Mikel Ayestaran
Kabul -enviado especial-
Sábado, 18 de septiembre 2021, 19:30
Un grupo de talibanes armados protegen el acceso principal al Museo Nacional de Afganistán. Los islamistas custodian la puerta, pero el paradero de los principales tesoros de la colección solo lo conoce su director, Mohamed Fahim Rahimi. El día 15 de agosto se encontraba junto a su equipo trabajando como cualquier otro día hasta que les empezaron a llegar mensajes sobre la toma de la capital por parte de los talibanes. «Tenemos protocolos de urgencia para estas situaciones y actuamos lo más rápido que pudimos para proteger las piezas más importantes», afirma un director que, pese a tener la oportunidad de dejar el país, ha optado por quedarse y trabajar en la preservación del patrimonio. «Nuestra misión está por encima de los cambios políticos, esto es patrimonio de la humanidad y mi responsabilidad es trabajar en su conservación, ahora lo que queda por saber es si nos dejarán trabajar o no», afirma desde la puerta de un museo, que permanece sellado.
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Todo su equipo masculino acude cada día a la oficina, pero las 25 mujeres de la plantilla permanecen a la espera de la decisión final del nuevo ministro de Información y Cultura. Nadie olvida la destrucción de los Budas gigantes de Bamyán durante el anterior Emirato y tras la llegada de los talibanes se encendieron todas las alarmas, pero Rahimi prefiere ser cauto y «esperar a ver qué pasos dan. Las cosas han cambiado mucho desde los noventa y hay que recordar también que fueron los talibanes quieres emprendieron la reconstrucción de este museo que los muyahidines saquearon y quemaron durante la guerra civil».
Debido a su emplazamiento en el corazón de la ruta de la seda, Afganistán llegó a albergar la colección más importante de Asia a finales de los años veinte. Antigüedades y joyas de Egipto, Roma, Grecia, China o India y ejemplos de arte budista, zoroastriano e islámico podían contemplarse en las galerías del antiguo museo. Luego llegaron las guerras interminables y, de los 100.000 objetos que se exhibían en 1979, apenas quedaban un tercio a mediados de los años noventa. En las últimas dos décadas se ha podido recuperar una pequeña parte de lo saqueado.
El museo abrió sus puertas en 1925 y todo el equipo trabajaba con ilusión ante la celebración del centenario, pero ahora todo ha quedado en suspenso. Rahimi se graduó en Arqueología en la Universidad de Kabul y en 2013 viajó a Estados Unidos para completar su formación. En 2016 se convirtió en director con apenas 31 años, el sueño de toda su vida hecho realidad. No quiere hablar del plan de seguridad, pero sí necesita aclarar que «las informaciones sobre el saqueo del Tesoro de Bactria y su venta ilegal en Irán son falsas, he visto las fotografías y no son piezas de esa colección». Lo que sí confirma es la destrucción de una fortaleza en Helmand, «pero no ha sido decisión talibán, fue un grupo de vecinos que decidió derribarlo para levantar en su lugar una madrasa (escuela coránica), se trataba de una fortaleza de 170 años de antigüedad».
El tesoro de Bactria lo forman 22.000 piezas de oro y plata, además de manuscritos y otras antigüedades, y son testimonio del reino de Bactria, vigente en el norte de Afganistán hace dos milenios. Rahimi no quiere hablar del tesoro, ni del lugar donde están guardas las piezas maestras. Ahora todo está en el aire, incluido la red de museos en la que trabajaba y que incluye galerías en Herat, Balkh, Kandahar, Khost y Nimruz… «puedo asegurar que no se han producido saqueos y que hasta el momento las nuevas autoridades parecen dispuesta a cuidar el patrimonio, pero hay que esperar y ver cuáles son sus planes».
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Tras su paso por Estados Unidos y su compromiso total con el patrimonio afgano le han servido para ganarse el apodo del «Indiana Jones afgano», pero prefiere que le conozcan como «Rahimi». Miles y miles de afganos sueñan con dejar el país, pero el director se queda a cargo de su historia, al menos hasta que los talibanes se lo permitan. «Una nación sobrevive cuando su cultura sobrevive», reza una placa en la entrada principal de este museo en el que también queda en el aire el proyecto de la nueva sede cuyo concurso ganó hace nueve años el estudio barcelonés AV62 arquitectos.
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