Esteban Pérez Palma, junto a su obra 'Alegorías del Mar', expuesta en una fuente de Alhaurín de la Torre. A.Jiménez
La Granizada

Esteban Pérez Palma: «Ya no me gusta vender obras, ahora trabajo para la historia»

El escultor, imaginero y pintor reside en Alhaurín de la Torre tras varias décadas como profesor en Suiza

Sábado, 29 de agosto 2020, 00:30

Desde 2006, el artista Esteban Pérez Palma (Málaga, 1945), disfruta de su jubilación en Alhaurín de la Torre tras varias décadas viviendo en Suiza, donde trabajaba como profesor de pintura, escultura y cerámica. Aunque asegura que le costó adaptarse a la vida española, el nieto del escultor Francisco Palma García y sobrino de Francisco Palma Burgos se siente muy integrado en la cultura del municipio, donde cuenta con varias obras expuestas.

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–¿La vida en Suiza es muy diferente a la de España?

–Totalmente, estamos hablando de una mentalidad suiza, un estilo de vida diferente. Hay un nivel de educación y de responsabilidad muy alto. Con los años he aprendido muchas cosas, a veces mi mujer me dice que soy más suizo que los suizos. Me gusta el orden, la limpieza, la puntualidad... Con 59 años me sentí un poco quemado por la escuela, las clases y las exposiciones, y decidí prejubilarme y venirme a Málaga, con la intención de continuar esa vida que yo dejé aquí como escultor. Siempre veníamos de vacaciones unos meses, pero cuando vinimos definitivamente, lo pasé muy mal.

–¿Por qué?

–Me entró una depresión tremenda. Yo me esperaba ese mundo de vacaciones, pero en el día a día ya no lo era, veía a los ciudadanos indisciplinados. Estuvimos casi tres años sin volver a Suiza, quería sentirme yo, no lo que fui. Luego ya pasó ese episodio y me acostumbré. Con el tiempo asimilé la vida de aquí. En Alhaurín tuve la suerte de encontrar a una persona que ya ha muerto, Juan Prados, que es el que me inició en la vida cultural. Hice exposiciones, y mi mundo de los alpes suizos se fue disipando, ya me sentí español, andaluz y alhaurino. En el pueblo he sentido mucho cariño, también por parte del equipo de gobierno y del alcalde. Algunas cosas todavía me molestan mucho, veo una parte incívica de las personas. Pero soy feliz en el pueblo, cada día más.

–¿Cómo es crear?

–Miguel Ángel Buonarroti fue y sigue siendo la sombra de mi vida. Soy escultor, imaginero y pintor, son cosas diferentes que no tienen nada que ver. La imaginería es muy íntima, donde roza la genialidad con la verdad del ser humano. Cuando yo hago una imagen, es un momento sublime, de un éxtasis que es muy difícil de explicar. Son unos sentimientos que se sienten muy dentro de lo que se está haciendo. Ahí se trabaja de corazón, de cariño, no se piensa en nada. Es una cosa que no va hacia fuera, va hacia dentro de ti. Luego viene la parte de la policromía, que es muy personal y que cada imaginero hace diferente. Es un momento sublime, escucho música clásica y no veo otro mundo más allá. No se puede explicar con palabras.

–¿Hay alguna obra más especial para usted?

–Cuando yo trabajo una obra, sea escultura o pintura, es mía mientras que estoy trabajando. Es como tener hijos, son tuyos mientras los tienes contigo, pero cuando vuelan… Pues pasa lo mismo con esto. Cuando la obra la has terminado y alguien la compra, ya no es tuya, ya es de quien la tiene. No obstante, diría que La Piedad. Es un encargo que me hice yo mismo, y es única en el mundo, porque la virgen está sentada en el suelo, normalmente suele estar sentada en un banco o en una roca. Es difícil, pero La Piedad es la obra que más me ha entusiasmado, pero no es la última ni la mejor. El tiempo lo dirá.

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–¿Cómo ha pasado la cuarentena?

–De gloria. Tenía mucho trabajo pendiente y varios encargos. He estado trabajando con lienzos de cuatro y seis metros, sobre acrílico. En total, he creado treinta cuadros en esas medidas, que los he perfeccionado durante la cuarentena, cuando tenía tiempo día y noche. El confinamiento me vino de perlas para eso. Cuando entro en mi estudio a trabajar tengo muchas ideas, no paro. Pero ya trabajo para la historia, casi no me gusta vender. En una ocasión, un americano pasó por una de mis exposiciones y me ofrecía casi medio millón de euros por las obras. Pero, ¿qué es medio millón? Una cifra en el banco. ¿Qué hago con todo este dinero, y sin mis obras? ¿Comprarme un coche, una casa grande? No lo acepté.

–¿Ya no le complace vender?

–Lo tengo muy claro. Los precios a los que yo vendía en Suiza eran precios altos, y al venir aquí, no tenía sentido cambiarlo. Si ahora llega un señor de Suiza que me ha pagado 10.000 euros por un cuadro allí, y ve que aquí vale 3.000, no puede ser. Por eso mantuve los precios de allí a aquí. Pero ya no me gusta vender, yo trabajo para la historia. Tengo muchísimas obras en mi estudio y me gustaría que esas obras se quedaran en un sitio donde la gente pudiera verlas, aquí o en Suiza.

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–¿Cómo definiría su trayectoria? ¿Ha evolucionado?

–Es importante recordar la matriz, siempre lo he hecho, las obras me han ayudado a hacer otras. He tenido un estilo diferente, pero siempre unido a ese cordón umbilical que no lo pierdo nunca. Estoy contento de haber triunfado en la vida del arte, dentro de mí y de mi mundo. Siempre me ha gustado la interpretación, pienso que el paisaje no se copia, se interpreta. No hay que superar a la fotografía. Por ejemplo, en Suiza pintaba muchos olivos con una técnica que estuve trabajando allí, y vendía todos los cuadros, me gustaba que la gente los comprara. Cuando vine aquí, me sobraron tres cuadros de olivos, y los llevé a la exposición de Jaén y nadie los compró, no se vendió ni uno. Es muy curioso.

–¿Qué le diría al Esteban de 19 años?

–Le diría que el camino que escogió fue el camino para el que estaba predestinado. El camino no ha sido fácil. Siempre les he dicho a mis alumnos que no hay que pasar el río por el puente, hay que pasar por el agua, y en esas dificultades es donde se aprende. Yo he tenido esa virtud, de poder haber apreciado mi vida, de haber aprendido el arte desde la A hasta la M o N, hasta la Z todavía no he llegado. Ha merecido la pena todo ese sacrificio de aprender desde el principio, desde coger la escoba para barrer el taller hasta poder modelar y terminar una obra de arte.

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