Un anticuario para la Marbella más chic

José Luis Rodríguez de la Iglesia lleva más de media vida viajando por todo el mundo en busca de reliquias y piezas únicas para transformar hogares

Lorena Codes

Jueves, 11 de mayo 2017, 01:12

Como la puya raimaondi, una extraña flor del Perú que florece sólo después de una década y muere en ese mismo instante, la pasión del anticuario José Luis Rodríguez de la Iglesia perece al tiempo que encuentra una nueva pieza. Entonces ya no le interesa el pasado sino el futuro, la idea de ir en busca de una joya que aguarde a ser descubierta. Hace tiempo que este vallisoletano afincado en Marbella comprendió que valor y precio no son la misma cosa, y menos aún en el mercado de las antigüedades. «Nunca se me dio demasiado bien la venta, a mí lo que me gusta es comprar, descubrir, recuperar», afirma el decorador desde su villa situada en una urbanización marbellí.

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Su interés por las antigüedades lo heredó de un tío con el que se fue a vivir a Tenerife cuando tenía 15 años, dejando atrás Valladolid y con él los estudios que, confiesa, nunca fueron su fuerte. «Mi tío me enseñó mucho de este mundo, le encantaba repasar los anticuarios de la isla y a mí me apasionaba acompañarlo, era como ir en busca de un tesoro», recuerda. Pero José Luis era un niño intrépido y Canarias se quedó pronto pequeña para alguien que quería conocer el mundo. Con 20 años puso rumbo por primera vez a Asia en un periplo que lo llevó a recorrer varios países, y con 25 comenzó a importar las primeras antigüedades orientales. Hoy es uno de los anticuarios españoles más reconocidos, también figura de referencia en el ámbito de la decoración en la Costa del Sol.

A este rincón del sur llegó en el año 1988 para participar en una feria del sector. Por entonces, en su tienda de Valladolid Rodríguez de la Iglesia sólo trabajaba lo que se denomina Alta Época, es decir, piezas del Renacimiento o anteriores. En aquel evento conoció a la que durante seis años fue su socia y gran amiga, la interiorista inglesa Sandra Billington, y juntos adquirieron Volubilis, una villa de estilo romano situada en un lugar privilegiado, justo frente al hotel Marbella Club. «Aprendí muchísimo de decoración junto a Sandra, ella tiene un gusto exquisito y creo que hacíamos un buen equipo», destaca el anticuario, que desde el año 2000 regenta la firma en solitario. Lo que iban a ser unas vacaciones familiares con feria de decoración incluida se convirtieron en el punto de partida de una nueva vida en la Costa del Sol.

Durante los años que Sandra y José Luis mantuvieron juntos Volubilis, él se encargó fundamentalmente de viajar para comprar, una tarea que se convirtió en casi una adicción y que cada vez lo mantenía más tiempo fuera de España. Volubilis ha sido y es punto de encuentro de rostros conocidos como Antonio Banderas, Jordi Mollá y Amaia Salamanca, entre otros.

Según explica Rodríguez de la Iglesia «el público de Marbella fue marcando la pauta del negocio, no eran demasiados los coleccionistas sino gente que quería tener una pieza especial en casa». Para dar respuesta a esta nueva línea nació Collection World, el espacio de más de 8.000 metros cuadrados que José Luis abrió dos después en Estepona, especializado en antigüedades de todo el mundo, pero enfocadas a la decoración y en especial a los espacios abiertos. Fuentes de hasta ocho metros de altura, esculturas, chimeneas, columnas y mobiliario de todo tipo integran Collection World.

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De esa colección de artículos de los cinco continentes y de todas las épocas que ha ido forjando José Luis da buena cuenta su casa, donde ha integrado algunas piezas escogidas, en una mezcla arrebatadora. Algunas rarezas de coleccionista se descubren discretas en ambientes luminosos y especialmente generosos en formas y colores. La tradición mediterránea andalusí y el gusto por la fusión que tan bien interpretó el maestro Parladé están presentes en la forma de entender la decoración del anticuario, a la que se le añaden ingredientes como la pasión por los objetos que han sido rescatados del olvido y la defensa de lo propio, de la artesanía autóctona.

Curioso como un explorador o un arqueólogo, su biblioteca es un laberinto de puertas a otros mundos en la que se pueden encontrar títulos de arte, arquitectura, historia, antropología o diseño intercalados con rarezas de otras culturas y pequeñas colecciones de artículos cuyo valor se mide en la capacidad de fantasía y el amor por lo bizarro del vallisoletano.

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En los ambientes de esta casa los opuestos se saludan y guardan la compostura, auspiciados bajo el paraguas de la autenticidad. De esta forma, obras centenarias conviven con el arte contemporáneo, unas viejas sillas de cine de los sesenta se sientan a la mesa con una mesa de piedra o un chill out morisco combina con un colorido frigorífico de diseño. El único requisito para obtener el pasaporte a esta residencia es ser auténtico, exclusivo, especial. Como lo son todos los suelos de la casa, traídos pieza a pieza de derribos varios, uno de ellos de un convento de Palencia. «Tuvimos mucha paciencia para limpiar pieza a pieza, catalogarlas y luego volver a casar el dibujo, pero el resultado no me puede gustar más, fue un capricho mío, nada rentable pero muy bello», indica.

Asegura que no es nada veleidoso y que ya no conserva demasiados apegos materiales, no como antes, que llegó a recomprar un bargueño por 1.200 euros (200.000 pesetas en su momento) a la hora de venderlo. «Las casas tienen alma precisamente por las piezas que nos hacen sentir bien, con las que nos identificamos», dice, al tiempo que asegura que «a decorar se aprende viajando, bueno, a decorar y a todo».

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