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Ha residido en siete países a lo largo de su vida, pero nunca ha pasado tanto tiempo en un mismo sitio como en la provincia de Málaga. Leila Bayandor sabe desde muy joven lo que es vivir en América Latina, Estado Unidos y Gran Bretaña, ... pero ya lleva dieciocho años morando en la Alta Axarquía.
Fue precisamente su periplo por la americana hispana lo que le hizo tener claro que algún día tendría que irse a vivir a España. «Me encantaba la cultura de esos países, pero también buscar su origen», explica hoy en Riogordo, donde va camino de las dos décadas residiendo junto a su marido, Robert Lawson. Él ya suma décadas acompañando a esta trotamundos, que un buen día decidió que Riogordo era un buen sitio para hacer una parada.
Llegó a la provincia de Málaga en 2003 en autocaravana. «Robert y yo decidimos que Londres no era el sitio donde queríamos vivir, así que nos fuimos casi a la aventura con una autocaravana con la que recorrimos Francia y después casi toda España hasta llegar a Andalucía, que era la región que buscábamos para terminar nuestro viaje e instalarnos», comenta Leila.
Sabían que tenían que encontrar trabajo, así que decidieron buscar en el entorno de Málaga y Marbella, pero siempre alejados de las urbes para impregnarse más del mundo rural, más auténtico e incluso exótico para los foráneos.
Con esa casa a cuestas llegaron a detenerse a los pies del Torcal, donde a Leila aceptó un puesto como profesora en una academia de idiomas, pero finalmente aquella empresa le retiró esa oferta al saber que vivía en una autocaravana. «No confiaron en mí, a pesar de que les expliqué que acababa de llegar y que iba a buscar una vivienda fija», afirma Leila.
Poco después, gracias a algunos contactos que ya tenían previamente, se instalaron en Riogordo, un pueblo de la Alta Axarquía, donde se disfruta intensamente de la cultura del aceite de oliva.
Su primer trabajo fue en una agencia inmobiliaria, que fue muy temporal, hasta que encontró un puesto como profesora de inglés en una academia de Vélez-Málaga.
A pesar de que la docencia era lo que más predominaba en su currículum hasta ese día, en su alto entre olivos, Leila descubrió su verdadera vocación, mediadora intercultural.
«Cuando llevaba ya tres años integrada en Riogordo, me salió la oportunidad de colaborar como voluntaria en lo que se llamaba por esa época Mesa de Inmigración, un programa de la Diputación, que fue una experiencia que me encantó», explica.
Gracias a ello decidió formarse como mediadora intercultural profesional, lo que hizo posible que poco después fuera contratada por el organismo supramunicipal. Fue, sin duda, su mejor trabajo en España, ya que le movió por varios municipios de la Axarquía, haciendo talleres y actividades muy dinámicas con un público muy heterogéneo. Al programa se le cambió el nombre por uno más acertado, Mesa de Interculturalidad.
Pero, después de varios meses desarrollando labor, el programa cesó temporalmente y aunque se retomó en otra legislatura, finalmente se cerró. «Me gustaría trabajar haciendo esa labor que hoy sigue siendo tan importante para la población», añora Leila.
Además del título como mediadora intercultural que había conseguido en la UNED y de su bagaje en sus viajes por varios países del mundo, Leila sabe lo que es ser migrante. De hecho, nació en Londres porque sus padres, que hasta entonces vivía en Teherán (Irán), decidieron buscar un lugar más idóneo para que creciera y se educara en unos momentos especialmente convulsos en el país asiático.
Aunque se formó y estudió en Reino Unido, nunca olvidó sus raíces, que en su árbol genealógico llegan a través de un bisabuelo y de sus ancestros incluso a los turcomanos iraníes, un pueblo nómada situado durante siglos en el norte de la antigua Persia. Gracias a ese mestizaje y a su forma de entender la vida, Leila se ve capacitada como mediadora entre personas de distintas culturas.
En su día, llegó incluso a implicarse en la política local, al formar parte de la coalición andalucista que se presentó a los comicios municipales, aunque no llegó a obtener representación como concejal.
Aunque tras ese paréntesis como mediadora, volvió a impartir clases de inglés, la vida de Leila en su particular paraíso de Riogordo ha seguido siendo igualmente enriquecedora.
De hecho, en esta última etapa ha reforzado sus vínculos con la cultura del aceite de oliva, del que es una auténtica embajadora frente a otros residentes extranjeros. «Me atrae especialmente el oleoturismo», matiza esta británica de origen iraní, que siente una especial predilección por los olivos monumentales.
Hoy asegura que ha aprendido mucho sobre el oro líquido en un pueblo con mucha tradición olivarera. Eso sí, aunque sabe distinguir un aceite de calidad, asegura que no tiene «el don que se necesita para hacer catas».
Todo ese aprendizaje vital que ha adquirido en las últimas décadas Leila no sería igual si no hubiera conocido un buen día a Robert en la frontera entre Arizona y Utah. «Tocaba en un grupo de country y no sospechaba que era escocés», cuenta sonriente. Al poco tiempo de entablar la primera conversación, se prometieron y a los dos años se casaron.
Lo define como «un hombre del Renacimiento» porque le da a todos los palos: Música, pintura e incluso poesía. Además, es el que cocina en casa. Juntos, estos dos nómadas que detuvieron el tiempo hace dieciocho años en Riogordo, disfrutan de esta etapa de la vida entre olivos.
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