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BERTA PONTES
Domingo, 5 de abril 2020, 00:07
Son las siete y media de la mañana en Nicaragua». Así comienza el relato que una cooperante española ha realizado para este periódico sobre la situación que se vive en el pequeño país centroamericano, donde las cifras oficiales mencionan la existencia de solo cinco casos de coronavirus y un fallecido. El Gobierno de Daniel Ortega ha sido calificado por otros países y ONG de «irresponsable» por su manejo de la crisis, ya que, lejos del aislamiento, promueve encuentros y marchas populares bajo el lema 'El amor en tiempos del Covid-19'. Así lo cuenta a pie de calle esta voluntaria antes de su repatriación:
Tengo 25 años, soy de Valladolid y llevo en Nicaragua apenas dos meses. Vine enviada por una ONG para intentar poner mi granito de arena en un país plagado de desigualdades. Pongamos que mi nombre es Rebeca y el de mi organización, Cielo Azul. Y digo pongamos porque debe ser un alias. Si proporciono mi identidad real y la de la ONG, pondría en peligro a mucha gente allí.
Por la zona en la que yo vivo está todo muy tranquilo, pero hay algo que me inquieta: parece que la preocupación mundial por la expansión del coronavirus aquí no ha llegado. Como muchas otras cosas a las que tampoco se les da la consideración necesaria. Lejos de cerrar fronteras, Nicaragua recibe cruceros con los brazos abiertos. En lugar de limitar actos y aglomeraciones, se organizan marchas multitudinarias con el objetivo de «combatir al Covid-19», explica el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, su mujer y vicepresidenta. Las escuelas deben permanecer abiertas «para que no cunda el pánico, estamos en fase de prevención». Pero la Embajada española recomienda marcharse.
El 18 de marzo, Murillo interrumpe la emisión televisiva de la tarde para confirmar el primer caso de coronavirus, aunque «todo está controlado». El jueves comienza a cundir el pánico y la gente toma sus propias medidas de seguridad con sus escasos medios. Reconozco que estoy algo asustada. Me preocupa la situación y soy consciente de que no solo hay un caso, pero el Gobierno sigue sin tomar medidas.
Desde hace semanas, veo cómo muchos países han decretado el estado de alarma y confinado a la población. Pero en Nicaragua es diferente porque, según el Gobierno, aquí no llega. El régimen hace todo lo contrario a lo que debería: insta a los ciudadanos a disfrutar de la Semana Santa y pone carteles con ofertas para estas vacaciones. Hasta se ha inaugurado un parque acuático. Insiste en que el país está «listo» para recibir a turistas.
Mientras, la vicepresidenta reza a diario en directo por los afectados, siempre de otros países, y se «guarda del diablo» para que aquí no llegue. El 14 de marzo, Rosario Murillo promovió varias marchas y concentraciones en las principales ciudades y pueblos. Bajo el lema 'El amor en tiempos del Covid-19', como si se tratase de la segunda parte de la conocida novela de García Márquez, se reunieron funcionarios y partidarios del régimen. Fueron concebidas como «marchas de solidaridad con los pueblos afectados por el virus», según cuenta Gioconda Belli, poeta y novelista 'nica'. Miles de personas caminaron acompañando a las carrozas decoradas para la ocasión. Había gente disfrazada y tumbada en camillas que simulaba padecer el virus, bailarinas vestidas de enfermeras y globos de colores por todas partes.
Es cierto que hay una parte de la población que es consciente del problema y de lo que una enfermedad tan contagiosa puede provocar en el país. Gente que está como yo: asustada y angustiada por no recibir la protección que se espera de un Gobierno. Temen por su salud porque el sistema sanitario no es capaz de afrontar una pandemia y se están viendo obligados a seguir con sus tareas habituales. No pueden permitirse perder sus empleos y, si deciden quedarse en casa para protegerse, no tendrán nada que llevarse a la boca.
Muchas ONG y colegios privados tienen que elegir entre dos opciones: continuar con sus actividades cotidianas y poner en riesgo a alumnos y trabajadores o cerrar y arriesgarse a penalizaciones severas, que pueden derivar en su clausura permanente por parte de las autoridades. Por el momento, estas organizaciones que no dependen del Ejecutivo piden a los padres que no lleven a los niños a la escuela. Que lo importante es la salud.
Pero no todo el mundo lo vive igual. Hay otra parte de la población que espera instrucciones desde arriba, desde ese régimen casi omnipotente. Gente que no se protege, que no siente el peligro o que lo afronta de otra manera. Porque están acostumbrados a enfrentarse a lo que venga, a asumir que nadie les va a ayudar. Muchos dejan su destino en manos de Dios en un país donde cerca del 80% de la población pertenece a grupos cristianos. Otros se resignan sabiendo que sus condiciones no les permiten confinarse en casa.
A esto se le suma la historia, la cultura y el hacer de los 'nicas'. Me lo dijo un buen amigo que es mi taxista de confianza aquí: «Los nicaragüenses no estamos preparados para la prevención, dejamos que las cosas pasen».
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Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
Encarni Hinojosa | Málaga
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