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juani Guerrero del Río rinde homenaje a su madre, que trabajó en el campo y en las labores domésticas. FOTOS: ÑITO SALAS
Atajate tiene nombre de mujer

Atajate tiene nombre de mujer

El pueblo más pequeño de Málaga reconoce la labor femenina con la instalación de 200 placas con los apelativos de sus vecinas en las fachadas de sus viviendas

Domingo, 16 de febrero 2020, 02:05

Con nueve años supo que había acabado su infancia para siempre. Sin desearlo y obligada por una tozuda realidad, tuvo que dejar la escuela por el pastoreo; las cuatro reglas, por las lecciones de vida. A sus padres, con seis hijos a su cargo, les faltaban manos para echar la familia adelante. Había que arrimar el hombro fuera y dentro de casa y los estudios se antojaban secundarios. El tiempo de juego había acabado para Juani Guerrero del Río (57 años).

Creció en pleno corazón de la Serranía de Ronda (Málaga), cuidando vacas y viendo cómo su madre se dejaba la piel: primero, trabajando codo con codo con su padre en el campo, recogiendo aceitunas, almendras, castañas o lo que encartase, según la estación, y después, en la casa. «No había electrodomésticos, ni pañales desechables... Las mujeres lavaban la ropa a mano y para preparar la comida primero tenían que acarrear la leña para hacer el fuego. No tenían derecho a enfermar ni a quejarse, ni siquiera estando embarazadas. Muchas de ellas sufrían abortos mientras se esforzaban en el campo y lo ocultaban por vergüenza o miedo al que dirán», recuerda Juani.

El retrato que hace de su madre es el de una sacrificada mujer rural que, pese a todo, lograba sacar tiempo para los demás: «Aprendió con el médico a poner inyecciones e hizo de partera. Antes se tenían muchos hijos, por eso creo que la mayor conquista de la mujer ha sido el uso del anticonceptivo, que le ha dado el poder de decidir sobre su cuerpo», expone.

Paqui ha integrado a su marido en el azulejo de la fachada. ÑITO SALAS

A esta vecina le faltan palabras para enumerar cuánto bueno hizo su madre por la familia y por el pueblo, pero le sobran argumentos para reconocérselo ahora, que ya ha fallecido, con un placa en la puerta de su vivienda. En ella puede leerse: Antonia Gargo. «Es como se la conocía en el pueblo, porque, en realidad, se llamaba Antonia del Río Rubiales».

Con este homenaje, Juani se suma al proyecto emprendido a principios del pasado verano por el Ayuntamiento de Atajate para reconocer el trabajo «en la sombra» de la mujer rural. Como en la de Juani, otras 200 casas de este municipio de 168 habitantes (91 hombres y 77 mujeres, según el INE) lucen en sus fachadas, encaladas y blancas impolutas, unos azulejos con el nombre de las mujeres que viven en ellas o de las madres, abuelas o tías que formaron parte de la historia de esa familia. En ocasiones, como en el caso de Juani, eligen el apodo o mote que arrastran. «Se quedó con Gargo porque de pequeña tardó en hablar y cuando balbuceó sus primeras palabras mi abuelo corrió a contar a todo el mundo que su niña había dicho 'algo'. Con el paso de los años, aquel 'algo' derivó en 'galgo' y de ahí a 'gargo'», detalla Juani.

Vicenta la del cartero, Pepa la maestra, Anita la jubriqueña, Raquel la militar, María la bizca... «Cada familia ha elegido qué quería poner en la placa. La mayoría ha optado por el apelativo con el que se la conoce en el pueblo, pero otras han preferido usarlo solo o acompañarlo de un nombre masculino. Se trata de un proyecto que busca poner en valor la abnegada labor de la mujer rural en tiempos muy difíciles y reconocer el determinante papel que jugó dentro y fuera de casa. Con ello, no queremos hacer demérito del esfuerzo de los hombres. Simplemente, rendir homenaje a quien nunca lo tuvo», arguye la alcaldesa, Auxiliadora Sánchez.

«Hay que crear conciencia»

Con ella ha trabajado Lorena Peña, dinamizadora juvenil y cultural, que ha hecho de intermediaria entre el Consistorio y los vecinos. «El papel de la mujer en la historia ha sido fundamental, pero no siempre se ha recogido así en los libros; hay que crear conciencia y esto es un paso», defiende Peña.

