Bruno Laureys, el ingeniero belga que hace vino en Cártama
Con mucho acento ·
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Con mucho acento ·
«En Málaga hay un mercado de más de 2.500 restaurantes para vender nuestro producto», afirmaHace poco más de una década estaba al frente de una importante consultoría internacional que trabajaba con distintos países del norte de Europa desde su sede en Amberes (Bélgica). Hoy pasa los días entre viñedos de 'merlot', garnacha o 'syrah' en uno de los enclaves más elevados de la sierra de Cártama.
Bruno Laureys dice que, de un punto a otro, hay un cúmulo de casualidades, aunque en ellas también han tenido mucho que ver el carácter de este ingeniero, hoy septuagenario, que no tiene miedo a salir de su zona de confort. Es más, se siente cómodo frente a los retos más desafiantes.
También ha tenido mucho que ver el territorio que eligió, la provincia de Málaga, que, en los últimos años, incluso con la pandemia, «se ha vuelto muy dinámica y próspera».
Todo empezó cuando, como muchos otros europeos, decidió romper la vida rutinaria de las grandes ciudades por otro estilo de vida. Muchos belgas suelen buscar el retiro soñado en el sur de Francia. Pero, Bruno, acompañado por su esposa, Darifa, tras visitar la idílica Costa Azul no terminó de conectar con ese territorio mediterráneo.
La solución aguardaba a más de mil kilómetros al sur, más cerca de Marruecos, donde nació ella, y en una costa donde el clima y la gente se adecuaban más a sus gustos.
Como muchos europeos, pusieron sus ojos primero en Marbella. Hasta allí se fueron en coche, con dos maletas y un portátil. El resto de su vida material se quedó en un trastero de Amberes, donde dejaban también sus cometidos profesionales. Marbella podría ser un destino idóneo para personas que quieren descansar tras años dedicados a un trabajo muy exigente. Pero no es el caso de Bruno.
«Reconozco que no conocíamos para nada Málaga, pero cuando la visitamos por primera vez, desde Marbella, nos dimos cuenta de que era el sitio donde queríamos estar», rememora este ingeniero belga.
Compraron una casa con vistas privilegiadas al Mediterráneo, en Miraflores del Palo. En su comunidad, son los únicos extranjeros, pero su procedencia no ha sido obstáculo para su integración. Ni siquiera el idioma, que se empeñaron a aprender en los primeros años de su particular periplo como 'boquerones'. «Mi mujer iba a clases allí en El Palo, pero yo preferí hacerlo por libre con el material que le dieron a ella», explica.
Metódicamente, durante hora y media al día, se dedicaba a aprender el castellano, lo que, sin duda alguna, le ha abierto muchas puertas para formar parte activa del territorio donde vive. «Con los vecinos estamos muy implicados, incluso nos vamos a comer a restaurantes», afirma orgulloso.
Pero, este ingeniero inquieto y ávido de conocimientos quiso dar un paso más en su integración malagueña. Sabía que el resto de su vida no podía ser contemplativa. Podía estar bien ir a la playa, dar paseos o salir a disfrutar de la gastronomía local, pero tanto él como ella tenían en mente emprender.
La casualidad es que ahí apareciera el vino. De ser buenos consumidores a atreverse a elaborarlos hay un gran trecho, pero lo superaron cuando visitaron las Bodegas Sánchez Rosado, en el paraje de Viñas Viejas, en una zona de Cártama que mira a la vega de los dos Alhaurines, el de la Torre y el Grande.
Al conocer que la bodega estaba en venta, decidieron adquirirla y empezar a hacer sus propios vinos. Hoy, casi cinco años después de adquirir esta empresa, cuentan con cuatro referencias. Por un lado, tienen dos tintos, un ligero y elegante reserva y un crianza sorprendente. Por otro, un blanco elaborado con moscatel de la Axarquía y otro rosado, joven y vibrante.
«En los últimos años, los estamos vendiendo muy bien, sin publicidad», asegura Bruno, quien exporta incluso parte de su producción a Bélgica, Países Bajos y Dinamarca.
Pero, además de hacer vinos, en esta bodega de Cártama, Bruno y Darifa los enseñan y los explican. En los últimos años, han conseguido que el enoturismo sea uno de los pilares fundamentales de esta bodega. Su facilidad para los idiomas y su pasión por contar las cosas han hecho que sean muchos los grupos que se acercan allí, previa reserva, para conocer los secretos de sus vinos.
Reconoce que parte de los méritos hay que atribuírselos a Rafael López, enólogo entusiasta, con el que tiene muy buena sintonía desde el inicio. «Somos los dos ingenieros (él, agrónomo) y nos entendemos perfectamente».
Hoy una de las vertientes de su negocio que más le gusta a Bruno es la comercial. «Hay un mercado de más de 2.500 restaurantes para vender y dar a conocer nuestros vinos», advierte.
Bruno y Darifa dejaron la bulliciosa vida en Amberes, donde no veían paisajes naturales: «Todo allí está construido». Con las vistas de la bodega compensan esa ausencia de montañas y valles, arrebatados en su ciclo belga. También el clima ha sido un aliciente para ellos.
Lo que no esperaban es que terminaran en una ciudad que hoy se ha convertido en un referente del sector tecnológico y de las telecomunicaciones. «Pronto va a ser como la Silicon Valley de Europa, e incluso creo que va a superar a Barcelona como ciudad mediterránea importante», advierte ilusionado.
En este sentido, apunta que «es fundamental diversificar más allá del turismo, porque Málaga no tiene industria».
Tanto él como su esposa Darifa han sido testigos de la positiva evolución de la ciudad en la última década, pese a la pandemia. «Málaga ha mejorado en muchos aspectos y, en parte, hay que agradecérselo al alcalde Francisco de la Torre».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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