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Especialistas y voluntarios trabajaron día y noche en el rescate. Ñito Salas
El rescate de Julen en Totalán, un rescate para la historia

Julen: Un rescate para la historia

El milagro que no pudo ser. El 13 de enero, el pequeño Julen cayó al interior de un pozo de más de 100 metros de profundidad y 25 centímetros de diámetro en Totalán, y dio origen al mayor operativo de búsqueda en la historia de España

Lunes, 13 de enero 2020, 13:02

Lo que tenía que haber sido un día feliz en familia acabó convirtiéndose en la peor de las pesadillas para unos padres. El pasado enero, Julen Roselló, de dos años y medio que vivía con su familia en la barriada malagueña de El Palo, cayó accidentalmente a un pozo de apenas 25 centímetros de diámetro y más de 100 metros de profundidad. A partir de ese momento, comenzó una lucha angustiosa entre el hombre y la montaña que acabó, 13 días después, con el peor de los desenlaces posibles.

Aquella mañana, la del 13 de enero, los padres de Julen, José Roselló y Victoria García, acudieron a pasar un día de campo con su hijo a una finca de Totalán propiedad de David Serrano, que es compañero sentimental de una prima de José. Las dos parejas pretendían celebrar la inauguración de la parcela y disfrutar con sus respectivos hijos de un paella en familia. Habían empezado con los preparativos del arroz cuando, sobre las dos y media de la tarde, se produjo el accidente.

Según la investigación, Julen jugaba con su prima bajo la mirada de su madre. Victoria se apartó unos metros para hacer una llamada de teléfono y le pidió a José Roselló –que ayudaba a David Serrano con la paella– que vigilara al niño. En ese impás, el pequeño comenzó a correr por una zanja en forma de 'L' que el dueño de la finca había encargado días antes para hacer un muro de cimentación. Al cabo de esa hendidura estaba el pozo, un sondeo en busca de agua que resultó fallido. El niño cayó dentro ante la mirada de su padre, que corrió desesperado para intentar llegar hasta él. Sus intentos de rescatarlo fueron en vano. Tanto José Roselló como Victoria aseguraron a la Guardia Civil que escucharon llorar a su hijo dentro del pozo. Ellos trataron de calmarlo.

A partir de ahí, comenzó un operativo de búsqueda que no tiene precedentes en España. Los primeros en llegar, unos bomberos del Consorcio Provincial de Málaga y una pareja de guardias civiles, introdujeron en aquel agujero un móvil atado a una cuerda con la cámara de vídeo encendida. A los 71 metros, se toparon con un fondo de tierra del que no podían pasar. Un tapón que, en los días siguientes, se convirtió en muro inexpugnable para los rescatadores.

Las primeras horas fueron las del ingenio. Se probó con toda clase de artilugios tratando de retirar la arena de aquel lecho arenoso. Utilizaron una excavadora en miniatura fabricada por un inventor y dejaron caer una piqueta con forma de arpón –que acabó generando cierta polémica en el proceso judicial abierto– para intentar romper el tapón. Lo intentaron con una manguera de succión que utiliza la empresa de desatoros Pepe Núñez con la que trataron de aspirar la arena del tapón, pero todo resultó en vano, porque la máquina se quedaba una y otra vez atascada.

Más de 300 personas integraron un dispositivo de rescate que tardó 13 días en localizar el cuerpo del pequeño, que murió de forma casi instantánea y a causa de la propia caída

Las horas pasaban y pesaban como losas en una angustiosa espera. José Roselló rompió el silencio al segundo día e hizo declaraciones a los medios para reclamar más medios en la búsqueda de su hijo. Mientras se intentaba retirar el tapón desde el propio pozo, un equipo de ingenieros de caminos que acudieron de forma voluntaria a Totalán, liderados por el delegado en Málaga del Colegio, Ángel García Vidal, planificaban una obra para llegar hasta el lugar donde se presumía que estaba el niño.

Los técnicos plantearon dos soluciones: una galería perpendicular al pozo excavado desde un lateral de la montaña o un galería paralela a la prospección a la que cayó al niño, que después habría que comunicar horizontalmente. Los responsables del dispositivo acordaron apostar por las dos a la vez. A partir de ese instante, el rescate del pequeño Julen pasó a convertirse en una auténtica obra de ingeniería civil con el factor tiempo siempre en contra, ya que había un niño atrapado dentro de un pozo y podía estar vivo, si bien el paso de las horas, y los días, invitaba al pesimismo.

