Mikel AyestarAn
Jerusalén
Sábado, 20 de febrero 2021, 19:45
En la misma semana en la que se cumplía un año sin un solo soldado de Estados Unidos muerto en combate en Afganistán, los afganos han celebrado funerales diarios de víctimas de asesinatos selectivos. Kabul es el epicentro de esta oleada de ataques que comenzaron ... hace un año, coincidiendo con el acuerdo de paz entre talibanes y tropas norteamericanas y el posterior diálogo directo entre Gobierno e insurgentes. Una oleada de violencia en la que ningún grupo reivindica las acciones y talibanes y Ejecutivo se culpan mutuamente.
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Periodistas, activistas de derechos humanos, jueces, figuras religiosas, personalidades políticas… están desde entonces en el punto de mira y más de 180 personas ya han sido asesinadas. Ayer la lista sumó otros cinco muertos como resultado de tres explosiones en Kabul en las que, como se ha vuelto habitual, nadie asume su autoría.
Acostumbrados a décadas de bombardeos, combates en las calles u operaciones yihadistas, ahora son las bombas lapa y el tiro en la nuca quienes siembran el terror entre una nueva generación de afganos que soñaban con ver la salida al túnel de la violencia gracias al proceso de Catar.
Maria Hayat, columnista de 'Afghanistan Times' acaba de salir del país para proseguir con sus estudios en Reino Unido. En el último mes no ha escrito, ni ha compartido comentario alguno en las redes sociales «porque tenía miedo, mueren dos o tres personas cada día y el mundo permanece callado. Lo más inquietante es que nadie se hace responsable de los asesinatos y todos nos sentimos objetivo. Vas en tu coche y ya no sabes si el vehículo que tienes delante, detrás o a un lado va a explotar en cualquier momento». Fuera de Kabul se siente a salvo y por eso comparte sus impresiones, pero sigue la actualidad minuto a minuto y lamenta que «desde que empezó el diálogo en Doha, se ha producido un incremento de la violencia».
Los enviados del Ejecutivo y los talibanes, enfrentados desde 2001, mantienen conversaciones en el Golfo. La insurgencia ha detenido sus acciones contra las fuerzas extranjeras, cuya salida del país está en marcha, pero ha intensificado su campaña contra el Ejército y la Policía de Afganistán. Las autoridades les acusan de estar detrás de la oleada de asesinatos, pero ellos lo niegan. «Condenamos estos crímenes y rechazamos las acusaciones sobre nuestra implicación. Empleados del Gobierno, activistas, trabajadores independientes… nunca han sido nuestros objetivos», escribió en Twitter Zabihullah Mujahid, portavoz talibán, que recordó la creciente actividad del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en el país.
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En las filas del Gobierno no confían en la palabra de la insurgencia y ven la mano talibán detrás de los atentados con el objetivo de debilitar a las instituciones y aterrorizar a los ciudadanos. «Los talibanes deben darse cuenta de que a través de la violencia, el terror y la intimidación no pueden lograr los objetivos malvados de sus amos, ni pueden hacer caso omiso de la responsabilidad por sus crímenes», declaró el presidente, Ashraf Ghani, en un discurso pronunciado tras el asesinato a comienzos de mes de Mohammad Atif, responsable y uno de los fundadores de la organización islámica moderada Jamiat-e-Eslah.
«Morimos, alguien publica un tuit sobre el atentado y la vida sigue. Lo único tangible que hemos sacado hasta ahora los afganos con las conversaciones de paz es que antes sabíamos quiénes eran los asesinos y ahora no», confesó en una entrevista concedida a 'The New York Times' Shaharzad Akbar, responsable de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán.
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Esta incertidumbre sobre la situación que sufre el país la comparte Torek Farhadi, exasesor del presidente Hamid Karzai que en la actualidad reside en Ginebra y denuncia que «ninguno de los asesinatos se ha investigado de forma transparente y por eso hay tantas incógnitas. Pueden estar detrás los yihadistas, pero también elementos deshonestos de los aparatos de seguridad que tratan de intimidar a la prensa y a los activistas». Farhadi recuerda que entre la larga lista de caídos hay nombres como el de Yousef Rashid, responsable del Free and Fair Election Forum of Afghanistan y una conocida voz crítica con el Gobierno.
Los sargentos Javier Jaguar y Antonio Rey, ambos de 28 años, fueron los últimos soldados estadounidenses en caer en combate en suelo afgano, pero eso no significa que la guerra haya terminado. Los afganos siguen sumando nombres a esa lista interminable de bajas en la que figuran Fereshteh Kohestani, activista de los derechos de la mujer; Rahmatullah Nikzad, presidente del sindicato de periodistas de Ghazni; Fardin Amni, presentador del canal Ariana; Malala Maiwand, periodista en Nangarhar; Elyaas Dayee, periodista de Radio Azadi… Los que pueden, abandonan el país porque no se sienten seguros. Los que no, se juegan cada día la vida.
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