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MIKEL AYESTARAN
Domingo, 27 de septiembre 2020, 03:02
Dos coches negros empezaron a seguir a Fawzia Koofi y su hija cuando entraban a Kabul después de pasar el día en el distrito de Kalakan, al norte de la capital de Afganistán. Para cuando se dieron cuenta, uno de los vehículos les adelantó ... a toda velocidad para bloquearles el paso y desde le segundo les dispararon en dos ocasiones. El primer disparo le hirió en el hombro derecho, el segundo no acertó y la bala terminó en un lateral del vehículo. «Mi conductor maniobró con rapidez y salimos volando mientras nos seguían disparando. Estaba en estado de shock, pero pronto me di cuenta de que me sangraba el hombro y no podía mover la mano. Lo mejor de todo es que no nos siguieron, probablemente porque pensaron que habían acertado y habían logrado matarme» pero no lo consiguieron.
Estas fueron las palabras de Fawzia Koofi a la prensa desde el hospital de Kabul en el que se recuperó de la herida sufrida en este atentado que tuvo lugar hace muy poco tiempo, el pasado 14 de agosto. Por segunda vez, Koofi salía con vida de un intento de asesinato. El primero fue en 2010, cuando el convoy en el que la activista viajaba a Nangarhar, al sur del país, a celebrar el Día Internacional de la Mujer sufrió una emboscada.
El presidente Ashraf Ghani condenó de forma inmediata el ataque sufrido por Koofi el pasado mes de agosto y dejó claro que «estas acciones cobardes contra mujeres activistas afganas no detendrán su compromiso con la protección de los derechos que han ganado en los últimos 19 años».
Esta es una las disputas centrales en Afganistán, donde los talibanes aspiran a reinstaurar el Emirato con el que gobernaron el país entre 1996 y 2001, toda una amenaza para las mujeres y las minorías étnicas y religiosas, como los chiíes hazaras, considerados herejes por los islamistas radicales.
Un mes de después del atentado, esta mujer de 44 años volaba con la delegación del Gobierno afgano a Doha y se sentaba frente a los talibanes para negociar el final a una guerra de dos décadas. Fawzia Koofi es una de las tres mujeres de un equipo negociador formado por 21 personas, junto a Fatima Gailani y Habiba Sarabi. Es una superviviente volcada en defender los derechos de las mujeres ante unos talibanes que han condicionado toda su vida.
En septiembre de 1996, «estudiaba Medicina en Kabul cuando los talibanes conquistaron la ciudad. Les vi desde la quinta planta de un edificio. Había combates en las calles y llegaron milicianos con armas automáticas», relató a la cadena BBC en una entrevista concedida el año pasado, cuando se produjo el primer encuentro directo, pero no oficial, entre Gobierno y la insurgencia en Moscú. «No tuve miedo, estaba allí como representante de todas las mujeres del país y les dije a la cara que deberían también incorporar mujeres a su equipo. Se rieron», recordó ante las cámaras.
No tuvo miedo, pero entonces en Moscú, como ahora en Doha, tiene muy claro a quiénes se enfrenta. Como narra en sus memorias, tituladas 'Favored daughter' (Hija favorecida), tuvo que renunciar a su sueño de ser doctora porque se prohibió el acceso de mujeres a la universidad. En su lugar, se puso a dar clases de inglés a niñas de su barrio, expulsadas de las escuelas.
Su hermano y su esposo, Hamid, fueron encarcelados por los insurgentes y su pareja falleció a causa de una tuberculosis. Se quedó viuda con dos hijas que sacar adelante en medio del ambiente más hostil posible. Siempre tuvo presente el ejemplo de su madre, que fue la segunda esposa de un líder tribal que fue asesinado por los muyahidines durante la guerra civil. Ella fue quien accedió a enviarle a la escuela cuando era una niña y, como le pasaría más tarde en varias ocasiones, rompió los moldes al ser la única hija escolarizada.
Tras la invasión estadounidense de Afganistán y la derrota talibán, centró sus esfuerzos en la política, pero sin olvidar nunca el trabajo social. Fue la primera mujer afgana en trabajar para UNICEF y se ocupó principalmente de las tareas de rehabilitación de niños soldado y de la atención a los desplazados internos.
Poco después fundó el Movimiento para el Cambio, un nuevo partido político para luchar contra la corrupción y promover la defensa de los derechos humanos. En 2005 volvió a marcar un hito en la historia del feminismo afgano al ser la primera mujer en ocupar la vicepresidencia del parlamento, donde ha desempeñado su labor política desde entonces.
Tras dos semanas de encuentros en Doha con los representantes de los talibanes, Fawzia Koozi recurre a diario a las redes sociales para compartir sus reflexiones. «No se puede alcanzar una paz verdadera y duradera si se excluye a las mujeres de la sociedad», escribió pasadas las primeras reuniones. Una reivindicación que defiende desde 1996, cuando vio a los talibanes llegar a Kabul y las mujeres pasaron a convertirse en sombras ocultas bajo la tela de los burkas.
24 años después se enfrenta a su pasado para lograr para Afganistán un futuro diferente al que los islamistas radicales impusieron durante cinco años, un Emirato que ellos aspiran a reinstaurar y en el que han dejado claro que rechazan la actual Constitución, cuyo artículo 22 reza: «los ciudadanos de Afganistán, hombres o mujeres, tienen iguales derechos y deberes ante la ley». Incuestionable en Occidente, pero permanentemente en riesgo en su país.
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