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Sábado, 1 de febrero 2025, 00:01
El corredor de helicópteros cercano al aeropuerto Ronald Reagan de Washington ha sido cerrado indefinidamente tras la fatal colisión sobre el cielo de la capital estadounidense. Es la principal decisión tomada por la Administración Federal de Aviación (FAA) desde las 20:47 horas del miércoles, cuando el jet regional CRJ-700 de American Airlines chocó contra un helicóptero militar, un Black Hawk que fue encontrado flotando boca abajo en el río Potomac. El Bombardier, a su vez, se rompió en tres pedazos.
Los buzos se sumergieron en las gélidas aguas del río Potomac en Washington y ayer habían recuperado ya más de 40 cadáveres y las cajas negras del vuelo AA 5342, que servirán para esclarecer las causas de un accidente que se cobró la vida de 67 personas.
La Junta Nacional de Seguridad ya tiene a su disposición «la grabadora de datos de vuelo y de voz de la cabina» del avión listas para analizar, a falta de localizar las cajas negras del helicóptero. En cualquier caso, la investigación inicial apunta a un error humano como la principal causa de la tragedia, una hipótesis que cobra peso tras revelarse que el Black Hawk del Ejército podría estar volando demasiado alto y fuera de su itinerario autorizado en el momento del choque con el jet comercial que los convirtió a ambos en una verdadera bola de fuego.
El helicóptero se encontraba a 90 metros de altura, cuando la trayectoria autorizada por la torre de control no superaba los 60. Además, el impacto se produjo a 800 metros de la denominada Ruta 4, la solicitada por el piloto. Bordea la orilla este del río Potomac y habría permitido evitar el choque.
Un alto funcionario delEejército, en declaraciones al diario The New York Times, pedía cautela y explicaba que la tripulación conocía el itinerario y las restricciones de altitud del estrecho corredor aéreo en el que se les permitía volar en el aeropuerto.
Donald Trump lo tiene claro y apuesta por un fallo del capitán como el motivo del accidente. «El helicóptero Black Hawk volaba demasiado alto, por mucho», dilucidaba el presidente en un mensaje en su plataforma Truth Social. El magnate señaló que el aparato estaba a una altura «muy por encima del límite» de 60 metros y se declaró convencido de su teoría. «No es muy complicado de entender, ¿verdad?», remató.
Otro elemento más de la coyuntura que rodea a la catástrofe es que en el momento del accidente una persona estaba haciendo el trabajo de dos en la torre de control, una circunstancia que fue posible porque un supervisor permitió que un controlador se fuera antes de su hora de salida. Por lo general, entre las 10:00 y las 21:30 son dos los operarios encargados de la vigilancia: uno supervisa los aviones y otro los helicópteros. Después de esa franja horaria la circulación aérea disminuye y una única persona se encarga habitualmente de ambas labores.
Pero justo el día de la tragedia, un controlador se quedó solo antes de las 21:30 horas, lo cual «no era normal para la hora del día y el volumen de tráfico» en ese momento, de acuerdo con el informe preliminar de la FAA. Este documento reconoce que el supervisor puede disponer a una única persona para controlar a la vez el tráfico de aviones y helicópteros, pero se desconoce qué razones le llevaron a tomar esa decisión la noche del miércoles.
Precisamente 24 horas antes, un vuelo tuvo que abortar su aterrizaje en el aeropuerto ante el riesgo de una posible colisión con un helicóptero que había aparecido cerca de su trayectoria. Por el mismo motivo, otro jet comercial procedente de Charlotte tuvo que abandonar repentinamente su aproximación el pasado 23 de enero. «En ese momento me pareció extraño... Ahora lo encuentro inquietantemente trágico», relataba Richard Hart, un pasajero que regresaba de un viaje de negocios, en declaraciones al periódico The Washington Post.
Estos dos aterrizajes frustrados en una semana ilustran el peligro que suponen los 30.000 vuelos anuales de helicópteros militares en las inmediaciones de la terminal, diseñada para 15 millones de pasajeros y que ya ronda los 25.
El tráfico aéreo en la capital estadounidense es el más intenso del país y su cielo es el más controlado del mundo, con máximas medidas de seguridad implementadas para asegurar edificios tan críticos como la Casa Blanca, el Capitolio y el Pentágono. Este último suceso abre interrogantes sobre los riesgos de que helicópteros militares y aviones de pasajeros sobrevuelen los cielos de Washington con una separación tan escasa y sobre si los protocolos actuales son suficientes para evitar accidentes.
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