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Francisco Jiménez
Martes, 21 de abril 2015, 00:17
Desde su privilegiada ubicación a los pies del puerto de Las Pedrizas, Villanueva de Cauche ha sido testigo directo de cómo han cambiado los tiempos. Testigo, pero no protagonista, porque en esta pequeña pedanía de Antequera de tan solo 65 vecinos la historia se detuvo hace tres siglos hasta quedar convertida en el último núcleo feudal de Europa. Cuesta creerlo, pero hasta mediados de los 90 todavía había vecinos que una vez al año iban al Cortijo-Palacio de las marquesas de Cauche con una gallina bajo el brazo para abonar el diezmo por las casas que sus antepasados levantaron en torno a este edificio señorial para trabajar las tierras de los nobles.
Cuando las marquesas Carmen y Teresa de Rojas Arrese, sin descendencia, legaron la propiedad a su primo, el pago en especie pasó a mejor vida, pero la relación feudal se mantuvo al fijarse una renta anual de entre 12.000 y 20.000 de las antiguas pesetas. También se mantuvo con el euro, y así fue hasta que en 2005 los herederos del Marquesado formalizaron la compraventa de las parcelas con las 35 familias afectadas. Pagaron 90 euros por metro cuadrado, pero el único documento que tenían en su poder era un contrato entre particulares porque la realidad es que a efectos legales la propiedad seguía en manos de los antiguos patrones.
A partir de ahora ya no será así, una vez formalizada la cesión de los terrenos de las 72 viviendas de esta pedanía al Ayuntamiento de Antequera, que la semana pasada puso fin a un largo procedimiento administrativo aprobando el proyecto de parcelación de todas las fincas, lo que permitirá a sus dueños escriturarlas a su nombre. «Hasta ahora vivíamos en el siglo pasado, con un régimen feudal que condenaba a Villanueva de Cauche a la desaparición por la imposibilidad no solo de vender las viviendas, sino también de construir nuevas», afirma el alcalde pedáneo, Alejandro Pascual, quien rememora cómo en 1995 acompañó a la que entonces era su novia y ahora su esposa con una gallina para pagar la renta de su abuela.
«Una vez cerrada esta etapa, ahora sí que tenemos la oportunidad de crecer», remarca el regidor de este núcleo de población en el que el reloj parece avanzar a una velocidad menor. Con apenas 65 vecinos (más uno que viene de camino), el pueblo se reduce a tres calles (Málaga, Granada y Sevilla) que desembocan en el Palacio, cuyo aspecto dista mucho de lo que se espera de un edificio declarado Bien de Interés Cultural (BIC). Al lado, la iglesia, en la que todavía se puede ver el apartado junto a la capilla que tenían las marquesas ya fallecidas para no mezclarse con los campesinos. «Vivían en Málaga, pero pasaban mucho tiempo aquí, aunque no se relacionaban con los vecinos», precisa Pascual.
Hoy en día, el punto de encuentro es el bar La Peña, el único negocio de Cauche y que también hace las veces de centro social. «La gente está contenta porque por fin pueden poner sus propiedades a su nombre, pero también fastidiadas porque si antes no nos dejaron crecer por el Marquesado tampoco lo vamos a tener fácil por eso del Bien de Interés Cultural» se queja Antonio Navarro, el encargado del establecimiento, en referencia a las limitaciones que conlleva la protección arquitectónica que tiene todo el entorno del Cortijo-Palacio desde 1985, puesto que para cualquier modificación urbanística se requiere el visto bueno de la Consejería de Cultura de la Junta. Unas restricciones que han tumbado grandes proyectos como una promoción de VPO, pero que también retrasan pequeñas reformas en las casas. De hecho, el núcleo debe conservar su arquitectura tradicional.
Siete niños
Además del bar, la vida también gira en torno al parque infantil, donde se divierten los siete niños de la pedanía. No hay colegio, así que se reparten entre los de Casabermeja y Antequera. Tampoco hay banco en el que depositar los ahorros y solo existe un contenedor de basura orgánica, situado a la entrada del pueblo. Tampoco hay panadería, pescadería ni frutería, así que lo más parecido a una tienda viene por carretera dos veces al día con los productos de primera necesidad, mientras que los sábados llega el súper en un camión. «Aquí no se vive tan mal. A ver en qué otro lugar te llevan la compra a la puerta de tu casa», presume el regidor de esta pedanía en la que hasta hace cinco años no se pagaba el agua al pertenecer el nacimiento al Marquesado.
Para algunos, vivir así será hacerlo en el pasado, pero para muchos esa tranquilidad es precisamente el principal atractivo de Villanueva de Cauche. «Me crié aquí y ahora vivo en Málaga, pero todos los fines de semana y los veranos los pasamos aquí porque es donde mejor se puede estar», asegura José Podadera acompañado por María, su mujer. No es el único que así lo piensa. Ana Arjona, de 30 años, también ha cambiado la capital por el lugar donde pasó su infancia. «Las dificultades para comprar una casa estaban acabando con el pueblo. Ahora, por fin esa lucha constante ha dado sus frutos», exclama. Un motivo más para celebrar las fiestas patronales del Cauche, las de la Santa Cruz el primer fin de semana de mayo.
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