La galería horizontal, ese túnel perpendicular que se pretendía comunicar con el pozo en el que estaba Julen, presentaba graves problemas de seguridad. La montaña amenazaba constantemente con caerse y hubo varios conatos de accidentes de maquinista y gruistas. Al final, se abandonó ese proyecto y los trabajos se centraron en la galería vertical, esto es, un pozo paralelo al de Julen que más tarde habría que comunicar horizontalmente. Y ahí entraron en juego los mineros, desplazados desde Asturias con la misión de excavar, a mano, ese tramo final.

Para la obra de la galería horizontal hubo que realizar primero una plataforma de trabajo que rebajó más de 20 metros la cota inicial del Cerro de la Corona. Para evitar que las vibraciones provocaran desprendimientos, se decidió 'encamisar' –un término que se popularizó aquellos días– el pozo al que cayó el pequeño con la intención de asegurarlo. Tras crear esa plataforma de seguridad, se utilizó una gigantesca pilotadora que abandonó las obras de la M-40 de Madrid para sumarse al operativo de rescate del pequeño. El terreno, con durísimas capas de cuarcita, dificultó hasta el extremo los trabajos –hubo que parar varias veces la máquina para realizar labores de mantenimiento, ya que amenazaba con romperse– para llegar hasta la cota de –71 metros.

Una vez que se alcanzó esa profundidad, los problemas surgieron para 'encamisar' la galería paralela, ya que las aristas que dejó la propia pilotadora impedían colocar la hilera de tubos necesaria para seguir trabajado con seguridad. Cuando se logró, llegó el turno de los mineros, que se afanaron en excavar a mano con taladros percutores el túnel que comunicara ambos pozos. De nuevo, la dureza del terreno ralentizó los trabajos, hasta el punto de que hubo que realizar varias microvoladuras controladas para romper las capas más duras de roca. Además, el trabajo debía tener una precisión milimétrica, porque si no hacían la galería en la dirección correcta, o se separaban unos centímetros en la trayectoria, podían pasarse de largo sin comunicar ambos pozos. Existía otro riesgo más: el pozo al que cayó el niño tenía más de 100 metros, pero los responsables del operativo trabajaron bajo la hipótesis de que estaba en la cota -71, es decir, justo debajo del tapón de arena. De haber comunicado ambas galerías y no haber hallado al pequeño, se habrían visto obligados a reiniciar las obras.

No fue así. Al cabo de 13 días en los que se trabajó sin descanso en el Cerro de la Corona, los mineros asturianos terminaron de enlazar los dos pozos y dejaron paso a los agentes del Equipo de Rescate de la Guardia Civil (Ereim) de Álora, que rescataron el cuerpo sin vida del pequeño además de extraer toda la tierra del tapón para su análisis científico. El milagro al que, por imposible que fuera, se aferraba medio mundo (el rescate se siguió en todo el planeta, incluidos los propios integrantes del dispositivo, no pudo convertirse en realidad.

Efectivos de salvamento, durante las labores de rescate. Ñito Salas

La autopsia al pequeño Julen confirmó que falleció como consecuencia de la propia caída a lo largo de los 70 metros del pozo, lo que le provocó una fractura mortal en la base del cráneo, según los forenses. Fue enterrado en el cementerio de El Palo, donde una multitud de personas trató de arropar a la familia del niño.

Después, comenzó un complicado proceso judicial que en las próximas semanas sentará en el banquillo –si no se produce antes un acuerdo entre las partes– al dueño de la finca, David Serrano, acusado de un presunto delito de homicidio por imprudencia. Tanto la Fiscalía como la familia del pequeño consideran que actuó de forma negligente al no tapar debidamente el sondeo al que cayó el pequeño, que él había encargado previamente a un pocero para buscar agua en la parcela.

Serrano aseguró que puso los trabajos en manos de este empresario, confiando en su profesional, sostuvo que tapó la boca del pozo con dos bloques de hormigón y afirmó también que advirtió al padre de Julen de la presencia de aquella prospección, si bien nunca interpretó que existía un riesgo real de que pudiera caerse un niño, puesto que su propia hija estaba aquel día jugando en la parcela. José Roselló, en cambio, manifestó ante la jueza que le advirtió de la presencia de pozos, pero no de aquel concretamente, y que, cuando se lo dijo, mientras buscaban leña para la hoguera, tenían delante un sondeo que estaba debidamente tapado. La madre del niño dijo que ni siquiera sabía que había pozos y que, de haberlo sabido, se habría dado la vuelta y habría regresado a Málaga con su hijo.

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