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Francisco Apaolaza
Domingo, 28 de diciembre 2014, 02:25
En algunos lugares se abren y se cierran círculos, como puertas a destinos posibles. En el Despacho Oval de la Casa Blanca, Kennedy retransmitió la crisis de los misiles de Cuba. En esa habitación se fraguó el bloqueo a Cuba y en esa misma se comenzaron a tirar los ladrillos del muro del Caribe la semana pasada. Cuando se visita, la jaula del hombre más poderoso de la tierra parece más pequeña que en la televisión. La habitación en la que ha sucedido casi todo, la cima del mundo, mide 76 metros cuadrados y no tiene esquinas.
Poca gente tiene el gusto de visitar ese espacio, pero todos coinciden en que se respira un aire especial. Una suerte de resto energético de todo lo que sucedió frente al retrato de George Washington, que recibe al visitante desde lo alto de la chimenea, aunque el primer presidente de EE UU ejerciera el poder desde Pensilvania.
Allí, en ese mismo espacio en el que juegan los críos de los presidentes, George Bush declaró la guerra a Irak y su hijo informó del ataque de las torres Gemelas. Allí se quedó solo, pálido y desolado Truman después de mandar tirar la bomba en Hiroshima y allí Nixon renunció al cargo, derribado por el caso Watergate. Frente a esos ventanales se disputaron los derechos sociales, se jugó la Guerra Fría, se decidieron complots, espionajes, bombardeos y se hicieron llamadas que cambiarían el mundo. En esos mismos sofás en los que descansaron sus posaderas jefes de Estado de todo el mundo el uruguayo José Mújica lo definió como «un cuartito» tuvieron su lúbrico affaire BillClinton y Monica Lewinsky, la becaria de traje azul manchado por la vergüenza.
La habitación ha pasado medio siglo en televisión, desde que las cámaras la hicieran famosa con una imagen de John John Kennedy saliendo del interior del escritorio Resolute, que está hecho con la madera de una fragata británica, regalo de la reina Victoria y que tiene un gemelo en Buckingham Palace.
Lo parece, pero el despacho no siempre estuvo ahí. Ni siquiera fue siempre oval. En un principio, los presidentes trabajaban en una salita junto al dormitorio Lincoln, pero después de que Theodore Roosevelt construyera el Ala Oeste de la Casa Blanca, en 1909, el presidente Taft decidió habilitar un despacho donde estaban los lavaderos y situó allí el trono del imperio.
La silueta oval resultó de aprovechar la forma redondeada de una de las instancias. Lo parieron con sillones de piel de caribú y madera de filipinas, pero Eisenhower, que no tenía cuidado ninguno, echó a perder la madera con su afición por jugar al golf mientras dominaba el mundo. Después lo cubrieron con linóleo, que no retiraron hasta reformar la estancia bajo el mandato de Ronald Reagan, que sobre esa madera nueva recibió a todo tipo de personajes, entre ellos el mulá Omar, jefe de los talibanes de Afganistán.
En 1929 tuvo que ser reconstruido después del incendio que sufrió la Casa Blanca y en 1932 lo agrandaron unos centímetros. Se colocó el sello presidencial en el techo y, desde entonces, cada presidente le ha dado el toque personal... de su mujer.Al igual que ocurre con la decoración del Palacio de la Moncloa, que es competencia de la señora como se conoce a la mujer del presidente del Gobierno, la ornamentación del Despacho Oval es cosa de la primera dama.Cada una tiene sus ocurrencias. Algunas son curiosas. Laura Bush, cuyo esposo no dejaba entrar a nadie sin chaqueta y que guardaba en un cajón el pistolón de Sadam Hussein, cambió los cortinones y encargó una alfombra con rayos de sol para mostrar «el optimismo» (sic.) que supuestamente irradiaba al mundo el mandato de su marido.
Michelle Obama ha sido más neutral. Ha elegido para su marido colores pastel, sofás tapizados en piel y una alfombra discreta con el sello presidencial y ribeteada con frases que han inspirado a su marido, entre ellas ésta de JFK: «Ninguna cuestión sobre el destino de la humanidad está por encima del ser humano». Al contrario de lo que ocurre en España, Estados Unidos no pone un solo dólar para estos caprichos decorativos.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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