Oleg calienta el motor del Hummer antes de salir a una misión de desminado en el frente de Pokrovsk, localidad del este de Ucrania que ... tiene al ejército ruso a sus puertas. La artillería retumba en medio de un cielo plomizo que deja caer leves copos de nieve en la interminable llanura del Donbás. Oleg, de 39 años, es uno de los 200 expresos que compone el batallón de asalto número 11 de la brigada 59. Pasó 15 años encerrado por asesinato y salió en abril de 2024 tras alistarse «para defender a mi país». Tiene un rosario en el salpicadero y se santigua antes de ponerse en marcha. «En las cárceles también hay buena gente, no todos son criminales y, además, cuando sales, eres más decente, más responsable y es más sencillo trabajar con nosotros», dice con seguridad en medio del rugido del blindado.
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La guerra entra en su cuarto año y Ucrania tiene problemas para conseguir soldados. Las autoridades han endurecido las leyes de reclutamiento y este es uno de los puntos más impopulares de la gestión de Volodímir Zelenski. Para conseguir más hombres, el verano pasado se abrieron centros de reclutamiento en las cárceles y de ellas han salido lo que los mandos apodan como «la reserva de oro» del ejército que ya está desplegada a lo largo del frente.
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«Uno de los problemas graves para el ejército es la falta de motivación de los nuevos reclutas porque vienen a la fuerza y muchos desertan. Los expresos son diferentes porque llegan por su propia voluntad y en siete meses se han alistado unos 6.000», informa el comandante Balú, de 33 años, responsable del batallón 11, en el que asegura que tienen 1000 reclusos en lista de espera. El comandante explica que «no se pueden alistar personas con más de dos asesinatos, violadores o aquellos que han cometido crímenes horribles, aquí nos llegan muchos ladrones, gente que ha cometido delitos estando borracha… y se les asignan las misiones más complicadas, los lugares más calientes».
Al firmar su contrato con las fuerzas armadas reciben la amnistía, cobran igual salario que el resto de soldados, pero no tienen vacaciones. Entre misión y misión tienen una pequeña base para reponer fuerzas, que es donde reciben a este enviado especial, y donde sitúan el centro de control para sus drones, el arma más importante de esta guerra. 'Mahoney', oficial al frente de los drones, dice sobre sus compañeros ex presos que «demuestran una mayor hermandad entre ellos, que aquellos a quienes llevan al frente a la fuerza metidos en autobuses».
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Como ocurre en todo el frente del Donbás, las tropas ocupan casas en aldeas remotas que los civiles han abandonado para alejarse de la guerra. Allí conviven estos exconvictos, con los dibujos que sus hijos les envían colgados en las paredes.
Vasily, de 56 años, fue condenado a seis años por atropellar con su coche y matar a una mujer que circulaba en bicicleta. Cumplidos 10 meses pidió alistarse. «Soy de Jarkov y es la primera vez que he estado en la cárcel, fue un accidente. Los rusos nos bombardean cada día, tengo allí a toda mi familia, antes de ir a prisión fui voluntario en labores de evacuación de civiles y ahora no podía quedarme encerrado a la espera de terminar la condena, tenía que hacer algo y aquí estoy».
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Las estufas de leña calientan la habitación donde se mezcla el olor del tabaco con el del tocino que cortan con un cuchillo afilado. Sasha, de 39 años, combatía en un batallón de asalto cuando fue herido y los mandos le reubicaron para tareas de reclutamiento. «No podía soportar ese trabajo, cazar a jóvenes por la calle y obligarles a ir al frente, así que deserté. Me detuvieron y me condenaron a 5 años, pero apenas pasé ocho meses y me alisté de nuevo para regresar a la primera línea», cuenta Sasha, que es padre de dos hijos que le esperan en Ivano-Frankivsk, al oeste del país.
Mientras en Kiev se celebraba una importante reunión entre Zelenski y los mandatarios europeos que llegaron al país como muestra de apoyo en el tercer aniversario de la invasión rusa y ante las amenazas de Donald Trump, en el frente de Pokrovsk «lo que nos preocupan son los hechos y, de momento, seguimos recibiendo armas y municiones como le hemos hecho hasta ahora, sin cambios», asegura el comandante Balú.
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La historia de este mando militar es la de muchos ucranianos ya que lleva en el ejército desde 2011. «Estoy cansado, físicamente desgastado, pero quiero combatir y sobre todo vivir en un país normal y que mi hijo viva en un país normal y no le toque ir a una guerra dentro de 8 años. Creo que la única garantía de seguridad es crear un ejército fuerte y autónomo, que no dependa ni de Estados Unidos, ni de Europa», opina Balú en la penumbra de una sala presidida por una enorme televisión en la que se ven las imágenes captadas por unos drones de reconocimiento que buscan rusos entre los bosques vecinos.
La guerra ha hecho libres a los hombres de esta «reserva de oro» de un ejército agotado que ve cómo las opciones de alto el fuego que se le presentan al país sobre la mesa son un paréntesis hasta el próximo golpe ruso.
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