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La oscuridad en el interior del Tholos de El Romeral es casi absoluta. Una veintena de privilegiados aguarda en silencio a lo largo de la galería de acceso, escuchando las explicaciones de la guía Paqui Vallejo, pacientes. Faltan pocos minutos para las dos de ... la tarde, hora en la que se producirá un acontecimiento único que solo se puede apreciar adecuadamente durante el solsticio de invierno y los dos días siguientes (ayer, hoy y mañana). A las 14.05, la claridad se cuela por los metros del corredor hasta reflejarse en el fondo de la cámara principal, justo al límite del acceso a la sala mortuoria. Este instante marcó gran parte de los ritos espirituales de las sociedades que poblaron la Antequera de la Prehistoria, y ayer sirvió para hacer un alto en el camino en el que conectar con la naturaleza y el universo tal y como lo hacían ellos.
La visita guiada formaba parte de un extenso programa de actividades con las que el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera celebra el fin del ciclo solar y el comienzo del siguiente. Talleres, charlas, ritos incas y muchas otras propuestas protagonizan tres días de divulgación científica, aunque también tienen un claro componente antropológico y espiritual. Así lo explica Mercedes Rubio, responsable del programa 'Vive la Prehistoria' e intérprete del patrimonio de los Dólmenes. Ataviada con ropajes prehistóricos, las manos llenas de barro y sentada junto a un fuego que anoche calentó la velada de varios «valientes» que durmieron al raso junto al tholos, explica a SUR que estas actividades pretenden enseñar a sus participantes a que «de vez en cuando hay que parar y reconectar con el entorno». «El ser humano lleva miles de años evolucionando, siempre de la mano de la naturaleza; nos hemos alejado de ella durante poco tiempo, sigue en nuestro ADN, en nuestras células y en nuestro espíritu, podemos conectar con nuestra mente prehistórica».
En opinión de Rubio, el solsticio de invierno es la celebración más importante de todas las que se vivían en la prehistoria, porque supone el final y el comienzo del año agrícola, y permitía a las sociedades dejar atrás las vivencias y pensamientos que afectaban a su día a día. Mientras Rubio aporta su visión, varios grupos escolares participan en distintos talleres con miembros del equipo de intérpretes del patrimonio (construir una cabaña, hacer pinturas rupestres con pigmentos naturales o visitar el tholos con ceremonia espiritual incluida). De fondo, la Panda de Verdiales de Almogía entona varios temas, haciendo honor al vínculo que existe entre esta tradición y el calendario solar.
El director del Conjunto de los Dólmenes de Antequera, Bartolomé Ruiz, explica que el Tholos de El Romeral no está conectado con el sol directamente, sino que se orienta al sur mirando a la sierra de El Torcal, donde vivieron los antepasados de las civilizaciones calcolíticas que construyeron el túmulo. No obstante, la entrada del sol en la cámara cumple con la misma función que en el Dolmen de Viera durante el equinoccio de primavera:separar con la luz la vida y la muerte, iluminando la mayor parte del interior excepto la cámara mortuoria. Este hecho se constató el pasado año 2017, cuando reconstruyeron con telas y maderas las partes que faltaban en la estructura de Viera, dañada desde el Imperio Romano, acotando la luminosidad donde originalmente pretendían los constructores. El resultado, al igual que en El Romeral, es que la luz se corta justo al límite del acceso a las tumbas, trazando una línea entre los que viven y los que no.
Los visitantes que se encuentran el interior del tholos escuchan con atención las explicaciones de Ruiz y Vallejo mientras se asoman a la galería o se pegan a la pared que baña el sol para recibir su energía (algunos, incluso, se descalzan para estar en contacto con la tierra). María Pérez, que se confiesa muy interesada por el mundo megalítico, asegura que el acontecimiento se vive «con mucha intensidad». «Tiene mucha fuerza espiritual hacer las mismas celebraciones que nuestros antepasados». Jorge Hernández, que está terminando su doctorado en astronomía en la Universidad del País Vasco, es la primera vez que acude. «Desde hace mucho tiempo estoy interesado en la arqueoastronomía y busco sitios que tengan puntos interesantes para estudiar».
Hoy se celebrará por primera vez un rito inca de la mano de la sacerdotisa Mariana Aravales. El Wawa Inti Raymi, que en Quechua significa 'fiesta del niño sol', es una ceremonia incaica y andina con la que los participantes reciben al sol en el final de su ciclo. «Se recibe una energía solar muy importante con los primeros rayos solares del solsticio, es la que nos va a acompañar durante el resto del año», concluye.
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