La regidora, que gobierna desde 2007 con las siglas del PSOE, ha levantado alguna ampolla con su proyecto. A algunos hombres les escuece la iniciativa. Unos piensan que ha habido familias que «le han marcado un gol» a la alcaldesa al acompañar los nombres de las mujeres con uno masculino. «¿Qué ocurre, que no eran nada sin el nombre de su marido?», desliza Juan Carlos Téllez, quien admite la admirable labor que desarrollaron las mujeres. «Ellas eran las que partían el bacalao», afirma.

Para su madre, Bárbara Sánchez, solo tiene palabras de reconocimiento: «Ha sido la mantequilla que ha engrasado siempre la maquinaria de la familia». Su nombre aparece en la fachada de su casa, donde se refugia de las preguntas de este periódico.

Otros no tienen reparos en admitir que la iniciativa les parece «fatal». Se lo dice a la misma cara a la alcaldesa, que es su tía, Vicente Sánchez, aunque todo el mundo lo conoce como Enri. «Ahora, todo es para las mujeres y aquí los hombres también han trabajado mucho. Mi madre lo hizo como nadie, pero ese homenaje tiene que hacérselo la familia», asegura este vecino, en cuya residencia hay una placa que reza: Paqui la de Enri.

Es el nombre de su esposa, que prefirió que constase también su apodo en el letrero. «La verdad es que todo el mundo me conoce como Paqui la de Elías, que es mi hermano, pero descarté usar ese para no hacerle un feo a mi marido», se justifica en un improvisado debate a las puertas de su casa en la calle Alpandeire. Justo enfrente permanece entreabierta la puerta del patio del único colegio que hay en el pueblo. No hay miedo, ni se respira la desconfianza de las ciudades. Es la hora del recreo y el griterío de sus 16 alumnos es, junto con el ensordecedor toque de claxon del pescadero avisando de su llegada, lo único que rompe el perpetuo silencio de unas calles solitarias. Allí, a 20 minutos de Ronda, frente a un infinito valle de encinas y olivos, salpicado del tono rosa que ahora imprime la floración de los almendros y donde planean halcones, águilas y buitres, asoma el pueblo más pequeño de Málaga. Apenas sale gente a la calle. Si acaso, algún chiquillo por la tarde, que recorre, una y otra vez, la calle Nueva con su patinete sin más ayuda que su otra pierna para superar el empedrado de la vía.

Muy cerca de allí, la madre de Paqui también tiene su placa. Es Anita la jubriqueña. «Cuando en Atajate no había consultorio médico ni farmacia, mi madre le cedía el salón a don Diego Guerra para que atendiese a los pacientes».

Todos conocen a Carmen Sánchez como la de 'La Parada' por el bar que tenía su abuelo Vicente. FOTO: ANTONIO SALAS

Ahora, la farmacia está en un local situado en la calle principal, propiedad de Carmen Sánchez (39 años). En su fachada se lee: Carmen la de La Parada. Este sobrenombre se lo debe a su abuelo Vicente, que durante muchos años regentó el bar La Parada en este mismo inmueble. Del negocio se hicieron cargo más tarde su padre y sus hermanos, que solían apremiar a los clientes para que consumieran: «Venga, bebed, que esto no es una farmacia». Así lo recuerda Carmen. «Tiene gracia que este local funcione ahora como botiquín», precisa esta vecina que decidió seguir la tradición familiar y abrir Audalazar, uno de los tres restaurantes que tiene Atajate y cuyo reclamo son los menús caseros (migas, callos, carrillada en salsa...) y el queso de almendra.

En la plaza de la Constitución, en su número 1, luce la placa de María la telefonista. A punto de cumplir 90 años el próximo 29 de febrero, recuerda con una lucidez pasmosa aquellos años en que atendía «con desparpajo y simpatía» la centralita telefónica del pueblo.

Fueron más de 20 años conectando a sus vecinos. «Cada vez que recibían una conferencia, tenía que salir corriendo a avisarlos. Desgraciadamente, era la primera en enterarme de las malas noticias». María Carrasco Téllez, que así es como se llama, titubea al preguntarle qué vieron en ella para seleccionarla para el puesto. Su marido sale al quite: «Siempre ha sabido bregar con la gente», recalca Francisco Franco. A diferencia de algunos, él sí está encantado con el homenaje y con la forma en que se ha llevado a cabo. «Es de justicia».

Distintas placas repartidas por el pueblo.

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