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SERRANAS REVUELTAS DE ANTAÑO: CUEVAS DEL BECERRO  Y SU MARQUÉS

SERRANAS REVUELTAS DE ANTAÑO: CUEVAS DEL BECERRO Y SU MARQUÉS

Un motín en el pueblo a mediados del siglo XIX por la propiedad de las tierras acabó con la huida del noble que ostentaba el título

A. GARRIDOESCRITOR

Lunes, 30 de octubre 2017, 01:13

A La Cueva, en singular, no hace tanto -al menos para el generoso archivo de nuestra memoria-, íbamos por ser su carretera la más decente, entre las más que indignas de la Serranía, recién aprobado el examen, a comprobar si seríamos capaces de cubrir sin mayores riesgos, teniendo entre las manos el funcionamiento de una maquina que solía jugar malas pasadas, de la veintena de kilómetros que llevaban a su suelo.

Con idéntico ánimo, para comprar hogazas de pan rociadas de la blancura de sus viviendas y con el sabor en su fogosa cocción de la pureza de una atmósfera bucólica y pura; también para adquirir en sus pequeñas tiendas, los denominados suspiros, que como tal duraba en la boca su dulzura, preñados, igualmente, por demás, del albor de la cal de las paredes y, un poco, de la levedad de sus cercanas lomas y peñas.

Mirando aún más atrás, esa carretera que partía de Ronda fue en otros tiempos camino de diligencias, o lo que es decir, la única que en toda la Serranía permitía el tránsito de vehículos de ruedas. Y que cuando el ferrocarril todavía no andaba abriéndose pasos por nuestras montañas, permitía a los que quisieran hacer uso de él para sus negocios o viajes de placer, llegarse a donde sí estaba ya, hasta Gobantes.

La Cueva, como otros pueblos de la Serranía, aunque, ahora, amodorrada en su quietud no lo parezca, cuenta con su pasado, que nada más que de él se nutre con avidez, a puñados, la historia, y, ¡quien lo diría!, su marqués. Impregnados quedaron unos siglos de la intención de la Corona de conceder, por servicios que le prestaron sus súbditos, títulos nobiliarios que, en ocasiones, llevaban incorporados el nombre del pueblo, del cual, los galardonados, o eran ya dueños de tierras y vidas, o aspiraban a serlo. Y hasta tres, Montejaque, Benaoján y el suyo, llegó a poseer la familia Castrillo Fajardo, a quien había concedido Carlos II en 1693, el marquesado de Cuevas del Becerro.

Una noticia aparecida en 'El Corresponsal', diario de la tarde madrileño, en su número de 6 de octubre de 1842, en su tercera página, indica que algo más que su brillo había detrás de esas concesiones referidas; y eso a pesar del empeño del periódico del que procedía, de 'El Heraldo', por dar un trueque total a la noticia, llamando 'forajidos' a los campesinos y de obsesos por los motines a todos los rondeños de esa condición obrera.

Esta era la noticia, transcrita en su totalidad, para que cada uno juzgue, en un momento en el que el título lo ostentaba su séptimo poseedor: «Los vecinos de Ronda han encontrado el medio más expedito de hacerse propietarios sin necesidad de desembolsar capitales, sin otro medio que el ya conocido y probado de los 'mítines': es gozo de ver cómo cunde la moralidad, el amor al orden por 'esos pueblos».

«He aquí lo que al 'Heraldo' escriben desde Ronda: Ayer llegó a esta ciudad el Excmo. Señor marqués de las Cuevas, procedente del pueblo de la Cueva del Becerro, de donde ha tenido que salir huyendo para no ser víctima del furor revolucionario de aquellos vecinos».

«El hecho parece que sucedió del siguiente modo: El marqués, acompañado de D. José García Gálvez, escribano de esta ciudad y de algunos criados, había ido a dicho pueblo a otorgar las escrituras de arrendamiento a sus colonos; pero estos, que estaban ya cansados de serlo, querían que el marqués les diese a censo las tierras, cuya pretensión no fue admitida por este, porque no estaba en el caso de despojarse del dominio de ellas por solo el capital del arrendatario. Vista por estos tan racional negativa, se pusieron furiosos y acudieron al sencillo método de los motines, tan puesto en boga en los presentes tiempos. En efecto, al sonido de un caracol, se reunieron una turba de forajidos y acometieron bruscamente a la casa del marqués, pidiendo a voces que les diese las tierras en propiedad, pues que él era un usurpador y pertenecían todas a ellos, como vecinos del pueblo».

«Algunas personas más racionales, trataron de apaciguar a los revoltosos; pero no pudieron conseguirlo, por más que hicieron, y el marqués tuvo la buena suerte de escapar furtivamente de la población y llegar a esta ciudad, tal vez con el propósito de no volver jamás a poner los pies en el pueblo, sobre el cual está fundado su título».

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