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MERCEDES GALLEGO
Domingo, 12 de junio 2022, 00:14
Ser madre y abuela antes de convertirse en la mujer mejor situada de la política estadounidense tiene sus ventajas. Cuando Donald Trump no pudo soportar las recriminaciones de la portavoz del Congreso, se levantó enfurecido y abandonó la reunión que estaban sosteniendo en el Despacho ... Oval. «El presidente tiene una pataleta», dijo ella calmadamente al salir. Con cinco hijos y ocho nietos, sabe cómo manejar esas situaciones.
Hace dos semanas el que tuvo la pataleta fue otro hombre poderoso, molesto por no haber conseguido audiencia con la portavoz de Congreso para convencerla de que «repudiase públicamente el aborto», pese a habérselo pedido en «numerosas ocasiones», se quejó el el arzobispo de San Francisco, Salvatore Joseph Cordileone. Su decisión de negarle la comunión y hasta la confesión en cualquiera de las iglesias del área de San Francisco no tenía precedentes. Pelosi respondió con la misma calma que ponía de los nervios a Tump: «Me pregunto qué pasa con la pena de muerte, a la que yo me opongo», contraatacó en una entrevista con MSNBC.
Criada con cinco hermanos, la única hija del congresista Thomas D'Alessandro aprendió a poner a su hermano Tommy en su sitio cuando solo tenía 6 años y él 7. Su madre les había instruido para que no hablaran jamás con extraños, así que cuando entró un hombre en la habitación y quiso darles conversación, ella le ignoró por completo. Resultó que era el alcalde, le informó su hermano, que poco después intentó chantajearla. «Le voy a decir a mamá que has sido una maleducada con el alcalde», la amenazó. «Y yo le diré que tú hablas con extraños», contraatacó ella. «Y así surgió mi primera alianza política», contó satisfecha en su autobiografía 'Conoce tu poder: Un mensaje de la Hija de América'.
La anécdota revela una de las estrategias claves que han permitido a Pelosi escalar en el Partido Demócrata hasta convertirse en la primera presidenta del Congreso, donde repite mandato a los 82 años. Cuesta creer su versión de que convertirse en congresista era algo que nunca se le había pasado por la cabeza hasta que su amiga Sala Burton, enferma de cáncer, la eligió como su heredera política para el escaño que había recibido al fallecer su marido.
Pelosi se había criado en el hogar de un congresista de Maryland que luego fue alcalde de Baltimore, Thomas D'Alesandro Jr. Conocía los pasillos del Congreso desde los 6 años, asistió a su primera Convención del Partido Demócrata a los 12, vio a Kennedy tomarle juramento a su padre y se sentó con él a la mesa a los 20. Para muchos esa foto, que tiene siempre en su despacho, es la prueba gráfica de que lleva demasiado tiempo en política. Y aún así se resiste a jubilarse. En noviembre revalidará su asiento en las urnas, uno de los más seguros del país por haber estado en manos de su partido desde 1949, con el argumento de que las próximas elecciones «son demasiado importantes» como para arriesgar nada, aunque dice no tener intenciones de volver a luchar por la portavocía del Congreso.
Las elecciones legislativas pintan mal para la formación de Biden, que tiene apenas un 38% de aprobación, pero otro lema de Pelosi es «no agonizar, sino organizar». Y en eso está. Cuando se presentó por el asiento de su amiga Sala Burton en primarias su jefe de campaña le dijo que no tenía la menor oportunidad frente a un candidato gay, sucesor del supervisor asesinado Harvey Milk, lo que no la amedrentó lo más mínimo.
«Cuando no estaba haciendo campaña estaba preparando estrategias», ha contado, porque si algo heredó de sus padres es, en palabras suyas, «una energía inagotable y una fuerte ética laboral». En realidad ella misma ha reconocido que «no ser parte del establishment» político le dio entonces la baza ganadora, además del apoyo de la comunidad italoamericana. Hoy Pelosi encarna en EE UU la definición de establishment, el sistema en el que nada cambia.
Es también, gracias a su marido, Paul Pelosi, la octava legisladora más acaudalada del Congreso estadounidense, con una fortuna que supera los cien millones de dólares, según la web Open Secrets. Su mansión en el barrio de Pacific Height, su viñedo en el valle de Napa y sus inversiones en los gigantes de Silicon Valley la presentan como lo contrario de lo que le permitió llegar a la política nacional en esas elecciones de 1987, cuando prometía retirar fondos a la contra nicaragüense y conseguir ayudas para luchar contra el sida.
Ya en Washington, Pelosi inteligente y astuta, dio a Obama el triunfo de la reforma sanitaria con ese tipo de alianzas al que estaba acostumbrada desde pequeña. Acertó oponiéndose a la guerra de Irak, apoyando a los kurdos en Siria, rechazando la retirada de Afganistán que pactó Trump e incluso su 'impeachment', que veía difícil de ganar.
Y con todo eso, si los votantes de San Francisco tuvieran que elegir entre su congresista y el arzobispo Cordileone, un conservador que critica a los gais, se opone a los matrimonios homosexuales y hasta a las vacunas, el diario Los Ángeles Times cree que «no hay duda de que Pelosi ganaría por goleada». A diferencia del arzobispo, Pelosi no es dogmática y sabe adaptarse para congeniar con sus enemigos sin que le tiemble el pulso. En los próximos seis meses, mientras se busca otra parroquia, tendrá que utilizar toda su sagacidad para aprobar algún tipo de legislación de control de armas en la Cámara Baja y evitar una debacle electoral que manche su nombre.
La primera mujer que lidera el Congreso y que ocupa esas mesas reservadas hasta ahora a los hombres tiene una última misión, llevarle la contraria a las estadísticas y mantener la hegemonía de su partido en la Cámara Baja. Una labor para la que los años y los tiempos pueden tener otros planes.
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