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ANTONIO J. GUERRERO
antequera.
Viernes, 25 de septiembre 2020
Era un chaval con 13 años cuando empezó a trabajar en el negocio de la familia, el Manolo Bar. Conoció a una guapísima Remedios Fernández, buscando tiempo donde no lo tenía por lo sacrificado que es el trabajo tras una barra. «Un día me daban de descanso por la tarde y ese día es el que salía a ver a mi novia para estar un ratillo con ella. Aunque todas las tardes para la Cuesta Archidona para verla dos minutos».
Se casaron. Ambos sacaron para adelante su familia, tuvieron cuatro hijos, y el bar: él en la barra; ella preparando las deliciosas tapas y los míticos «manolitos», los molletes pequeños con relleno al gusto del cliente. A punto de jubilarse, aparecieron los primeros síntomas del alzhéimer en ella. Fue hace ocho años y a Sebas no le importó y estuvo con ella como siempre, dando su paseo en el día a día de la complicada y difícil enfermedad.
«Tardan más de seis años en darte una ayuda», nos dice sin quejarse por él, pero sí por el sistema. «El neurólogo la ve una vez al año y le han hecho un TAC en cinco años; le aumentan las pastillas, pero la perdemos cada día». Ha estado con ella hasta el confinamiento, donde la situación llegó a ser imposible. «Ahora le han reconocido la gran invalidez, cuando ya ni nos reconoce. Mis hijos me han ayudado y desde el Ayuntamiento y la Residencia de San Juan de Dios me posibilitaron que ingresara en Antequera. Lo que pido es que no se las tengan que llevar a otros pueblos, ni mi Remes ni a todos los demás».
Se emociona cuando recuerda el Pregón de la Real Feria de Agosto de 2019, «puede que de los últimos momentos más felices con ella, porque se emocionó de verme cómo pregonaba la feria y el detalle de José Manuel Soto de cantarle 'Por ella', nunca lo olvidaré». Él está seguro que su Reme no podrá olvidar el cariño y pasión que le brinda sin verla.
Tras su emotiva participación este lunes en la lectura del manifiesto por el Día Mundial del Alzhéimer, pedía encarecidamente «que, por favor, den plazas concertadas a las residencias, a las familias que no podemos soportar el pago de ellas. Yo tengo cuatro hijos y me ayudan, pero no sé cómo nos irá en el futuro. Mi mujer y yo hemos sido autónomos y con lo que no nos ha quedado, no tenemos ni parar cubrir su plaza. Y comer, tendrás que comer, aunque yo le daría todo por ella».
Llevan ya más de ocho años desde que la diagnosticaron y no comprende cómo no se avanza y cuando se trata de residencias o enfermedades como el alzhéimer, a todos los políticos les pide que «se tienen que poner de acuerdo porque esto no es una pelea entre ellos, es un problema de muchas familias, que somos los que lo padecemos. Esto te empieza sin darte cuenta y a todos nos puede tocar».
Hoy el Covid-19 centra los temas sanitarios, algo que no duda que «será muy malo, pero si pierdes la cabeza, sin saber dónde estás, ¿qué mascarilla te ponen para que te cures? No hay mascarilla que pueda prevenir el alzhéimer».
Ahora, su principal deseo es: «Volver a besarla, llevo meses sin poder hacerlo. Yo quiero verla, aunque sea por el cristal y no me reconozca. Llevo meses sin darle un beso».
Tras su emoción hecha desesperación al leer parte del comunicado, se dirigió a la puerta de la residencia, como hace todos los días aunque no pueda verla. Ese día, se encontró «a una buena persona», que le dijo que se esperara fuera en la calle. Y en unos instantes, se asomó a un balcón su Remes. No pudo abrazarla, no pudo tocarla, no pudo darle el beso que soñaba... pero seguro que ella sintió el amor que mantiene intacto su Sebas. Siempre hay un ángel de la guarda que a veces nos ayuda aunque sea con un simple gesto.
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