las grandes batallas en la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Y es que el mercado internacional tiene una fuerte dependencia de Pekín, el principal proveedor de estos minerales con más del 80% de la producción mundial.
Así, bajo la superficie helada de Groenlandia hay una gran cantidad de recursos que extraer, que el cambio climático podría dejar a la vista y facilitar el acceso. Y con el deshielo también se abre la posibilidad de nuevas vías fluviales en la región ártica. El interés de Trump no se limita a sus depósitos minerales, sino también a su ubicación. La ruta más corta entre América del Norte y Europa atraviesa este territorio helado.
El interés estratégico estadounidense no es de ahora. Ha cobrado gran importancia para Washington desde la Guerra Fría cuando estableció allí una fuerza aérea y una base de radar. El retroceso del hielo puede destapar los residuos nucleares tóxicos dejados en esa época, como es el caso de Camp Century. Ahora, EE UU mantiene la base espacial de Pituffik, el destacamento más septentrional del ejército americano. Desde allí vigila cualquier misil que pueda ser lanzado contra Estados Unidos desde Rusia, China o Corea del Norte. Asimismo, la instalación le permite enviar proyectiles o barcos hacia Asia o Europa de una manera más ágil.
Todas las grandes potencias están interesadas en este rincón del mundo. Pekín pretende crear nuevas rutas con rompehielos para sus productos a través del Ártico y ha hecho grandes inversiones en Groenlandia con la vista puesta en el momento que el hielo haya desaparecido. Se aprovecha del sentimiento de abandono por parte de Dinamarca que existe entre los inuit. Por su parte, Rusia diseña un plan para construir ciudades en la costa de Siberia. El Kremlin calcula que en 2030 el hielo marino habrá desaparecido por completo, como mínimo en la época estival. Gran parte del Ártico no tiene dueño y la recesión glaciar abre una batalla por su control entre las hegemonías mundiales.
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