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Un hechizo de amor y armonía se ha apoderado de la Convención Nacional del Partido Republicano, donde anoche el senador J. D. Vance aceptó oficialmente la nominación a vicepresidente de Donald Trump. Basándose en su discurso, nadie podía calificarlo de radical. Anoche el político aislacionista ... que busca prohibir el aborto y abandonar a Ucrania solo era «el chico de Middletown» (Ohio). El que promete no olvidar nunca de donde viene.
Algún día volverá a ser el perro de presa que encandiló a su amo, pero ahora toca mostrar su mejor cara para ganarse a los moderados e independientes que la pareja necesita para llegar a la Casa Blanca. Ahí es donde en enero de 2025 quiere celebrar con su madre diez años de sobriedad, propuso anoche. Al anunciarlo intercaló hábilmente su historia de superviviente en la América depauperada por la desindustrialización en la que creció, criado por sus abuelos, mientras su madre batallaba con los demonios de las drogas y el alcohol. De todo ello culpa a los demócratas y, en particular, a Joe Biden, por votar a favor de la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio e inundar el país con bienes que destruyeron los trabajos de la clase media manufacturera.
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La biografía de Vance está marcada por la carrera política de Biden. Cuando estaba en cuarto grado, el ahora presidente apoyó el Tratado de Libre Comercio con Norteamérica (NAFTA por sus siglas en inglés), «que mandó incontables puestos de trabajo a México», recordó. Ya en el instituto «ese mismo político de carrera llamado Joe Biden», prosiguió, proporcionó a China «un trato dorado» que todavía acabó con más puestos de trabajo. Y cuando salía del instituto, «ese político de carrera llamado Joe Biden», prosiguió, votó en favor de la desastrosa invasión de Irak. «Y en cada paso del camino, en pequeñas ciudades como la mía de Ohio, del vecino Pensilvania o de Michigan, y otros estados a lo largo y ancho del país, vieron sus trabajos enviados a ultramar y sus hijos a la guerra».
Puestos a cobrar responsabilidades podía haberle pasado factura a Nixon, el presidente republicano que abrió el comercio a China. O a George W. Bush, otro republicano, que ordenó invadir Irak. En justicia, el Partido Republicano de antes no es el que participa en esta convención de unidad. Por primera vez ningún expresidente está presente. Ni Bush, ni ningún miembro de su familia o su gobierno han sido invitados. Desde el escenario se dice todos los días que el movimiento MAGA de 'Make América Great' (haz una América grande de nuevo), formado por Trump, es incluyente y tiene los brazos abiertos a todos los estadounidenses, pero en la arena del Fiserv Forum los delegados de otros candidatos ocultan su voto por temor a ser expulsados de la convención.
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De aquí a noviembre Trump necesita a todos y cada uno de los votos de moderados e independientes, porque sabe que su base no es suficiente para ganar unas elecciones generales. Vance podrá ser el perro de caza de su amo a partir de ese momento, pero hasta entonces su misión es identificarse con los estadounidenses resentidos con un sistema económico y político que les robó el sueño americano. «Gracias a esas políticas que Biden y otros políticos desconectados de la realidad nos dieron, nuestro país se inundó de productos chinos baratos y mano de obra barata. Y en las décadas que siguieron, el mortal fentanilo chino. Joe Biden la jodió y mi comunidad pagó el precio».
La heroína de este senador de película, interpretado en el cine por Glenn Close, fue su abuela, «mamá», una mujer profundamente cristiana que lo crió con cariño y mano dura. La que no tuvo reparos en amenazarle con arrollar a sus malas amistades con el coche «sin que nunca nadie se entere de qué pasó», le avisó. La misma mujer, profundamente cristiana, a la que al morir se le encontraron en casa 19 armas cargadas. Si la anécdota resultaba estremecedora, pocos días después del intento de asesinato sufrido por Trump, en la sala no se notó. La risa generalizada del auditorio transmitía más admiración que inquietud. Vance sabía con quién tenía que conectar. También a quién tenía que contentar.
«Necesitamos a un líder que no esté en los bolsillos de las grandes empresas, sino que responda al trabajador sindicado y no sindicado por igual», explicó.
De alguna manera, el gran publirreportaje que tradicionalmente supone la convención del partido en año electoral ha logrado convertir a un multimillonario de tabloides, famoso por explotar por igual a peones y pequeños empresarios, en redentor de la clase obrera. «Trump es la última gran esperanza de restaurar lo que si se pierde puede no volver a ser encontrado: un país donde un chico de la clase trabajadora nacido lejos del poder pueda estar en este escenario de pie como el próximo vicepresidente de Estados Unidos».
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Su lucha, dijo, no es la suya, sino la de los trabajadores de Michigan que se preguntan por qué esos políticos desconectados de la realidad destruyen sus trabajos; la de los obreros de las fábricas de Wisconsin que todavía hacen cosas con sus propias manos y están orgullosos de los productos hechos en Estados Unidos; y la de los trabajadores del sector energético de Pensilvania y Ohio, que no entienden por qué Joe Biden está dispuesto a comprar energía de dictaduras del mundo, cuando podría comprarla aquí de sus propios ciudadanos.
El populismo de Vance consiste, según su esposa Usha, que lo presentó, en conseguir para su pueblo lo mismo que intenta proporcionar a su familia: seguridad y bienestar. Un movimiento de abuelos de todo el país que viven de la Seguridad Social y crían a sus nietos. De madres solteras sin dinero que luchan con adicciones, pero nunca se rinden.
La idea de que Trump logró revertir en cuatro años «décadas de traiciones infligidas por Joe Biden y el resto de los políticos corruptos de Washington» para crear «la economía más grande de la historia para los trabajadores», no se sustenta en la realidad, pero de tanto repetirla empieza a calar en el imaginario del votante, que necesita tener algo en lo que creer.
Después de ver al presidente salir de entre las balas con el puño en alto al grito de «luchad», muchos estadounidenses creen que, como dijo ayer su hijo Donald Trump Junior, el expresidente tiene «un corazón de león».
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